Archivo de la etiqueta: Ecología

EL OTOÑO LLEGÓ…

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domingo, 10 de noviembre de 2013

EL OTOÑO LLEGÓ…

 
Algunas imágenes otoñales del parque del Santuario de MD de la Salut (NS de la Salud),en Sabadell.

SM LA REINA DOÑA SOFÍA EN EL X ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DE LA COMISIÓN DE DEFENSA DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES DEL ICAB.

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MIÉRCOLES, 11 DE JULIO DE 2012

SM la Reina Doña Sofía en el X Aniversario de la creación de la Comisión de defensa de los derechos de los animales del ICAB.

 
Bajo la presidencia de SM la Reina Doña Sofía ,se ha celebrado hoy un acto institucional en el salón de actos del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona.Se trata de la conmemoración del X aniversario de la creación de la comisión de defensa de los derechos de los animales.Preside la citada comisión la abogada Magda Oranich,que ha realizado un emotivo repaso a la historia y avatares por los que ha pasado la comisión.El Presidente del ICAB Pedro L.Yúfera ha realizado una interesante exposición sobre el papel que el colegio ha tenido en el impulso y apoyo de la misma.Se ha visionado un documental sobre el papel de la comisión en los cambios legislativos,y en el que diversas personalidades glosaban el papel de la misma en la sociedad.Finalmente la vicepresidenta del Govern de la Generalitat señora Joana Ortega ha expuesto su posición sobre la citada comisión y su papel en la muy civilizada sociedad de Cataluña.Todos los participantes han dejado clara también su postura de apoyo a los derechos de los animales.No se ha vertido ningún comentario sobre las preferencias de SM el Rey por la caza y los toros lo que ,como es de suponer, habrá representado un gran alivio para los organizadores del evento.De todas formas hay que reconocer que los animales han tenido en realidad un papel muy significativo: unos cuantos perros-policía, magníficamente adiestrados en la detección de explosivos, se han paseado en los minutos previos por todo el recinto para garantizar a los asistentes la mayor tranquilidad.
 

 

 

 

 

Fuente: http://www.casareal.es/noticias/news/20120711_proteccion_derechos_animales-ides-idweb.html

BELLÍSIMAS ESTAMPAS DE LLORET DE MAR.La Costa Brava más turística.

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http://es.wikipedia.org/wiki/Lloret_de_Mar

http://www.lloret.org/catala/principal/085834765A8B413690BD34AC081E83F1.asp

http://www.lloretdemar.org/info/

PASEANDO POR MATADEPERA.

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http://www.matadepera.cat/

http://es.wikipedia.org/wiki/Matadepera

http://www.turismematadepera.cat/

http://www.turismematadepera.cat/arxius/arxius/guia_mtdp.pdf

La acampada de Sabadell.Los «indignados» de la spanishrevolution,democraciarealya,acampadasbd.2

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La acampada de Sabadell sigue siendo una realidad .Mientras en el edificio del Ayuntamiento,van tomando posesión de sus cargos los recién designados concejales,en los antiguos «jardinets» practican el «tai-chi».Unos seguirán con sus recortes de servicios y subidas de impuestos,mientras otros teorizan sobre un mundo mejor.Unos (los concejales y el equipo de gobierno municipal),tratarán sobre los presupuestos ,y otros en la acampada de Sabadell seguirán recibiendo propuestas de todo tipo de ciudadanos,de toda edad y condición.Tiene su mejor momento del día en la «cacerolada» de las 20 horas y la asamblea que se produce a las 21 .Este movimiento ciudadano,nacido a partir de unas manifestaciones organizadas en diversas ciudades de toda España el pasado 15 de mayo,ha perdido a una parte de sus apoyos ,transcurridas (en medio de cierta tensión y expectación) las elecciones del día 22.Ello no ha obstado para que en Sabadell el movimiento haya experimentado un crecimiento cierto,que se puede constatar por la nutrida asistencia a las asambleas que se producen cada noche.Es una oportunidad ,sin duda,de poder extender las ganas de participar en los asuntos públicos a personas y colectivos que tradicionalmente eran reacios a ello.Harían bien los dirigentes políticos,sindicales y culturales en escuchar ,en mantener las «antenas» bien desplegadas, para captar todo lo que se les quiera hacer llegar.

Fotografía http://twitpic.com/519xet via @Paullonch

Fotografía http://twitpic.com/507fgm via @Paullonch

Fotografía http://twitpic.com/506u41 via@Salvador_Pla

http://acampadasbd.blogspot.com/

http://www.thetechnoant.info/campmap/

http://radiotrama.wordpress.com/

http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/acampados-1011772

La acampada de Sabadell . Los «indignados» de la spanishrevolution,democraciarealya,acampadasbd

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La acampada de Sabadell es una realidad .Tiene su mejor momento del día en la asamblea que se produce a las 21 horas cada tarde-noche.Una vez acabadas las Elecciones municipales del 22 de mayo,la manifestación de aquellos a los que se ha denominado «indignados» sigue en la sabadellense plaza del Doctor Robert,justo detrás del edificio del Ayuntamiento de la ciudad.Se trata de un movimiento asambleario que ha pasado por diversas fases.En el momento actual se nutre de diversos colectivos,pero fundamentalmente impera una gran ansia de cambios en el modelo social-económico y político.Impera en muchos momentos una cierta estética «alternativa» e incluso «New Age» algo peculiar,y «naif»,a ello contribuye sin duda a que de buena mañana se ponen a practicar yoga,y en otros momentos tai-chi …Falta saber si las organizaciones políticas,sindicales y culturales,los colectivos más organizados tradicionalmente en Sabadell ,siguen nutriéndola o ,por el contrario le dan la espalda de forma que este movimiento pierda fuelle y continuidad.

Foto de una asamblea : Fotografía de Santi Sánchez. http://yfrog.com/user/S4nTh1/profile

http://www.youtube.com/watch?v=ZuwEc4mP7P0

http://es-es.facebook.com/people/Acampada-Sbd/100002382795490

http://www.radiosabadell.fm/JSPS/index.jsp?redirectTo=http%3A//www.radiosabadell.fm/JSPS/Director%3Fflag%3D1%26page%3Dnews%26id%3D24963%26subPage%3D/Web/Informat

Exposición de Arnau Alemany en la Sala Parés de Barcelona.Realismo mágico y ecologista

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En la  ciudad de Barcelona,en su casco antiguo,en una calle muy estrecha pero muy concurrida, tradicionalmente dedicada a las chocolaterías y en la actualidad también al arte y la moda,la calle Petritxol ,se encuentra la Sala Parés . En la misma se expone una singular colección de pintura de Arnau Alemany,donde como ya es habitual en este autor, nos plantea espacios urbanos,industriales,y naturales llenos de colorido y abiertamente cercanos al surrealismo o «realismo mágico» ,otros optan por calificarlo,dando otra vuelta de tuerca más a las palabras, como «ecorealismo mágico».Si es verdad ,como decía alguno, que arte es toda aquella manifestación de la creatividad humana que tenga la capacidad de emocionarnos,nos encontramos delante de la obra de un artista muy interesante. La presente serie de fotografias (de escasa calidad técnica) tan solo pretenden «picar» la curiosidad del lector del blog por esta exposición y autor.Lo mejor es verlo y disfrutarlo en directo,esto es, en persona.

 

http://www.arnaualemany.com/

http://www.vespito.net/mvm/alemany.html

http://deletrasycolores.blogspot.com/2010/04/arnau-alemany-realismo-magico.html

http://www.sifinearts.com/Artist-Detail.cfm?ArtistsID=532

http://www.terra.org/el-ecorealismo-magico-de-arnau-alemany_2503.html

http://es-la.facebook.com/media/set/?set=a.180787871972061.57908.170572619660253

Entre baobabs y tamarindos.Magnífica exposición fotográfica.

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Una exposición fotográfica sobre el África subsahariana en el vestíbulo del Cercle de Lectura de Reus.Se trata de una interesante exposición colectiva de obras obtenidas por Salva Loren,Luisa Villarroya,Sonia Santiesteban,y Carme Altadill.La exposición estará disponible desde el día 1 al 15 de abril.Destacan las imágenes de Senegal,pero hay de otros países de la zona,como Malí y Burkina-Faso.Los rostros reflejan todo tipo de emociones.El tipismo no está exento de gravedad.El caso más curioso es  el del museo de la antigua casa de esclavos.Resulta impactante la prohibición de entrar en atuendo de baño.Ya se sabe, hay que respetar la memoria de aquellos a los que se llevaban encadenados y en taparrabos…

Atardecer en el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel

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Hay muchos momentos mágicos en la vida.Recordaré,salvo que pierda la memoria,eso nunca se sabe,un buen puñado de ellos.Uno de los mejores ,sin duda,será el de mi visita este mes de marzo al Parque Nacional de las Tablas de Daimiel .Se trata de un humedal que coincide con una parte del curso del río Guadiana,en la provincia de Ciudad Real.La visita la hicimos con el parque cerrado y sin ningún tipo de servicios ,lo que para un espacio natural resulta de agradecer.La Guardia Civil nos vió ,pero como no tenemos pinta de peligrosos ni de depredadores de la naturaleza,nos dejaron campar por nuestros respetos…la Benemérita ,a veces es así.

Resulta inquietante algún cartel que previene de posibles combustiones espontáneas de las turberas que hay en gran parte de su extensión.Lo cierto es que varias temporadas este humedal ha estado muy disminuido y a merced de la «pertinaz sequía»,y esas combustiones subterráneas se han producido hace algún año.Llevamos dos años de mucha lluvia y se ha recuperado su estado original.Yo no lo he conocido antes,pero ahora se trata de un magnífico paraje.Difícil de describir …bueno en plan Azorín sí se puede,el cielo azul,la tierra marrón etc etc pero no es plan…Donde no llega mi pobreza narrativa espero lleguen mis fotos,sencillas y sin otra pretensión que la de documentar un momento que he calificado como muy especial ,o «magico»…muy majo vamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y esto es todo amigos….

 

 

http://www.lastablasdedaimiel.com/

http://es.wikipedia.org/wiki/Parque_Nacional_de_las_Tablas_de_Daimiel

http://www.lastablasdedaimiel.com/

http://www.turismocastillalamancha.com/naturaleza/parque-nacional-tablas-de-daimiel/

http://parquesnaturales.consumer.es/documentos/castilla_la_mancha/tablas_daimiel/index.php

Todas las fotografías,que han sido realizadas por mí,tienen derechos de autor.

 

El Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l’ Obac

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Dirijo mis pasos,como hacen habitualmente muchos habitantes de las comarcas del Vallés y del Bages a un parque que se encuentra muy cerca de las grandes ciudades de Terrassa y Sabadell.Unas 14000 hectáreas de zona protegida .Su paisaje es agreste,con altivas alturas y monolitos singulares.Su vegetación es de gran belleza y variedad.El conjunto del parque lo forman dos cadenas de montañas unidas en el coll d’ Estenalles.Sus puntos más altos son la Mola (1.104m) ,y el Montcau (1.056m).La Diputación Provincial de Barcelona lleva desde el año 1972 una política de protección de este espacio natural ,cosa que ha ido ampliando en sucesivas ocasiones.En la actualidad dispone de diferentes equipamientos para el estudio y protección del mismo,así como para la comodidad y seguridad de los usuarios.

Sol en el Vallés,niebla en el Bages.

No entrar en las cuevas en la época en que los murciélagos están durmiendo.
Señalización de las diferentes zonas del parque.
Todo parece estar bien  previsto en este espacio protegido…

La niebla se extendía por la Manresana comarca del Bages.

Otra utopía : La búsqueda del «Pasaje al noroeste».

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El paso al noroeste es una ruta,un concepto entre la Geografía y la Filosofía.Es un estado del alma.Una ilusión y un intento de superar las dificultades.En un mundo dominado por lo gris,por la mediocridad, las grandes exploraciones planteaban y en cierta medida ,todavía hoy siguen planteando, un reto muy importante para la superación individual y colectiva.Pareciera que en el mundo ya está todo descubierto.Ello no es así,quedan zonas inmensas del planeta donde vivir y trabajar.El mundo está lleno de posibilidades.Los jóvenes tienen un gran futuro por delante ,los mayores mucho por aconsejar y guiar.La Historia no está escrita todavía ,pues se escribe cada día.La Ciencia y la Tecnología tienen mucho que decir.La  naturaleza debe ser preservada,pues las amenazas que se ciernen sobre ella son más que evidentes.Pero nuestro planeta está lleno de posibilidades…Canada tiene un territorio inmenso y muy escasamente poblado.El gobierno canadiense tiene que realizar periódicamente los llamados «actos de soberanía» ,enviando a algunos militares y colocando dispositivos electrónicos y sensores que testifiquen si alguien cruza algunas rutas o territorios… Pocos se atreven a vivir en las zonas del inmenso norte.Son territorios muy despoblados que contrastan con la mayor densidad de población del llamado «Canada útil».El gobierno intenta convencer a todo tipo de colonos para que se arriesguen y apuesten por los territorios del norte.El cámbio climático puede paradójicamente llegar a hacer que eso sea algún día posible.Tras milenios de frio intenso (hasta -50 grados) el calentamiento global ,tal vez haga muy fácil gran parte del año la «ruta del noroeste».

 

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=IR5CSRkSz64

 

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=KiKrYuuerAc&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=IU28jeAAaQE&feature=related

 

Pasaje al noroeste, Kenneth Roberts / Aventuras

 

El protagonista de esta novela es el creador de los Rangers, el oficial Rogers, que en Estados Unidos es una de las figuras más célebres de las guerras contra franceses e indios, pero la atención se centra también en Langdon Towne, un pintor,recientemente expulsado de la Universidad de Harvard, que pretende captar los modos de vida de los indígenas antes de que estos desaparezcan. A través de los ojos del pintor asiste el lector a la pericia vital de Rogers, quien está empeñado en encontrar un paso al Pacífico por el noroeste y para ello emprende una impresionante expedición que le expone a él y a sus hombres a las más emocionantes aventuras. Mediante este relato, asuntos como las costumbres de los indígenas, el carácter tempestuoso de Rogers y la dureza del medio van cobrando protagonismo y contribuyen a dotar de densidad a una emocionante novela histórica de aventuras.

 

El equipo del Sondeo Catlin del Ártico, encabezado por el explorador Pen Hadow, midió el grosor del hielo a medida que se trasladó en trineo y caminó a través de la parte norte del mar de Beaufort en el polo norte, durante un proyecto de investigación efectuado anteriormente este año.

 

Sus hallazgos muestran que la mayor parte del hielo en la región sólo tiene un año o menos de haberse formado, cuenta con un espesor de alrededor de 1,8 metros (seis pies) y se derretirá el próximo verano. Tradicionalmente la región ha tenido hielo más espeso formado a lo largo de varios años, el cual no se derrite con tanta rapidez.

 

Con una mayor parte de la región cubierta ahora con hielo de un solo año de antiguedad, evidentemente es más vulnerable, dijo el profesor Peter Wadhams, parte del Grupo de Estudio de la Física de los Océanos Polares en la Universidad de Cambridge, que analizó los datos recabados. Ahora es más probable que la zona quede libre de hielo cada verano, acercando la fecha potencial en que el hielo en el mar desaparezca completamente en los veranos.

 

Wadhams dijo que los datos obtenidos en el Sondeo Catlin sobre el Ártico respaldan el nuevo consenso de que en 20 años este océano carecerá de hielo en el verano, y que gran parte de esa disminución comenzará en 10 años.

 

Martin Sommerkorn del World Wildlife Fund, organismo activista por la defensa de la fauna, dijo que el mar del Artico ejerce una posición primordial en el sistema climatológico de la Tierra.

 

Recientemente se evaluó que una pérdida así en la cubierta de hielo del Artico desencadenaría potentes repercusiones en el clima que tendrán un impacto mucho más allá del Artico mismo, advirtió.

 

Esto podría generar inundaciones que afectarían a una cuarta parte de la población mundial, incrementos sustanciales en las emisiones de gases de invernadero a partir de la liberación de carbono almacenado en forma masiva y cambios extremos en el clima, agregó.

 

El calentamiento global ha incrementado lo que está en juego en la puja de varias naciones por incrementar su soberanía en el Ártico, porque la disminución del hielo polar podría algún día facilitar el ingreso a la zona para la explotación de recursos y permitiría establecer nuevas rutas marítimas. El rápido derretimiento del hielo ha generado especulaciones de que el Pasaje del Noroeste, que vincula los océanos Atlántico y Pacífico, pudiera convertirse algún día en una ruta para barcos.

Reseñas y comentario de la película:

 

Paso al Noroeste (Northwest Passage de King Vidor, 1940)

No es un western al estilo clásico, sino más bien una epopeya repleta de pasión y sentimiento. Basada en el libro de Kenneth Roberts, la película narra las aventuras de los Rangers de Rogers (Spencer Tracy), famosos guerilleros al servicio de los ingleses en la América anterior a la independencia de los Estados Unidos. Las penurias por las que pasan los Rogers’ Rangers para descubrir nuevos territorios han pasado ya a la historia del mejor cine de aventuras.

 

 

 

Paso al Noroeste. En el comentario de Narciso García Moreno

Con Spencer Tracy, Robert Young, Walter Brennan. Un fabulosoSpencer Tracy. Como siempre.

 

King Vidor de mágico creador de una extraordinaria película de aventuras.

Muy cruel.

Antológica la secuencia de la matanza de los indios.

Las guerras son guerras. Siempre.

Exterminio y genocidio.

Unos rangers que consiguen una proeza a cambio de perecer no pocos y de padecer un hambre espantosa.

El deseo de comer se convierte en la obsesión de estos soldados tan peculiares.

Algunos enloquecen.

Con un ritmo trepidante. 120 minutos apasionantes y muy cortos.

La primera en color que rodó el gran King Vidor en 1940.


http://es.wikipedia.org/wiki/Bruno_de_Heceta

http://www.worldlingo.com/ma/enwiki/es/Canada


LLum de la Selva.Un eremita de Sabadell.Divulgador del ecologismo,naturismo y pacifismo.Un librepensador centenario

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En el Blog un personaje que ha sido calificado por alguno como «el último Patriarca»,por su aspecto y por la fascinación que ejerció especialmente en los años de la Transición.Se trató de un personaje envuelto en misterio .Del que no se tienen todos los datos.Según parece no tenía documentación oficial.No estaba «inscrito» en los registros públicos y no tenia DNI.Tampoco tenía propiedades aunque durante más de setenta años trabajó unas tierras en un paraje de Sabadell (Barcelona).Reunió en torno a su huerta,que era en los últimos años más una «selva» que otra cosa, a todo tipo de de personas chicos y mayores,artistas y chavales de barrio que le «seguían» y escuchaban sus «batallitas»,entre fascinados y asombrados.Cuentan las crónicas que de joven tuvo mucha vitalidad y que araba las tierras con una mula y mucho entusiasmo.Probablemente tuvo varias parejas ,pero las crónicas sólo aseguran la existencia de una.Fue pionero en la introducción en España del Naturismo ,vegetarianismo y todo tipo de doctrinas orientales.Durante años se aisló de un mundo que consideraba como muy hostil.Su huerta,su «jardín»,fue su único entorno durante muchos años,pues se autoabastecía y no ponía un pie en la ciudad. Se vió rodeado de todo tipo de personas que hacían que su soledad,en los años de vejez extrema, no fuera más que una quimera.En alguna ocasión ,se dejó llevar a la ciudad,le impresionó especialmente la película «Los Diez Mandamientos».Practicaba el trueque y aceptaba de buen grado todo tipo de regalos y donaciones ,aunque luego criticara con sorna,el materialismo de muchos de sus visitantes.

En una ocasión pude comprobar la lucidez de su mente,tenía ya una edad cercana a los 100 años,pues intentaron engañarle en un trato (al final revendía algunos productos) y les afeó su conducta con un «¿Te piensas que he nacido ayer?»,muy oportuno.También recuerdo todo tipo de anécdotas referidas a su relación con la política (era de ideología anarquista),la religión ( aceptaba todo sin apoyar claramente nada) ,aunque le tenía cierta inquina a la Iglesia Católica ,tal vez por experiencias vividas en su juventud.

Recuerdo muchas más pero me voy a limitar a transcribir las que he encontrado en la red .Están bien redactadas y concuerdan con lo que yo recuerdo del personaje.Es una ventaja que no voy a dejar de aprovechar.No dejó,que se sepa obra escrita.Pero la cantidad de anécdotas seguramente daría para un buen libro.En Sabadell el Ayuntamiento le dedicó una calle con el nombre por el que fue tantos años conocido.



La noche de reyes de 1877 nació en Barcelona, Isidro Nadal Baques, más conocido por “Llum de la Selva”. Pronto se hizo vegetariano y viajó por España y Europa. Junto con tres amigos fundó en 1925 la primera sociedad naturista de España y colaboró en la revista Pentalfa que fue pionera del movimiento pacifista, ecologista y vegetariano español. Esta revista decía en su portada: “No tiene tendencia política, social ni religiosa; combate los vicios del alcohol, tabaco, carnes, tóxico, la prostitución y la pornografía.”
Llum de la Selva “compró”,es decir ,se instaló en un terreno en Sabadell y en él vivió unos 70 años sin la ayuda del exterior, sin dinero y sin electricidad, sólo de las frutas y verduras que cultivaba.
El 23 de diciembre de 1983, en la Colonia de Plana Bella (Tarragona), murió a los 106 años y próximo a cumplir los 107.
En 1980 fue entrevistado por Interviú y entre otras cosas declaró:
“A mi no me interesa vivir muchos años; nunca me ha interesado. Lo que me ha interesado es el camino y que éste haya sido agradable, sin enfermedades, sin pesadillas, sin angustias.”


Ecologista “avant la lettre”, místico en la pujanza de tiempos seculares, crudívoro cuando los naturistas eran cuatro sin tambor, indio en medio de la espesura de asfalto… no hizo grandes campañas, no acuñó proféticas frases, no promovió innovadoras revoluciones. Se sentó bajo una higuera y allí permaneció durante decenas de años. Nadie osó tocar en Sabadell el “Jardín de la amistad”, que aún en nuestros días perdura.



Nariz de pícaro, mirada de duende, barbas de sabio y corazón adelantado a su tiempo: ciento seis años testimoniando lo que entonces bien pocos alcanzaban a comprender. Ecologista “avant la lettre”, místico en la pujanza de tiempos seculares, crudívoro cuando los naturistas eran cuatro sin tambor, “indio” en medio de la espesura de asfalto…, no hizo grandes campañas, no acuñó proféticas frases, no promovió innovadoras revoluciones. Se sentó bajo una higuera. Allí estuvo durante decenas de años. Un buen día vio aparecer en su horizonte las grúas que le irían acorralando. Nadie osó tocar en Sabadell un “Jardín de la amistad”, que aún en nuestros días perdura. La higuera ha muerto, pero su ejemplo sigue vivo. Un mundo tan acelerado como el nuestro corre el riesgo de perder la memoria. Tan volcados hacia el futuro podemos olvidar con facilidad a los que nos precedieron, a quienes allanaron el presente de pies más hincados en la tierra, de mayor conciencia de lo mistérico y lo trascendente, que ahora disfrutamos. Pocos jóvenes de nuestros días inclinados a la ecología, al naturismo, a la Vida que cada día palpita con más fuerza tras la vida, conocen la historia del Isidre Nadal (Barcelona 1877-La Galera 1983), el abuelo “Llum”, que plantó su ejemplo y su jardín en medio del asfalto de la segunda mitad del siglo pasado.

La revista «Más Allá» (he encontrado quien lo refiera pero no el número y la fecha) lo reflejó así:

El Jardín de la amistad”

Este lugar en el que el abuelo pasó setenta años de su vida y que se encuentra a las afueras de Sabadell, junto al barrio de Can Rull, no era ningún parque temático, no constituía ninguna compleja instalación de acogida. “El Jardí de la amistat” era un terreno rodeado de avellanos en el que se podía encontrar una rústica cabaña que habitaba él y su compañera, una huerta bastante salvaje por aquello de no controlar en exceso a la naturaleza y campo sin labrar con multitud de árboles diferentes: higueras, almendros, palos santos, olivos, laureles, manzanos… A la entrada destacaba un chumbera de tres metros de alta. Aquello no era siquiera un vergel bien cuidado, sin embargo, desde los años sesenta, el carisma del anciano movía oleadas de gentes inquietas hasta sus puertas.

“Llum de la Selva” (Luz de la Selva) o “Avi Llum”, (Abuelo Luz) como también gustan de evocarlo sus amigos catalanes, era todo un adelantado a su tiempo, uno de esos seres destinados a despejar caminos por donde después transitarán los humanos. El abrió sendas a la vida natural y comunitaria, a un forma de encarnar la espiritualidad de forma espontánea y no circunscrita al dogma.

Como no podía ser de otra forma, su “iluminación” aconteció en plena huerta. Cuando menos se lo esperaba se vio sorprendido por un deslumbramiento interno. Así describió aquel trance: “Sólo fueron unos instantes vibrantes de luz y cuando abrí los ojos, el mundo ya era diferente: los colores más intensos, el aire más limpio y una sensación de alegría me embriagaba totalmente. Me di cuenta de que había comprendido algo muy importante. Entonces sonó una voz dentro de mí: ‘Todavía hay muchas cosas que no sabes. La Luz que acabas de ver, no todos la recibirán. Es la Luz del Padre, el resto es oscuridad…’” Fue entonces cuando decidió llamarse “Llum de la Selva”, porque sus ojos comenzaron a ver “cosas” que antes no había percibido. Podía contemplar, por ejemplo, colores alrededor de la gente y observar como éstos se trasformaban según las personas cambiaban de emoción.

Sólo dejó cartas escritas, nada de manuales, ni libros. Se limitó a vivir de acuerdo a sus profundas convicciones de amor y sumo respeto a la Madre Naturaleza . Los domingos el “Jardín de la amistad” era un hervidero de gente en torno al sabio anciano. Llegaban multitud de jóvenes y mayores de los más diversos orígenes, con el deseo de abrevar en su sencilla y práctica enseñanza. Relajación, charla bajo la higuera y comida campestre, por supuesto vegetariana, constituían el programa de aquellos días festivos que sus amigos recuerdan aún con verdadero candor. Entre los relatos y anécdotas intercalaba trozos de su vida, de su propia biografía que decía “estaba aprendiendo a olvidar”. A los nuevos el anciano les brindaba siempre un particular bautizo, otorgándoles un nombre de flor o árbol. Era su particular forma de “iniciación”.

Llum de la Selva no tenía otra propiedad que su biblioteca. En ella se podían encontrar títulos de Aurobindo, Gandhi, Blavatsky, Krishnamurti… El huerto apenas le daba trabajo pues lo mantenía en un estado semisalvaje, los pájaros y niños del barrio cercano también se nutrían de sus propios cultivos.

A su forma, Llum fue el último patriarca de la era de Piscis, profeta de pocas palabras, pero las suficientes para revelar los tiempos venideros. Ya en los años sesenta hablaba del nacimiento del hombre de la “nueva era”, de la “era de acuario”, una nueva generación de seres más conscientes que poblarían de nuevo la Tierra. A sí mismo se consideraba un “ermitaño cósmico”, el último representante del mundo antiguo.


Isidre Nadal

Con el testimonio de unos y otros amigos del “Avi” de la comarca barcelonesa del Vallés, hemos ido reconstruyendo una biografía, por lo demás no exenta de lagunas e incluso alguna confusión, que el propio Llum optó por mantener.

Los primeros años de su vida representan por ejemplo una incógnita, pues no encontramos consenso total en cuanto a la fecha de su venida al mundo. La mayoría de las informaciones recogidas apuntan, no obstante, a que nació el día de Reyes de 1877. Cuando Llum se refería a su nacimiento, decía que fue abandonado en una cesta, “cual Moisés”, en un oscuro rincón del puerto de Barcelona. Unas monjas recogieron a quien con el paso del tiempo se vendría a llamar Isidre Nadal. Isidre venía por lo de patrón de los labradores y Nadal por el gusto del chaval por la Navidad. Conservó este nombre hasta que se colgó el de “Llum de la Selva”, es decir Luz de la Selva, un nombre más acorde con su vocación de guía y “faro” entre los humanos.

Las religiosas le internaron en un orfanato del que terminó huyendo. A los catorce años se puso a trabajar y enseguida se vio seducido por las corrientes anarcosindicalistas del momento. Hay incluso quien afirma que vivió también su etapa de “petardero” en aquel tiempo convulso y de tantos sobresaltos sociales. Se las ingenió para eludir el servicio militar, cuando la defensa de las colonias se pagaba en sangre y fuego.

Fue seguidor de Ferrer Guardia, sin embargo, con el tiempo, su inclinación por la naturaleza debió de ser más fuerte que por el laicismo y la subversión popular. Pronto retornó a un campo que no abandonaría por el resto de su prolongada vida. Su conocimiento de la naturaleza le debió granjear la confianza de algún potentado payés que lo puso de capataz. Parece que estuvo también al frente de una de las comunidades agrarias que entonces proliferaban. Fue toda su vida un autodidacta, no tuvo acceso a estudios formales, pero a menudo comentaba que su tiempo libre lo dedicaba a la lectura, a menudo a la luz de unas pobres velas.

En los años veinte fundó junto a otros amigos la “Sociedad catalana de naturismo” y colaboró con al revista “Pentalfa”, pionera del movimiento pacifista, ecologista y naturista de nuestro país. Se dice que llegó a mantener también correspondencia con el propio Tolstoi.

Sus prácticas contrastaban con la mentalidad de la época. Cuenta la leyenda que en un periódico catalán de comienzos de siglo apareció con un grupo de amigos en plena estampa nudista, generando el consiguiente escándalo. En más de una ocasión debieron también de salir corriendo, pues las fuerzas puritanas del momento les perseguían a tiros cuando tomaban el sol desnudos. El espíritu libertario lo conservó, de todos modos, a lo largo de toda su vida. El ejemplo más evidente es que nunca tuvo un carnet de identidad en su bolsillo.

Con su compañera Carmen formó un peculiar hogar y se instalaron en su “Jardí” a las afueras Sabadell. Con sus propias manos levantó la cabaña y cultivó la huerta. De ese limitado espacio apenas saldría en setenta años. Durante todo ese tiempo la pareja vivió sin necesidad de apenas nada del exterior, cuál naúfragos en una isla en medio del asfalto. Hicieron muy poco uso de dinero, pues tenían su propia huerta y casi no utilizaban aparatos. No tenían luz eléctrica, no dependían del exterior.

Nacerán antes las flores”

Pocos años antes de su muerte fue llevado a Tarragona. Su compañera de toda la vida ya había partido y quienes le rodeaban entendieron que necesitaba de cuidado y protección. Dos jóvenes riojanos, que él bautizó como Clavel y Clavelina, le acogieron en su casa cercana a Puebla de la Galera, en la colonia Plana Bella de Tarragona.

Jordi Maluquer vivió muy de cerca la última etapa de Llum. “Este maniquí ya no me sirve” le dijo a este empresario del sector del perfume, el anciano que veía ya cercanos sus últimos días sobre la tierra. Añade este amigo: “Cuando después de la comida se iba a echar la siesta comentaba que iba al ‘ensayo general’. Nos quería decir que dejaba su cuerpo tan sólo un breve rato para después retornar a la vida física.”

Sin embargo el 23 de Diciembre de 1983 Llum no retornó del “ensayo general”, saltó al “plateau” celeste. Dejó definitivamente su anciano vehículo corporal a la edad de 106 años. Tomó su vuelo entre aroma de naranjos hacia un “Jardín” más eterno, por supuesto también de verdaderas y profundas amistades. Con él se encontraba la pareja que le brindó cariño, techo y compañía la última etapa de su rica vida.

Se le enterró como el quería: junto a un ciprés, con una túnica blanca y sin ataúd, “para que las flores nacieran antes”. Cuatro mujeres lo llevaron sobre una plataforma hasta su tumba. Iba tan sólo cubierto por una tela. El entierro fue a la mañana y durante todo el día no paró de pasar gente para despedirle. Una suave música de violín ponía fondo a aquella hermosa imagen, poco funeraria, entre olivos.

Maluquer cuenta también que cuando hicieron las gestiones para enterrarlo en la Colonia Plana Bella de Tarragona, en realidad no encontraron ningún impedimento legal. Al abuelo no se le podía dar de “baja”, pues en realidad nunca se le había dado de “alta”, es decir jamás había figurado en registro alguno. De hecho, cuando le solicitaban un nombre en el momento de consignar alguna de las pocas adquisiciones que realizaron, siempre facilitaba el de su compañera.


Rodeado de ecologistas

Luis Lázaro, una autoridad del movimiento ecologista, estuvo muy cerca del “Llum de la Selva”. De su pluma ha salido un acertado retrato del venerable abuelo: “Así era el padrino. Un hombre, un amante que logró mantener su visión real, frente a un mundo imaginario. Tras los naranjos de su jardín pasaron la I República, la Restauración, Primo de Rivera, la II República, la guerra, Franco, la democracia… La historia fluía sin parar y Llum seguía en su centro” Luis Lázaro vive en Cáceres donde lidera iniciativas en el campo de las energías alternativas y el ambientalismo. Para él Llum representaba un loco solitario que resistió en “una burbuja de luz y de armonía” la terrible tormenta de un siglo lleno de transformaciones. Cuando partió Llum, Clavel y Clavelina, sus anfitriones, comentaron a un joven Lázaro con un mirada de aquellos que han visto y han comprendido: “Ahora ya estamos solos. Ya no hay maestros, sólo quedan guerreros.”

Gracias éste pionero de lo alternativo en nuestro país hemos podido conocer amenas historias sobre su singular vida. En una ocasión, los “Mossos d’Esquadra” fueron a apresar al abuelo por denuncias de llevar el pelo largo y la barba despuntada. Según llegaban al jardín, Llum les comenzaba a recitar pasajes de la Biblia o lecciones de astronomía. No tenían otro remedio que marcharse por donde habían venido.

En otra ocasión cuando estaba trabajando la tierra se dio cuenta de que alguien alrededor suyo fumaba, era el rector de los escolapios. Para alejarle no se le ocurrió otra cosa que desnudarse y salir corriendo hacia él.


Rodeado de artistas

Visitamos a Floreal Sorriguera y María Dolors Duocastella en la casa de esta última en Tarrasa. Estos dos artistas octogenarios disfrutan con la oportunidad de poder hablar de quien, con tan buenos recuerdos, marcó sus respectivas vidas.

Para este pintor y esta actriz Llum de la Selva era un patriarca en el más elevado de los sentidos: “Tuvo la facultad de armonizar en torno a él a las familias espirituales del momento”. Estos ancianos, que profesan auténtica veneración por aquel ser pequeñito, de voz bajita y cuerpo semidesnudo, nos cuentan que teósofos, espiritistas, seguidores de Krishnamurti, gente de las comunidades del Arca y del Arco Iris, amén de mucha gente que, como ellos, iba por libre, se reunían alrededor del sabio.

Entre las muchas curiosidades que nos comparten, mientras que repasamos las fotos de la época, está la de que andaba con los pies descalzos para no hacer daño a las plantas. Gustaba de aplicarse baños de barro y su espartana dieta no contemplaba más que dos comidas diarias, a base de frutas.

Floreal y María Dolors recuerdan con cariño el tiempo pasado en el “Jardí de la amistat”. La intensidad de su evocación da prueba de la singularidad y carisma de “l’avi”: “No pertenecíamos a ninguna organización pero izábamos una bandera blanca, bandera de la paz y de la amistad”. En el Jardín se promovía también el esperanto como lengua de una humanidad por fin unida.

A lo largo de la charla distendida afloran muchos detalles. “Llum proponía labrar la tierra y comer sólo de los frutos que ella nos proporciona, sin necesidad de aplicarles calor, ni cocinarlos”, nos comparte el veterano pintor. Pero el abuelo no se ataba a la tierra, invitaba también a mirar a las estrellas. Animaba más a un ejercicio de simple admiración y agradecimiento por su fulgor, que a un detallado estudio de sus influencias. Promovía una “astronomía cosmogónica”, en los tiempos en los que la astrología se movía aún en estrechos márgenes de secretismo.


Rodeado de intelectuales

Nos recibe también en su masía de Cabrera de Mar, otro de los más entrañables amigos de Llum, el empresario, periodista y alto cargo cultural de la Generalitat durante muchos años, Jordi Maluquer. Este hombre, que en el año 1976 fundó el periódico el “Avui”, conserva también un grato recuerdo de la compañía del anciano. Este afecto, que ha vencido el tiempo, es buena prueba de cómo Llum supo ganarse a sectores bien diversos de la sociedad catalana y española del momento, tales como artistas e intelectuales y no sólo aquellos empeñados ya en un crecimiento espiritual.

Maluquer fue además el artífice del encuentro con otro gran gigante de aquellos tiempos: el italo-francés Lanza de Vasto, discípulo de Ghandi y fundador de las Comunidades del Arca. El contraste entre ambos patriarcas era quizá una de las claves de su complementaridad y amistad. El uno menudo y de voz limitada, el otro grande y de voz poderosa. El catalán no albergaba un mensaje de transformación a gran escala, no hacía declaraciones elocuentes, predicaba con el ejemplo; mientras que el francés tenía una clara vocación de masas. Lanza de Vasto se pasó varias veces por el Jardín de la amistad. En sus visitas fue labrando un bastón que, cuando lo hubo acabado, entregó solemnemente a Llum.

Entre la multitud de anécdotas que Maluquer guarda en su memoria, está la alusión que Llum hizo de un vegetariano que se las ingeniaba en el Jardín de la amistad para encender su pequeña hoguera en la que cocinar. “Pobrecito es vegetariano. Utiliza el fuego”, comentó irónico el “avi”.


Rodeado de líderes espirituales

La gente de las comunidades del Arco Iris también frecuentaba por aquel entonces al sabio anciano. Su líder Emilio Fiel, más conocido por Miyo, honra igualmente la memoria del “indígena que se mantuvo fiel a sus principios en medio de la explosión industrial”: “Las ‘colonias naturistas’ que promovía Llum, fueron el germen de las ecoaldeas y comunidades de nuestros días.”

Para el fundador de las primeras comunidades “New Age” en nuestro país, Llum era un hijo de la Diosa, de la Madre Tierra que les instruyó en la ciencia de vivir de acuerdo a ella sin necesidad de mayores complicaciones: “Él nos devolvió la noción del niño que todos somos”.

El anciano se llegó a vestir de naranja como por aquel entonces acostumbraban los miembros, popularmente conocidos por los “butanitos”, del Arco Iris. Miyo heredó el bastón de Llum de la Selva, que a su vez había recibido de Lanza de Vasto. El se ha encargado de pasearlo con orgullo por todo el mundo, en sus múltiples viajes y peregrinaciones. Gracias a Emilio Fiel han sabido, allende nuestras fronteras, de la vida y testimonio “del último indígena de nuestros tiempos”.

José Tevar fue también un íntimo de Llum de la Selva, pasó tiempo a su vera. Este profesor de yoga y meditación en Sabadell, monje budista y “sadhu”(peregrino) por seis años en la India y Sri Lanka, nos participa de un aspecto desconocido de “avi Llum”: “El era muy discreto a la hora de compartir esto, pero me consta que visualizaba los auras de la gente. Sobre todo se esforzaba en este ejercicio cuando se le acercaba personas nuevas. De esta forma adivinaba su grado evolutivo y el trato que era preciso dispensarle. Nunca sabremos en realidad todos los poderes que albergaba. Por ejemplo, por la forma de las nubes, sabía también del tiempo que iba a hacer en las próximas horas. ”

José conoció al abuelo en el año 1961, cuando éste contaba con la edad de 84 años, sin embargo nos indica que Llum era un poco dado a inflar las cifras de sus años, por lo que es probable que fuera preciso restarle alguno. Con respecto a la espiritualidad que profesaba el abuelo, José afirma que ésta era muy propia y a la vez de carácter universal: “Acogió dentro de sí influencias orientales, por ejemplo creía firmemente en la reencarnación. No obstante su talante anticlerical, se granjeó la amistad de diferentes monjes y religiosos, entre los que destacaban los padres Basilio y Anselmo, benedictinos de Montserrat.”


Sin fuego

El “abuelo selva” declaró en septiembre de 1982 a la revista “Integral” a propósito de su alimentación: “Dime lo que comes y te diré quien eres. El primer paso es una alimentación natural. Los alimentos naturales crudos limpian la savia de nuestra sangre y entonces recibimos el rocío bienhechor de la salud. Yo jamás cocino con fuego. La fruta es el elemento más elevado que Dios a concedido a los hombres. Es la liberación del hombre de la cocina. Toda otra comida hace que el hombre caiga enfermo, no inmediatamente, pero sí al cabo de los años. Los hombres piensan en estar fuertes, pero existe una alimentación superior que la llamo Natura. Ella hace que me alimente mucho más de los rayos del Sol, que de la comida que como. Por eso, desde los 17 años he comido fruta sin fuego y nunca he estado enfermo”


Algunos se reclaman sus «herederos espirituales»:



Porque yo soy el heredero de Llum de la Selva. Él me pasó su bastón, su estandarte. Me pasó su poder interno.
—Anciano, vegetariano y solitario, Llum de la Selva convirtió su casa, en el actual Parc Catalunya, en lugar de peregrinación de discípulos de la conciencia. Qué aprendió usted de él?
—No fue tanto aprender como reconocerse. Siempre he aprendido de los ancianos de distintos linajes sin que ellos me enseñaran. Todos han querido pasarme a mí sus atributos.
—¿Cómo era LLum?
—Defendía unos principios célticos muy elementales, como de chamanismo de andar por casa, o andar por el bosque, que en aquel tiempo eran revolucionarios.




Fuentes documentales:

Dersu Uzala.El cazador de la taiga.

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Imagen

La entrada de hoy se refiere a un personaje singular .Si en la anterior comentaba el caso del plantador de árboles del norte de Provenza.Hoy un personaje también fascinante: Dersu Uzala,el cazador de la taiga del extremo oriente ruso de principios del siglo XX.En este caso como en el anterior ,al protagonista lo conocemos por un escritor.Alguien que deja para la posteridad el relato del encuentro con ese personaje,así como la plasmación de la vida y obra del mismo.Si en el relato anterior era un escritor (Giono),en el caso que nos ocupa ahora se trata de un oficial ingeniero (topógrafo) que, enviado a levantar mapas de aquellas zonas poco exploradas de Rusia,se topa con el cazador.
Cuando en 1906, Vladimir Arseniev, oficial del ejército del zar y explorador, regresó a Moscú de su primera expedición con mapas de los desconocidos confines de Siberia y fue recibido como un héroe, su primera reacción fue protestar y pedir reconocimiento para el que consideraba artífice real de la proeza: Dersu Uzala, el cazador Dersu, un hombre sencillo capaz de descigrar con prodigiosa intuición los secretos de la taiga, un guía que salvó la vida de Arseniev y de sus hombres en varias ocasiones mientras les descubría los caminos que convertían el bosque profundo en un lugar accesible donde los Ussuri, su pueblo, vivían en armonía con la naturaleza. Como tributo a Dersu, Vladimir Arseniev escribió las memorias de sus viajes que, además de obras maestras sobre la exploración y la etnografía no científica, son, por encima de todo, un hermoso homenaje a la amistad entre dos espíritus puros y un canto a la naturaleza. Un clásico de la literatura de viajes, cuya adaptación al cine por el director Akira Kurosawa mereció el Oscar a la mejor película extranjera en 1975.

[uzala.JPG][dersu.jpg]В.К.Арсеньев и Дерсу УзалаArchivo:VK Arsenyev.jpgФайл:Marka Arsenev 40 kopeek.jpg
http://es.wikipedia.org/wiki/Vlad%C3%ADmir_Ars%C3%A9niev
http://es.wikipedia.org/wiki/Dersu_Uzala

El relato está aquí:

La película ,tal vez,aquí:
http://www.megaupload.com/?d=3U5KUR7G
Un artículo de Miguel Ángel Jiménez Guerra ,lo expresa de forma magnífica,comentando la cita del libro de Arseniev,comentando las palabras del cazador :

“Mira, tú eres un verdadero niño; te paseas con la cabeza colgando, sin ver nada, a pesar de tus ojos, y sin comprender las cosas. ¡Están bien los ciudadanos en su ciudad! Allí no tienen ninguna necesidad de cazar el ciervo; si quieren comerlo lo compran. Pero cuando viven solos en la montaña perecen”.Palabras muy lúcidas las del protagonista de la novela: los hombres civilizados están tan acostumbrados a gozar de todas las comodidades que raramente piensan en el trabajo que cuesta obtenerlas. Para él sus acompañantes son una especie de ingenuos menores de edad de los que tiene que cuidar para que el bosque no acabe con ellos. Ciertamente, las acciones de Dersu contribuyen decisivamente al buen fín de las expediciones.El libro de Arseniev trasciende la tradicional literatura de viajes, pues además de las descripciones precisas de la flora y fauna de los lugares explorados, un poco a la manera de Julio Verne, relata la historia de una profunda amistad entre dos seres humanos provenientes de mundos muy distintos, tal y como retrata magistralmente la película de Akira Kurosawa.Además, quizá sin saberlo, Arseniev realiza una reivindicación de la historia no escrita de tantos hombres solitarios que han vivido en comunión con la naturaleza, resguardados de los males de la sociedad humana y sin entender sus ventajas. Hombres que no han participado en los hechos que recogen los libros de historia, pero que le dan una dimensión especial a la palabra “humano”.La auténtica barbarie se encontraba instalada en la sociedad de la que Arseniev provenía. Si bien, como se ha indicado, su libro no contiene mención alguna a los excepcionales hechos históricos sucedidos en la Rusia de su tiempo, ello no fue obstáculo para que, al poco de su muerte, fuera acusado por el gobierno stalinista de dirigir una red de espías: su mujer fue ejecutada y su hija enviada al gulag.

http://www.suite101.net/content/dersu-uzala-de-vladimir-arseniev-a8415

Otro autor ,Esteban Ierardo, lo ha expresado también de forma magnífica:

Frente al mundo natural, la reacción del hombre es compleja, y puede expresarse mediante un movimiento triple: por un  lado, la cultura se proyecta sobre la presencia salvaje de la naturaleza para ordenarla e integrarla a la civilización. En segundo término el hombre puede idealizar la vida natural y entronizarla como esencia más auténtica y, paralelamente, de forma velada, humanizar la otredad de lo salvaje. Y también, la respuesta puede ser una intensa y asombrada observación de lo natural, que experimenta así la condición primaria y superior de la naturaleza. La primera y tercera posibilidad recién mencionadas, se reflejan en el vínculo del explorador ruso y Dersu Uzala. Arseniev explora la taiga salvaje para cartografiarla, para ubicar la tierra en los mapas. Es el movimiento de proyección ordenadora de la civilización sobre lo terrestre. Dersu encarna el movimiento contrario. Es la salida de la primacía de un orden humano sobre lo natural para compenetrarse con una realidad pre-cartográfica y originaria. Y es en el contexto de estas dos actitudes contrastadas donde se produce el encuentro entre dos culturas, entre lo moderno y lo arcaico. El encuentro entre dos culturas puede significar la trasformación de ambos términos de la relación, o de uno solo de ellos. Tal vez es más factible la alteración de la cultura que recibe o recupera algo ausente que es presencia en la otra. En la cultura moderna y racionalista que representa Arseniev y su formación científica, la apertura emocional y la mirada espiritual de la naturaleza de Dersu es ausencia. Estas cualidades del cazador invaden positivamente la sensibilidad del capitán científico ruso. La nobleza de Dersu, su carácter generoso y desinteresado, es también una riqueza ética que, gradualmente, infunde respeto y estima entre Arseniev y sus hombres. Ante los rusos, Dersu expone también su experiencia de la naturaleza animista y premoderna. El animismo percibe una fuerza viviente en cada presencia natural. Un rasgo perceptivo que se manifiesta, por ejemplo, cuando el cazador y la patrulla rusa se refugian de la lluvia. Las gotas del cielo parecen que caerán largamente. Pero Dersu escucha los pájaros, señal de que la cascada que se derrama desde lo alto pronto decrecerá. El sol está próximo a reaparecer. Y los rayos solares efectivamente penetran entre abiertos penachos de nubes. Dersu señala al sol. Pero: ¿qué puede saber el cazador sobre el sol?, sugieren los sarcásticos soldados. ¿Cómo puede saber algo sustantivo sobre el fuego solar un nómada primitivo de los bosques? Ese conocimiento sólo puede estar reservado al conocimiento científico, capaz de traducir su realidad en proposiciones de física, química, o matemáticas. Pero Dersu se sorprende: “¿Es que no han visto nunca el sol?”. El hombre moderno poco atiende a los fuegos celestes, o a las maravillas terrestres. Su relación con los elementos, con el conjunto de la naturaleza, suele estar mediada por sus conceptos, por sus representaciones intelectuales, por una cosmovisión racional. El sujeto así no percibe directamente el sol. La fuerza solar sólo le entrega una definición, una idea. Pero Dersu percibe la antorcha del cielo. Sabe que el sol está vivo, y que de él depende la vida terrestre. Percibe su energía vehemente y la venera. Su valoración de la naturaleza es efecto de un continuo ver, de una alerta percepción de las fuerzas naturales como entidades vivientes.Y, paralelamente, frente a la riqueza natural, la mirada del cazador cultiva un saber empírico, particular. Dersu ve y descifra huellas, señales. Recoge información sobre el deambular de animales o personas. Es rastreador. Dersu no se distancia de las coronas vegetales del bosque mediante cálculos matemáticos o teorizaciones filosóficas. El cazador convierte a la tierra y sus rastros en textos a descifrar, en tejidos sutiles de evidencias físicas a interpretar. La lectura empírica de señales que surge con las prácticas de caza deriva en las particulares habilidades de rastreadores y baquianos de diversas culturas donde el hombre no ha roto todavía la empatía con su entorno geográfico  El cazador sabe de forma inductiva. Va de lo particular a lo general. Observa las señales escritas en lo físico, en lo material. Dersu es heredero del ancestral saber de los cazadores paleolíticos.

http://www.temakel.com/cinedersuuzala.htm

Tres vídeos que reflejan al personaje, extraídos de la película de Akira Kurosawa:

http://www.youtube.com/watch?v=hnZlYyUhGXk&feature=player_embedded

http://www.youtube.com/watch?v=770T7UkqJl0&feature=player_embedded

http://www.youtube.com/watch?v=Y-XNoJ8Ub64&feature=player_embedded

El cine de Akira Kurosawa es el más conocido referente del cine japonés en Occidente.  Dentro de la vasta filmografía del artista de la pequeña y vigorosa isla del Lejano Oriente, Dersu Uzala es uno de sus films más entrañables. A comienzos del siglo pasado, Vladimir Arseniev, un explorador ruso, geógrafo y capitán del ejército, se encuentra con un vivo exponente de la sabiduría arcaica, de la íntima relación con el bosque y los ritmos naturales: el cazador Dersu Uzala. En 1923, Arserniev publica un libro sobre sus viajes, durante los cuales conoce a Dersu. No podía imaginar entonces que sus recuerdos serían luego el alimento para una de las obras de mayor poesía y humanismo en la historia del cine de autor. Aquí presentamos un texto personal sobre el film de Kurosawa y sobre la perdida cosmovisión de un solitario cazador.

http://www.dersuuzala.info/?p=78

Más sobre la obra de V.Arseniev:

VLADIMIR ARSENEV Klavdievich
Amir A. Khisamutdinov

В.К.АрсеньевПамятник В.К.Арсеньеву в г.Арсеньеве

Vladivostok
En las selvas de Primorie
En el borde del Ussuri con Dersu Uzala
En el Sikhote-Alin. Muerte Dersu
Bajo el lema del Jubileo en la taiga
En San Petersburgo
En la región montañosa de Jan De Yange
Tesoro en Korfovskoy y un viaje a Kamchatka en 1918
Estilo de Vida
Cómo convertirse en un viajero
Aventuras en Gizhiga
En Comandantes
En la sociedad de la región de Amur
Calumnia
En una recepción en el KGB
En Khabarovsk
Anyuiskiy expedición y la denuncia
Último viaje
Reunión del “lobo de mar y la taiga”
Tras Dersu
Más información en el servidor:
Ensayos sobre la historia de la investigación en el Lejano Oriente ruso
Ciencia
Mar Museo del Estado de im.V.K.Arseneva
fotos usados de los álbumes de fotos Vladimir Arseniev Klavdievich, Vladivostok, editorial “Ussuri”, 1997

El hombre que plantaba árboles.Un relato de Jean Giono.

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En este mundo  en el que vivimos.Lleno de codicia y desesperanza.Los relatos llenos de inocencia y poesía tienen ,al menos para mí, un valor excepcional.Inicio hoy ,con el presente de Jean Giono, una colección de relatos sobre personas que mostraron una curiosa forma de enfrentarse a la desesperanza.Personas que ,muchas de ellas,se aislaron del mundo para poder sobrevivir mejor en él.No siempre son relatos muy edificantes.No siempre tienen mucho sentido ,y no siempre serán comprendidos por el común de los lectores.Ante la adversidad, las soluciones que han tomado en el pasado las personas son muchas.Por un lado unirse a otros y encarar los problemas en comunidad,buscar soluciones,revelarse contra el poder opresivo,instaurar otro poder opresivo… Otra solución es la propia de los anacoretas ,y aquellos que por circunstancias de la vida perdieron progresivamente los vínculos con la gente a la que ,en un tiempo anterior,tenían puesta su confianza ,su ilusión y que la vida les arrebató. En ese caso normalmente se suelen dar dos caminos:O la introspección en medio del mundo ,o el apartamiento para contemplar mejor la obra de Dios.En esos casos el anacoreta puede ser un “religioso” o simplemente alguien que se acerca de forma total a la naturaleza y pasa a “fundirse” con ella.Es el caso del relato que presento hoy,así como otros :”Derzu Uzala”etc,será también un buen ejemplo. Este relato del francés Jean Giono,escrito en torno a 1953 , lo escribió por encargo de la revista ultraconservadora estadounidense “Reader’s Digest”,para cubrir el tema “el hombre más extraordinario que he conocido”,este relato le cubrió de una cierta aureola ecologista,solidaria,y optimista ,que no se corresponde con el resto de la obra del autor.El personaje “escapó” al autor y parece tener vida propia. Para poder realizar su obra el protagonista,el “héroe”, necesita fundamentalmente dos complicidades: la naturaleza y el resto ,que llegando a conocer su actividad,no la molestan y la apoyan,sobre todo,con la propia inactividad.Ese “hacer” de unos y “no hacer ” de otros marca,a mi entender uno de los puntos culminantes del relato. ¡Cuántas veces quisiéramos ,como Eleazar,esa complicidad si no activa al menos pasiva, de los demás! “Si me querei irze”,decía la folclórica. “Si me querei marcharze” ,repetía una y otra vez.Se trata de personajes solitarios que prefieren ,sin duda,estar solos a estar mal acompañados…

http://dotsub.com/media/2d7b8a37-4f64-4241-8019-642e965d124f/e/m

http://dotsub.com/view/2d7b8a37-4f64-4241-8019-642e965d124f

http://fr.wikipedia.org/wiki/L’Homme_qui_plantait_des_arbres

El hombre que plantaba árboles.Un relato de Jean Giono.

Traducción al Español:

Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible. Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre. Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella. Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido. Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable. Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida… Tenía que cambiar mi campamento. Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el derredor reinaban la misma sequedad, las mismas hierbas toscas. Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor. Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra. Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno. El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad. Para mí esto era sorprendente en ese país estéril. No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó. El tejado era fuerte y sólido. Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa. La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego. Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos. Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil. Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia. Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región… Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas. Estaban habitadas por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades. La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente. Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban. Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana. Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia. Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios. Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida. Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa. Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa. Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo. Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las separó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir. Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor. Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua. Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo. Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle. Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba. Tuve miedo de que me quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros. Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida. No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra. Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme. Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil. De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada. Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre. Era evidentemente mayor de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier. Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación. Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios. Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar. Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita. Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas. También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra. Al día siguiente nos separamos. Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años. Un “soldado de infantería” apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé. Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire freco durante un tiempo. Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la “tierra estéril”. El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra. El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. “Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio”. Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir… Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado: había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas. Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes. Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto. Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1.910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos. Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho. Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción… Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1.915), cuando yo estaba luchando en Verdún. Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra. Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos. Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo. Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona. Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca. Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían. Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua. El viento también ayudó a esparcir semillas. Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir. Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro. Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier. Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición. Pero era indetectable. Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante. Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeald trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste. En 1.933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 km. de su casa, y para evitar las ideas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación. Y así lo hizo al año siguiente. En 1.935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el “bosque natural”. La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos. Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer… y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida. De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado. Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier. Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección. El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo. Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje… En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura. Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1.913, un desierto… y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa. Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles. Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado. No fue muy insistente; “por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo”. Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: “¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!”. Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida. Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros. El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente. La tala de robles empezó en 1.940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1.939 como había ignorado la de 1.914. Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1.945. Tenía entonces ochenta y siete años. Volví a recorrer el camino de la “tierra estéril”; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús… Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad. El autobús me dejó en Vergons. En 1.913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo. Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud. Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada. Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombro era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos. Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento. Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas. Ahora había veinticinco habitantes. Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir. Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí. En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados. Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad. Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca. Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad. Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones. Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier. Por eso, cuando reflexiono en aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canaan, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable. Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios. (Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1.947 en el hospicio de Banon). Jean Giono.

Aquí el texto original:

L’HOMME QUI PLANTAIT DES ARBRES.

Une nouvelle de Jean Giono

Pour que le caractère d’un être humain dévoile des qualités vraiment exceptionnelles, il faut avoir la bonne fortune de pouvoir observer son action pendant de longues années. Si cette action est dépouillée de tout égoïsme, si l’idée qui la dirige est d’une générosité sans exemple, s’il est absolument certain qu’elle n’a cherché de récompense nulle part et qu’au surplus elle ait laissé sur le monde des marques visibles, on est alors, sans risque d’erreurs, devant un caractère inoubliable. Il y a environ une quarantaine d’années, je faisais une longue course à pied, sur des hauteurs absolument inconnues des touristes, dans cette très vieille région des Alpes qui pénètre en Provence. Cette région est délimitée au sud-est et au sud par le cours moyen de la Durance, entre Sisteron et Mirabeau; au nord par le cours supérieur de la Drôme, depuis sa source jusqu’à Die; à l’ouest par les plaines du Comtat Venaissin et les contreforts du Mont-Ventoux. Elle comprend toute la partie nord du département des Basses-Alpes, le sud de la Drôme et une petite enclave du Vaucluse. C’était, au moment où j’entrepris ma longue promenade dans ces déserts, des landes nues et monotones, vers 1200 à 1300 mètres d’altitude. Il n’y poussait que des lavandes sauvages. Je traversais ce pays dans sa plus grande largeur et, après trois jours de marche, je me trouvais dans une désolation sans exemple. Je campais à côté d’un squelette de village abandonné. Je n’avais plus d’eau depuis la veille et il me fallait en trouver. Ces maisons agglomérées, quoique en ruine, comme un vieux nid de guêpes, me firent penser qu’il avait dû y avoir là, dans le temps, une fontaine ou un puits. Il y avait bien une fontaine, mais sèche. Les cinq à six maisons, sans toiture, rongées de vent et de pluie, la petite chapelle au clocher écroulé, étaient rangées comme le sont les maisons et les chapelles dans les villages vivants, mais toute vie avait disparu. C’était un beau jour de juin avec grand soleil, mais sur ces terres sans abri et hautes dans le ciel, le vent soufflait avec une brutalité insupportable. Ses grondements dans les carcasses des maisons étaient ceux d’un fauve dérangé dans son repas. Il me fallut lever le camp. A cinq heures de marche de là, je n’avais toujours pas trouvé d’eau et rien ne pouvait me donner l’espoir d’en trouver. C’était partout la même sécheresse, les mêmes herbes ligneuses. Il me sembla apercevoir dans le lointain une petite silhouette noire, debout. Je la pris pour le tronc d’un arbre solitaire. A tout hasard, je me dirigeai vers elle. C’était un berger. Une trentaine de moutons couchés sur la terre brûlante se reposaient près de lui. Il me fit boire à sa gourde et, un peu plus tard, il me conduisit à sa bergerie, dans une ondulation du plateau. Il tirait son eau – excellente – d’un trou naturel, très profond, au-dessus duquel il avait installé un treuil rudimentaire. Cet homme parlait peu. C’est le fait des solitaires, mais on le sentait sûr de lui et confiant dans cette assurance. C’était insolite dans ce pays dépouillé de tout. Il n’habitait pas une cabane mais une vraie maison en pierre où l’on voyait très bien comment son travail personnel avait rapiécé la ruine qu’il avait trouvé là à son arrivée. Son toit était solide et étanche. Le vent qui le frappait faisait sur les tuiles le bruit de la mer sur les plages. Son ménage était en ordre, sa vaisselle lavée, son parquet balayé, son fusil graissé; sa soupe bouillait sur le feu. Je remarquai alors qu’il était aussi rasé de frais, que tous ses boutons étaient solidement cousus, que ses vêtements étaient reprisés avec le soin minutieux qui rend les reprises invisibles. Il me fit partager sa soupe et, comme après je lui offrais ma blague à tabac, il me dit qu’il ne fumait pas. Son chien, silencieux comme lui, était bienveillant sans bassesse. Il avait été entendu tout de suite que je passerais la nuit là; le village le plus proche était encore à plus d’une journée et demie de marche. Et, au surplus, je connaissais parfaitement le caractère des rares villages de cette région. Il y en a quatre ou cinq dispersés loin les uns des autres sur les flans de ces hauteurs, dans les taillis de chênes blancs à la toute extrémité des routes carrossables. Ils sont habités par des bûcherons qui font du charbon de bois. Ce sont des endroits où l’on vit mal. Les familles serrées les unes contre les autres dans ce climat qui est d’une rudesse excessive, aussi bien l’été que l’hiver, exaspèrent leur égoïsme en vase clos. L’ambition irraisonnée s’y démesure, dans le désir continu de s’échapper de cet endroit. Les hommes vont porter leur charbon à la ville avec leurs camions, puis retournent. Les plus solides qualités craquent sous cette perpétuelle douche écossaise. Les femmes mijotent des rancoeurs. Il y a concurrence sur tout, aussi bien pour la vente du charbon que pour le banc à l’église, pour les vertus qui se combattent entre elles, pour les vices qui se combattent entre eux et pour la mêlée générale des vices et des vertus, sans repos. Par là-dessus, le vent également sans repos irrite les nerfs. Il y a des épidémies de suicides et de nombreux cas de folies, presque toujours meurtrières. Le berger qui ne fumait pas alla chercher un petit sac et déversa sur la table un tas de glands. Il se mit à les examiner l’un après l’autre avec beaucoup d’attention, séparant les bons des mauvais. Je fumais ma pipe. Je me proposai pour l’aider. Il me dit que c’était son affaire. En effet : voyant le soin qu’il mettait à ce travail, je n’insistai pas. Ce fut toute notre conversation. Quand il eut du côté des bons un tas de glands assez gros, il les compta par paquets de dix. Ce faisant, il éliminait encore les petits fruits ou ceux qui étaient légèrement fendillés, car il les examinait de fort près. Quand il eut ainsi devant lui cent glands parfaits, il s’arrêta et nous allâmes nous coucher. La société de cet homme donnait la paix. Je lui demandai le lendemain la permission de me reposer tout le jour chez lui. Il le trouva tout naturel, ou, plus exactement, il me donna l’impression que rien ne pouvait le déranger. Ce repos ne m’était pas absolument obligatoire, mais j’étais intrigué et je voulais en savoir plus. Il fit sortir son troupeau et il le mena à la pâture. Avant de partir, il trempa dans un seau d’eau le petit sac où il avait mis les glands soigneusement choisis et comptés. Je remarquai qu’en guise de bâton, il emportait une tringle de fer grosse comme le pouce et longue d’environ un mètre cinquante. Je fis celui qui se promène en se reposant et je suivis une route parallèle à la sienne. La pâture de ses bêtes était dans un fond de combe. Il laissa le petit troupeau à la garde du chien et il monta vers l’endroit où je me tenais. J’eus peur qu’il vînt pour me reprocher mon indiscrétion mais pas du tout : c’était sa route et il m’invita à l’accompagner si je n’avais rien de mieux à faire. Il allait à deux cents mètres de là, sur la hauteur. Arrivé à l’endroit où il désirait aller, il se mit à planter sa tringle de fer dans la terre. Il faisait ainsi un trou dans lequel il mettait un gland, puis il rebouchait le trou. Il plantait des chênes. Je lui demandai si la terre lui appartenait. Il me répondit que non. Savait-il à qui elle était ? Il ne savait pas. Il supposait que c’était une terre communale, ou peut-être, était-elle propriété de gens qui ne s’en souciaient pas ? Lui ne se souciait pas de connaître les propriétaires. Il planta ainsi cent glands avec un soin extrême. Après le repas de midi, il recommença à trier sa semence. Je mis, je crois, assez d’insistance dans mes questions puisqu’il y répondit. Depuis trois ans il plantait des arbres dans cette solitude. Il en avait planté cent mille. Sur les cent mille, vingt mille était sortis. Sur ces vingt mille, il comptait encore en perdre la moitié, du fait des rongeurs ou de tout ce qu’il y a d’impossible à prévoir dans les desseins de la Providence. Restaient dix mille chênes qui allaient pousser dans cet endroit où il n’y avait rien auparavant. C’est à ce moment là que je me souciai de l’âge de cet homme. Il avait visiblement plus de cinquante ans. Cinquante-cinq, me dit-il. Il s’appelait Elzéard Bouffier. Il avait possédé une ferme dans les plaines. Il y avait réalisé sa vie. Il avait perdu son fils unique, puis sa femme. Il s’était retiré dans la solitude où il prenait plaisir à vivre lentement, avec ses brebis et son chien. Il avait jugé que ce pays mourait par manque d’arbres. Il ajouta que, n’ayant pas d’occupations très importantes, il avait résolu de remédier à cet état de choses. Menant moi-même à ce moment-là, malgré mon jeune âge, une vie solitaire, je savais toucher avec délicatesse aux âmes des solitaires. Cependant, je commis une faute. Mon jeune âge, précisément, me forçait à imaginer l’avenir en fonction de moi-même et d’une certaine recherche du bonheur. Je lui dis que, dans trente ans, ces dix mille chênes seraient magnifiques. Il me répondit très simplement que, si Dieu lui prêtait vie, dans trente ans, il en aurait planté tellement d’autres que ces dix mille seraient comme une goutte d’eau dans la mer. Il étudiait déjà, d’ailleurs, la reproduction des hêtres et il avait près de sa maison une pépinière issue des faînes. Les sujets qu’il avait protégés de ses moutons par une barrière en grillage, étaient de toute beauté. Il pensait également à des bouleaux pour les fonds où, me dit-il, une certaine humidité dormait à quelques mètres de la surface du sol. Nous nous séparâmes le lendemain. L’année d’après, il y eut la guerre de 14 dans laquelle je fus engagé pendant cinq ans. Un soldat d’infanterie ne pouvait guère y réfléchir à des arbres. A dire vrai, la chose même n’avait pas marqué en moi : je l’avais considérée comme un dada, une collection de timbres, et oubliée. Sorti de la guerre, je me trouvais à la tête d’une prime de démobilisation minuscule mais avec le grand désir de respirer un peu d’air pur. C’est sans idée préconçue – sauf celle-là – que je repris le chemin de ces contrées désertes. Le pays n’avait pas changé. Toutefois, au-delà du village mort, j’aperçus dans le lointain une sorte de brouillard gris qui recouvrait les hauteurs comme un tapis. Depuis la veille, je m’étais remis à penser à ce berger planteur d’arbres. « Dix mille chênes, me disais-je, occupent vraiment un très large espace ». J’avais vu mourir trop de monde pendant cinq ans pour ne pas imaginer facilement la mort d’Elzéar Bouffier, d’autant que, lorsqu’on en a vingt, on considère les hommes de cinquante comme des vieillards à qui il ne reste plus qu’à mourir. Il n’était pas mort. Il était même fort vert. Il avait changé de métier. Il ne possédait plus que quatre brebis mais, par contre, une centaine de ruches. Il s’était débarrassé des moutons qui mettaient en péril ses plantations d’arbres. Car, me dit-il (et je le constatais), il ne s’était pas du tout soucié de la guerre. Il avait imperturbablement continué à planter. Les chênes de 1910 avaient alors dix ans et étaient plus hauts que moi et que lui. Le spectacle était impressionnant. J’étais littéralement privé de parole et, comme lui ne parlait pas, nous passâmes tout le jour en silence à nous promener dans sa forêt. Elle avait, en trois tronçons, onze kilomètres de long et trois kilomètres dans sa plus grande largeur. Quand on se souvenait que tout était sorti des mains et de l’âme de cet homme – sans moyens techniques – on comprenait que les hommes pourraient être aussi efficaces que Dieu dans d’autres domaines que la destruction. Il avait suivi son idée, et les hêtres qui m’arrivaient aux épaules, répandus à perte de vue, en témoignaient. Les chênes étaient drus et avaient dépassé l’âge où ils étaient à la merci des rongeurs; quant aux desseins de la Providence elle-même, pour détruire l’oeuvre créée, il lui faudrait avoir désormais recours aux cyclones. Il me montra d’admirables bosquets de bouleaux qui dataient de cinq ans, c’est-à-dire de 1915, de l’époque où je combattais à Verdun. Il leur avait fait occuper tous les fonds où il soupçonnait, avec juste raison, qu’il y avait de l’humidité presque à fleur de terre. Ils étaient tendres comme des adolescents et très décidés. La création avait l’air, d’ailleurs, de s’opérer en chaînes. Il ne s’en souciait pas; il poursuivait obstinément sa tâche, très simple. Mais en redescendant par le village, je vis couler de l’eau dans des ruisseaux qui, de mémoire d’homme, avaient toujours été à sec. C’était la plus formidable opération de réaction qu’il m’ait été donné de voir. Ces ruisseaux secs avaient jadis porté de l’eau, dans des temps très anciens. Certains de ces villages tristes dont j’ai parlé au début de mon récit s’étaient construits sur les emplacements d’anciens villages gallo-romains dont il restait encore des traces, dans lesquelles les archéologues avaient fouillé et ils avaient trouvé des hameçons à des endroits où au vingtième siècle, on était obligé d’avoir recours à des citernes pour avoir un peu d’eau. Le vent aussi dispersait certaines graines. En même temps que l’eau réapparut réapparaissaient les saules, les osiers, les prés, les jardins, les fleurs et une certaine raison de vivre. Mais la transformation s’opérait si lentement qu’elle entrait dans l’habitude sans provoquer d’étonnement. Les chasseurs qui montaient dans les solitudes à la poursuite des lièvres ou des sangliers avaient bien constaté le foisonnement des petits arbres mais ils l’avaient mis sur le compte des malices naturelles de la terre. C’est pourquoi personne ne touchait à l’oeuvre de cet homme. Si on l’avait soupçonné, on l’aurait contrarié. Il était insoupçonnable. Qui aurait pu imaginer, dans les villages et dans les administrations, une telle obstination dans la générosité la plus magnifique ? A partir de 1920, je ne suis jamais resté plus d’un an sans rendre visite à Elzéard Bouffier. Je ne l’ai jamais vu fléchir ni douter. Et pourtant, Dieu sait si Dieu même y pousse ! Je n’ai pas fait le compte de ses déboires. On imagine bien cependant que, pour une réussite semblable, il a fallu vaincre l’adversité; que, pour assurer la victoire d’une telle passion, il a fallu lutter avec le désespoir. Il avait, pendant un an, planté plus de dix mille érables. Ils moururent tous. L’an d’après, il abandonna les érables pour reprendre les hêtres qui réussirent encore mieux que les chênes. Pour avoir une idée à peu près exacte de ce caractère exceptionnel, il ne faut pas oublier qu’il s’exerçait dans une solitude totale; si totale que, vers la fin de sa vie, il avait perdu l’habitude de parler. Ou, peut-être, n’en voyait-il pas la nécessité ? En 1933, il reçut la visite d’un garde forestier éberlué. Ce fonctionnaire lui intima l’ordre de ne pas faire de feu dehors, de peur de mettre en danger la croissance de cette forêt naturelle. C’était la première fois, lui dit cet homme naïf, qu’on voyait une forêt pousser toute seule. A cette époque, il allait planter des hêtres à douze kilomètres de sa maison. Pour s’éviter le trajet d’aller-retour – car il avait alors soixante-quinze ans – il envisageait de construire une cabane de pierre sur les lieux mêmes de ses plantations. Ce qu’il fit l’année d’après. En 1935, une véritable délégation administrative vint examiner la « forêt naturelle ». Il y avait un grand personnage des Eaux et Forêts, un député, des techniciens. On prononça beaucoup de paroles inutiles. On décida de faire quelque chose et, heureusement, on ne fit rien, sinon la seule chose utile : mettre la forêt sous la sauvegarde de l’Etat et interdire qu’on vienne y charbonner. Car il était impossible de n’être pas subjugué par la beauté de ces jeunes arbres en pleine santé. Et elle exerça son pouvoir de séduction sur le député lui-même. J’avais un ami parmi les capitaines forestiers qui était de la délégation. Je lui expliquai le mystère. Un jour de la semaine d’après, nous allâmes tous les deux à la recherche d’Elzéard Bouffier. Nous le trouvâmes en plein travail, à vingt kilomètres de l’endroit où avait eu lieu l’inspection. Ce capitaine forestier n’était pas mon ami pour rien. Il connaissait la valeur des choses. Il sut rester silencieux. J’offris les quelques oeufs que j’avais apportés en présent. Nous partageâmes notre casse-croûte en trois et quelques heures passèrent dans la contemplation muette du paysage. Le côté d’où nous venions était couvert d’arbres de six à sept mètres de haut. Je me souvenais de l’aspect du pays en 1913 : le désert… Le travail paisible et régulier, l’air vif des hauteurs, la frugalité et surtout la sérénité de l’âme avaient donné à ce vieillard une santé presque solennelle. C’était un athlète de Dieu. Je me demandais combien d’hectares il allait encore couvrir d’arbres. Avant de partir, mon ami fit simplement une brève suggestion à propos de certaines essences auxquelles le terrain d’ici paraissait devoir convenir. Il n’insista pas. « Pour la bonne raison, me dit-il après, que ce bonhomme en sait plus que moi. » Au bout d’une heure de marche – l’idée ayant fait son chemin en lui – il ajouta : « Il en sait beaucoup plus que tout le monde. Il a trouvé un fameux moyen d’être heureux ! » C’est grâce à ce capitaine que, non seulement la forêt, mais le bonheur de cet homme furent protégés. Il fit nommer trois gardes-forestiers pour cette protection et il les terrorisa de telle façon qu’ils restèrent insensibles à tous les pots-de-vin que les bûcherons pouvaient proposer. L’oeuvre ne courut un risque grave que pendant la guerre de 1939. Les automobiles marchant alors au gazogène, on n’avait jamais assez de bois. On commença à faire des coupes dans les chênes de 1910, mais ces quartiers sont si loin de tous réseaux routiers que l’entreprise se révéla très mauvaise au point de vue financier. On l’abandonna. Le berger n’avait rien vu. Il était à trente kilomètres de là, continuant paisiblement sa besogne, ignorant la guerre de 39 comme il avait ignoré la guerre de 14. J’ai vu Elzéard Bouffier pour la dernière fois en juin 1945. Il avait alors quatre-vingt-sept ans. J’avais donc repris la route du désert, mais maintenant, malgré le délabrement dans lequel la guerre avait laissé le pays, il y avait un car qui faisait le service entre la vallée de la Durance et la montagne. Je mis sur le compte de ce moyen de transport relativement rapide le fait que je ne reconnaissais plus les lieux de mes dernières promenades. Il me semblait aussi que l’itinéraire me faisait passer par des endroits nouveaux. J’eus besoin d’un nom de village pour conclure que j’étais bien cependant dans cette région jadis en ruine et désolée. Le car me débarqua à Vergons. En 1913, ce hameau de dix à douze maisons avait trois habitants. Ils étaient sauvages, se détestaient, vivaient de chasse au piège : à peu près dans l’état physique et moral des hommes de la préhistoire. Les orties dévoraient autour d’eux les maisons abandonnées. Leur condition était sans espoir. Il ne s’agissait pour eux que d’attendre la mort : situation qui ne prédispose guère aux vertus. Tout était changé. L’air lui-même. Au lieu des bourrasques sèches et brutales qui m’accueillaient jadis, soufflait une brise souple chargée d’odeurs. Un bruit semblable à celui de l’eau venait des hauteurs : c’était celui du vent dans les forêts. Enfin, chose plus étonnante, j’entendis le vrai bruit de l’eau coulant dans un bassin. Je vis qu’on avait fait une fontaine, qu’elle était abondante et, ce qui me toucha le plus, on avait planté près d’elle un tilleul qui pouvait déjà avoir dans les quatre ans, déjà gras, symbole incontestable d’une résurrection. Par ailleurs, Vergons portait les traces d’un travail pour l’entreprise duquel l’espoir était nécessaire. L’espoir était donc revenu. On avait déblayé les ruines, abattu les pans de murs délabrés et reconstruit cinq maisons. Le hameau comptait désormais vingt-huit habitants dont quatre jeunes ménages. Les maisons neuves, crépies de frais, étaient entourées de jardinpara revelars potagers où poussaient, mélangés mais alignés, les légumes et les fleurs, les choux et les rosiers, les poireaux et les gueules-de-loup, les céleris et les anémones. C’était désormais un endroit où l’on avait envie d’habiter. A partir de là, je fis mon chemin à pied. La guerre dont nous sortions à peine n’avait pas permis l’épanouissement complet de la vie, mais Lazare était hors du tombeau. Sur les flans abaissés de la montagne, je voyais de petits champs d’orge et de seigle en herbe; au fond des étroites vallées, quelques prairies verdissaient. Il n’a fallu que les huit ans qui nous séparent de cette époque pour que tout le pays resplendisse de santé et d’aisance. Sur l’emplacement des ruines que j’avais vues en 1913, s’élèvent maintenant des fermes propres, bien crépies, qui dénotent une vie heureuse et confortable. Les vieilles sources, alimentées par les pluies et les neiges que retiennent les forêts, se sont remises à couler. On en a canalisé les eaux. A côté de chaque ferme, dans des bosquets d’érables, les bassins des fontaines débordent sur des tapis de menthes fraîches. Les villages se sont reconstruits peu à peu. Une population venue des plaines où la terre se vend cher s’est fixée dans le pays, y apportant de la jeunesse, du mouvement, de l’esprit d’aventure. On rencontre dans les chemins des hommes et des femmes bien nourris, des garçons et des filles qui savent rire et ont repris goût aux fêtes campagnardes. Si on compte l’ancienne population, méconnaissable depuis qu’elle vit avec douceur et les nouveaux venus, plus de dix mille personnes doivent leur bonheur à Elzéard Bouffier. Quand je réfléchis qu’un homme seul, réduit à ses simples ressources physiques et morales, a suffi pour faire surgir du désert ce pays de Canaan, je trouve que, malgré tout, la condition humaine est admirable. Mais, quand je fais le compte de tout ce qu’il a fallu de constance dans la grandeur d’âme et d’acharnement dans la générosité pour obtenir ce résultat, je suis pris d’un immense respect pour ce vieux paysan sans culture qui a su mener à bien cette oeuvre digne de Dieu. Elzéard Bouffier est mort paisiblement en 1947 à l’hospice de Banon.

http://dotsub.com/view/2d7b8a37-4f64-4241-8019-642e965d124f

La novela de Jean Giono que fue escrita alrededor de 1953, es poco conocida en Francia. El texto se pudo recuperar gracias a que contrariamente a lo que sucede en Francia, la historia ha sido ampliamente difundida en el mundo entero y ha sido traducida a trece idiomas. Lo que ha contribuido también a que se hallan hecho numerosas preguntas alrededor de la personalidad de Eleazar Bouffier y sobre de los bosques de Vergins. Si bien es cierto que el hombre que plantó los encinos es un simple producto de la imaginación del autor; es importante aclarar que efectivamente en ésta región se ha realizado un enorme esfuerzo de reforestación, sobretodo a partir de 1880. Cien mil hectáreas han sido reforestadas antes de la Primera Guerra Mundial, utilizando predominantemente pino negro de Austria y malezas de Europa. Estos bosques son actualmente bellísimos y han efectivamente transformado el paisaje y el régimen de las aguas de esta región. He aquí el texto de la carta que Giono escribió al director del Departamento de Aguas y Bosques, el señor Valderyon, en 1957 haciendo referencia a esta novela.

Querido Señor:

Siento mucho decepcionarlo, pero Eleazar Bouffier es un personaje inventado. El objetivo de esta historia es el de hacer amar a los árboles, o con mayor precisión: hacer amar plantar árboles (lo que después de todo, es una de mis ideas más preciadas). O, si se considera por el resultado; el objetivo es obtener el mismo resultado de nuestro personaje imaginario. El texto que usted ha leído en «Trees and life» ha sido traducido al Danés, Finés, Sueco, Noruego, Inglés, Alemán, Ruso, Checoslovaco, Húngaro, Español, Italiano, Yddish y Polaco. Cedo mis derechos gratuitamente a todas las reproducciones. Un americano me ha buscado recientemente para solicitarme la autorización para hacer un tiraje de 100 000 ejemplares del texto que van a ser repartidas gratuitamente en América (algo que tengo bien entendido y aceptado). La Universidad de Zagreb ha hecho una traducción al Yugoslavo. Este es uno de los textos que he escrito de los que me siento más orgulloso, porque cumple con la función para la que fue escrito. Dicho sea de paso, estahistoria no me aporta ningún céntimo.

Si a usted le es posible, me encantaría que pudiéramos reunirnos para hablar precisamente de la utilización práctica de este texto. Yo considero que es ya el tiempo de que hagamos una política favorable al árbol, a pesar de que la palabra política parezca bastante mal adaptada.

Muy cordialmente,

Jean Giono

http://huertatelo.blogspot.com/2009/05/el-hombre-que-plantaba-arboles.html