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Las Capitulaciones de Santa Fé de Cristóbal Colón .Exposición sobre la era de los descubrimientos en el antiguo Archivo de la Corona de Aragón.

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DEC
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Las Capitulaciones de Santa Fé de Cristóbal Colón .Exposición sobre la era de los descubrimientos en el antiguo Archivo de la Corona de Aragón.

¿Malditas las guerras y quienes las promueven? La «primavera árabe «.

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El papel de los reporteros cobra ,otra vez,protagonismo.

La frase ,que lanzó Julio Anguita con ocasión del duelo por la muerte de su hijo reportero en la guerra de Irak,causó sensación y fue de las más comentadas y coreadas por la ingente masa de detractores de aquella «intervención militar».Las cosas son así y ,por mucho que nos empeñemos ,y le pese a Francis Fukuyama, la Historia no solamente no ha terminado, si no que,por el contrario parece que no ha hecho más que empezar.La Historia debía haber llegado a un punto de gran estabilidad.La guerra fría había concluído con el aplastante triunfo de la democracia liberal.Todos bebían «Coca-cola»,miraban los programas de la tele y esperaban con ansia la llegada de las vacaciones…La potencia hegemónica,que no imperial,de los Estados Unidos garantizaría la pacífica implantación del capitalismo,de la globalización y del modo de vida occidental,ligado al consumismo,a la cultura de masas y a los medios de comunicación basados en los nuevos medios tecnológicos y de comunicaciones. Pero la realidad es muy tozuda.En los estados del llamado «socialismo real» se intentó desacreditar y desprestigiar a la religión.El «materialismo histórico»,y consecuentemente sus supuestos muchos logros materiales,sociales y culturales la hacían algo del pasado.En los países capitalistas occidentales ,donde todo es negocio,tampoco pasa por su mejor momento.El caso es que en los países que han salido del comunismo,la corrupción se ha extendido como un manto y el desánimo ha cundido en muchas de esas sociedades.La situación de opresión política y de carencias materiales ha sido una constante en la generalidad de países árabes.Exceptuando,tal vez algún caso como los Emiratos Árabes ,Catar o Dubai ,a la opresión se unen carencias materiales y dudas sobre el porvenir para sus habitantes.Durante años la descolonización ,el hallazgo y explotación de ingentes recursos naturales,especialmente petróleo y gas,no ha sido suficiente para calmar las ansias de progreso ,libertad,democracia y futuro de una población en permanente explosión demográfica.Después de las «intervenciones armadas » o guerras de Afghanistán,e Irak (que aún no se han resuelto),la olla exprés del mundo árabe y/o musulmán ,pues seguramente se puede unir Irán y Paquistán, que no son lo primero pero sí lo segundo,vuelve a asombrar,maravillar y preocupar al Mundo.

No sabemos el alcance que tendrá este movimiento ,que ha conseguido derrocar a presidentes-dictadores enquistados durante décadas en el poder,ha hecho caer a gobiernos y ,tal vez ,suponga una renovación de la clase dirigente en varios países.No se puede aventurar nada.Pero en mi opinión la religión,que en el mundo musulmán,como hace siglos en el cristianismo,va íntimamente ligada al Derecho y al gobierno tendrá mucho que decir.En Libia partidarios y detractores de Gadafi gritan «Alá es grande»,mientras se matan sin piedad.Se bombardean pero,de momento respetan escrupulosamente las instalaciones petrolíferas.Los Estados Unidos,cuyo presupuesto militar es el mayor del mundo,pero su influencia económica y política no deja de disminuir,tiene pavor a verse identificado como Estado agresor.Deja para ello la dirección político-militar en manos de otros gobiernos y de la OTAN,lo que no deja de ser curioso para una intervención (la que pretende proteger a los civiles libios) auspiciada y aprobada por la ONU.Pero claro,como la política exterior común de la UE,ni está ni se le espera ,Francia y Reino Unido,(Sarkozy y Cámeron),han ido por libre.Los rebeldes libios,y la población que estaba siendo masacrada en Libia,se lo agradecerán algún día.

No se les puede reprochar a los Estados Unidos de Norteamérica,ese intento de «tirar el Tomahawk y esconder la mano»,pues desde la guerra de Corea para acá todo han sido fracasos más o menos humillantes,cuando no victorias pírricas.La fama de «hacer amigos» por el mundo les ha acompañado en todas estas décadas y en ello mucho ha tenido que ver siempre el eterno problema del Estado de Israel.Sirve de pretexto y excusa para todo.Eso propicia que entre muchas personas árabes o musulmanas,hagan lo que hagan los yankis siempre los critiquen.Pero ahora,se está viendo y viviendo en Siria,Palestina,Yemen,Bahrein,Jordania,Argelia,Marruecos,y se enfrentan a sus gobiernos y a sus contradicciones.Piden libertad,transparencia,unidad,progreso,democracia.Todo puede cambiar.Piden poder vivir,como los paises occidentales,en aquello que les interesa.Esa excusa,me refiero a Israel y su aliado americano, seguirá siendo utilizada por unos y otros,pero,si no ando muy errado ,los cambios se producirán igual.

¿Tendrá la UE algún día una voz política,económica y militar propia?

El muro de la incomprensión.¿Es posible un mundo pacífico desprovisto de violencia,opresión y guerras?

 

Error de la Banca a nuestro favor…

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No.No,nos hemos vueltos todos locos.El título es ,como casi todo en estos tiempos, muy engañoso.Los bancos no nos han regalado nada.Todo te lo cobran con intereses.Sólo esperamos que cuando necesitemos recuperar nuestros depósitos, sean tan diligentes como acostumbran a ser para reclamarnos todo tipo de comisiones,intereses y gastos.No nos ha tocado A TODOS la Lotería.Resulta que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades .Unos pocos lo avisaban.El típico cenizo que cuando estás en lo mejor de la fiesta,bueno o de la orgía,se pone a decirte que cuidado, que estás bebiendo demasiado ,que tendrás resaca o que la rubia o morena es en realidad un travesti…La burbuja inmobiliaria había sido alimentada por bancos y cajas de ahorros ,así como por la proliferación de todo tipo de chiringuitos «renegociadores de hipotecas y deudas»,y las «agencias inmobiliarias» que surgieron como setas en cada esquina de la ciudad.Si fulanito vendía por 199 ,yo por 230 ,más la comisión 250 etc etc.El banco si algo valía 60 te dejaba 100, con la diferencia te podías ir de vacaciones,comprar el coche nuevo o los muebles,o mucho mejor,todo a la vez….

Esto se ha juntado a verdaderas «estafas piramidales «, y «chiringuitos financieros» de todo tipo y pelaje.En los años setenta,con la agonía del régimen de Franco, los escándalos de Sofico y Centinver ,entre otros muchos,le quitaron el dinero a un buen número de ilusos que vieron como los «duros a cuatro pesetas» salen caros … Los timos aprovechando todo tipo de resquicios de las leyes mercantiles,las cuentas en participación,las quiebras fraudulentas,los alzamientos de bienes, no han dejado de producirse.Gescartera,»los tontos del AVA»,finalmente los casos ligados a los «bienes tangibles»,Forum Filatélico y Afinsa etc etc.En todos ellos la responsabilidad de los poderes públicos ha brillado descaradamente por su ausencia.En el tema bancario ha habido algunos descalabros: el caso «Banca Catalana» ,» de los Pirineos»,»Navarra»entre otros.La intervención en RUMASA y su grupo bancario y asegurador y el más conocido «caso Banesto».En esos casos los ahorradores cobraron si tenían depósitos, pero sufrieron importantes pérdidas si eran acccionistas.Ahora tenemos un panorama mucho más complejo pues afecta a todo el sistema financiero,y a todo el sistema de financiación pública del Estado. Cajas intervenidas con disimulo y absorvidas por otras ,para enmascarar su liquidación o quiebra.Caso de la Caja de Castilla-la-Mancha,Caja Sur, a las que pueden seguir otras entidades en el futuro,a pesar de la reestructuración ordenada y planificada desde el Banco de España y con dinero público.

Ahora lloramos amargamente muchos embargos por impago de
hipotecas,muchos recortes sociales,muchos aumentos de presión fiscal,muy malas perpectivas de futuro si los bancos y cajas necesitan ayuda.Terrible situación si nuestro Estado Social y Democrático de Derecho entrara en una espiral de necesitar ayuda de la UE…


http://fernandodeandugar.blogspot.com/2010/05/las-cajas-de-ahorros-espanolas-juegan.html
http://blogs.20minutos.es/martinezsoler/tag/franco/
http://www.eleconomista.es/mercados-cotizaciones/noticias/917357/12/08/El-inversor-Bernard-L-Madoff-detenido-por-un-fraude-que-podria-ascender-a-50000-millones-de-dolares.htmlhttp://hemeroteca.lavanguardia.es/preview/1973/02/20/pagina-9/34254193/pdf.html http://es.wikipedia.org/wiki/SOFICO
http://www.20minutos.es/noticia/116949/0/red/operacion/pensiones/
http://www.consumer.es/web/es/economia_domestica/finanzas/2006/05/10/151879.php
http://www.forex.es/ava-estafa-timo-les-cuento-una-historial-real-t299-30.html
http://www.instituto-finanzas.com/blog/2008/09/16/%C2%BFpor-que-quiebra-lehman-brothers/
http://www.abc.es/20090906/economia-empresas/lehman-brothers-quiebra-pudo-20090906.html
http://lagrancorrupcion.blogspot.com/2009/07/icataluna-y-sus-bancos-vs-cataluna-y.html
http://www.rankia.com/articulos/210321-como-afecta-quiebra-lehman-brothers-ahorradores-espanoles
http://lagrancorrupcion.blogspot.com/2009/07/icataluna-y-sus-bancos-vs-cataluna-y.html
http://www.juandemariana.org/nota/4029/quiebra/lehman/brothers/podria/haber/
http://www.bolsaquest.com/blog/lehman-brothers-se-declara-en-quiebra-y-bank-of-america-compra-merrill-lynch/
http://www.burbuja.info/inmobiliaria/burbuja-inmobiliaria/80099-en-la-historia-de-espana-solo-han-quebrado-bancos-y-nunca-cajas-de-ahorros.html
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http://economia.noticias24.com/noticia/507/lehman-brothers-ultimo-capitulo-de-la-crisis-subprime/
http://www.elpais.com/articulo/economia/CATALUNA/BANCA_MAS_SARDA/BANCA_CATALANA/BANKUNION/LA_CAIXA_/DESDE_27-7-1990/BANCO_DE_LOS_PIRINEOS/crisis/bancaria/afecta/diversas/entidades/financieras/Cataluna/elpepieco/19820404elpepieco_6/Tes
http://www.elpais.com/articulo/economia/BANCO_DE_ESPANA/BANCO_DE_NAVARRA/crisis/Banco/Navarra/elpepieco/19780131elpepieco_1/Tes
http://www.elpais.com/articulo/economia/BANCO_DE_ESPANA/BANCO_DE_NAVARRA/depositantes/Banco/Navarra/podran/recuperar/dinero/elpepieco/19780118elpepieco_3/Tes
http://www.heraldo.es/noticias/detalle/los_abogados_del_caso_ava_ultiman_acuerdo_que_permitira_cobrar_millones.html
http://diariodeunbotifler.blogspot.com/2009_10_01_archive.html
http://www.diariojuridico.com/noticias/garzon-avanza-en-el-caso-forum-filatelico.html
http://www.elmundo.es/mundodinero/2009/01/19/economia/1232366079.html
http://www.elconfidencial.com/espana/cerebro-forum-filatelico-fugitivo-buscado-cambia-20101004-70175.html
http://afinsa.forogeneral.es/foro/documentos-comprometedores-t2257.html

Otra utopía : La búsqueda del «Pasaje al noroeste».

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El paso al noroeste es una ruta,un concepto entre la Geografía y la Filosofía.Es un estado del alma.Una ilusión y un intento de superar las dificultades.En un mundo dominado por lo gris,por la mediocridad, las grandes exploraciones planteaban y en cierta medida ,todavía hoy siguen planteando, un reto muy importante para la superación individual y colectiva.Pareciera que en el mundo ya está todo descubierto.Ello no es así,quedan zonas inmensas del planeta donde vivir y trabajar.El mundo está lleno de posibilidades.Los jóvenes tienen un gran futuro por delante ,los mayores mucho por aconsejar y guiar.La Historia no está escrita todavía ,pues se escribe cada día.La Ciencia y la Tecnología tienen mucho que decir.La  naturaleza debe ser preservada,pues las amenazas que se ciernen sobre ella son más que evidentes.Pero nuestro planeta está lleno de posibilidades…Canada tiene un territorio inmenso y muy escasamente poblado.El gobierno canadiense tiene que realizar periódicamente los llamados «actos de soberanía» ,enviando a algunos militares y colocando dispositivos electrónicos y sensores que testifiquen si alguien cruza algunas rutas o territorios… Pocos se atreven a vivir en las zonas del inmenso norte.Son territorios muy despoblados que contrastan con la mayor densidad de población del llamado «Canada útil».El gobierno intenta convencer a todo tipo de colonos para que se arriesguen y apuesten por los territorios del norte.El cámbio climático puede paradójicamente llegar a hacer que eso sea algún día posible.Tras milenios de frio intenso (hasta -50 grados) el calentamiento global ,tal vez haga muy fácil gran parte del año la «ruta del noroeste».

 

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=IR5CSRkSz64

 

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=KiKrYuuerAc&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=IU28jeAAaQE&feature=related

 

Pasaje al noroeste, Kenneth Roberts / Aventuras

 

El protagonista de esta novela es el creador de los Rangers, el oficial Rogers, que en Estados Unidos es una de las figuras más célebres de las guerras contra franceses e indios, pero la atención se centra también en Langdon Towne, un pintor,recientemente expulsado de la Universidad de Harvard, que pretende captar los modos de vida de los indígenas antes de que estos desaparezcan. A través de los ojos del pintor asiste el lector a la pericia vital de Rogers, quien está empeñado en encontrar un paso al Pacífico por el noroeste y para ello emprende una impresionante expedición que le expone a él y a sus hombres a las más emocionantes aventuras. Mediante este relato, asuntos como las costumbres de los indígenas, el carácter tempestuoso de Rogers y la dureza del medio van cobrando protagonismo y contribuyen a dotar de densidad a una emocionante novela histórica de aventuras.

 

El equipo del Sondeo Catlin del Ártico, encabezado por el explorador Pen Hadow, midió el grosor del hielo a medida que se trasladó en trineo y caminó a través de la parte norte del mar de Beaufort en el polo norte, durante un proyecto de investigación efectuado anteriormente este año.

 

Sus hallazgos muestran que la mayor parte del hielo en la región sólo tiene un año o menos de haberse formado, cuenta con un espesor de alrededor de 1,8 metros (seis pies) y se derretirá el próximo verano. Tradicionalmente la región ha tenido hielo más espeso formado a lo largo de varios años, el cual no se derrite con tanta rapidez.

 

Con una mayor parte de la región cubierta ahora con hielo de un solo año de antiguedad, evidentemente es más vulnerable, dijo el profesor Peter Wadhams, parte del Grupo de Estudio de la Física de los Océanos Polares en la Universidad de Cambridge, que analizó los datos recabados. Ahora es más probable que la zona quede libre de hielo cada verano, acercando la fecha potencial en que el hielo en el mar desaparezca completamente en los veranos.

 

Wadhams dijo que los datos obtenidos en el Sondeo Catlin sobre el Ártico respaldan el nuevo consenso de que en 20 años este océano carecerá de hielo en el verano, y que gran parte de esa disminución comenzará en 10 años.

 

Martin Sommerkorn del World Wildlife Fund, organismo activista por la defensa de la fauna, dijo que el mar del Artico ejerce una posición primordial en el sistema climatológico de la Tierra.

 

Recientemente se evaluó que una pérdida así en la cubierta de hielo del Artico desencadenaría potentes repercusiones en el clima que tendrán un impacto mucho más allá del Artico mismo, advirtió.

 

Esto podría generar inundaciones que afectarían a una cuarta parte de la población mundial, incrementos sustanciales en las emisiones de gases de invernadero a partir de la liberación de carbono almacenado en forma masiva y cambios extremos en el clima, agregó.

 

El calentamiento global ha incrementado lo que está en juego en la puja de varias naciones por incrementar su soberanía en el Ártico, porque la disminución del hielo polar podría algún día facilitar el ingreso a la zona para la explotación de recursos y permitiría establecer nuevas rutas marítimas. El rápido derretimiento del hielo ha generado especulaciones de que el Pasaje del Noroeste, que vincula los océanos Atlántico y Pacífico, pudiera convertirse algún día en una ruta para barcos.

Reseñas y comentario de la película:

 

Paso al Noroeste (Northwest Passage de King Vidor, 1940)

No es un western al estilo clásico, sino más bien una epopeya repleta de pasión y sentimiento. Basada en el libro de Kenneth Roberts, la película narra las aventuras de los Rangers de Rogers (Spencer Tracy), famosos guerilleros al servicio de los ingleses en la América anterior a la independencia de los Estados Unidos. Las penurias por las que pasan los Rogers’ Rangers para descubrir nuevos territorios han pasado ya a la historia del mejor cine de aventuras.

 

 

 

Paso al Noroeste. En el comentario de Narciso García Moreno

Con Spencer Tracy, Robert Young, Walter Brennan. Un fabulosoSpencer Tracy. Como siempre.

 

King Vidor de mágico creador de una extraordinaria película de aventuras.

Muy cruel.

Antológica la secuencia de la matanza de los indios.

Las guerras son guerras. Siempre.

Exterminio y genocidio.

Unos rangers que consiguen una proeza a cambio de perecer no pocos y de padecer un hambre espantosa.

El deseo de comer se convierte en la obsesión de estos soldados tan peculiares.

Algunos enloquecen.

Con un ritmo trepidante. 120 minutos apasionantes y muy cortos.

La primera en color que rodó el gran King Vidor en 1940.


http://es.wikipedia.org/wiki/Bruno_de_Heceta

http://www.worldlingo.com/ma/enwiki/es/Canada


La Contracultura.Corriente y moda.Su permanencia en la actualidad.

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En el Blog un vistazo plural,a los antecedentes de los «antisistema».Aquellos que en diversas épocas,también ahora, se salen de norma y piden un mundo diferente.A ese «remar en contra» ,se le ha llamado de diversas maneras ,durante años estaba mal visto .Ahora plenamente incorporados sus modos y manifestaciones culturales al sistema que denunciaban,se les usa como nuevos iconos del capitalismo.Se usa y abusa de esa terminología con finalidad espúrea.Las manifestaciones gráficas,musicales,literarias,culturales en suma ,se han ido incorporando en la corriente general y pasan por simples manifestaciones de la cultura pop.La terminología es usada hasta por el Papa,que apela a la «contracultura de los jóvenes al propagar el Evangelio…»
Los movimientos de la contracultura se formaron en la década de los años 60, y fueron un intento de enfrentar, a nivel ideológico y práctico, los esquemas mentales y el reparto de poder en las sociedades industrializadas.

«Probablemente el slogan más emblemático del Mayo del 68, aunque tras todos estos años le haya ocurrido como al propio movimiento contracultural de los 60-70: ha acabado banalizado y absorbido por la sociedad de consumo a la que se enfrentaba, hasta el punto de ser utilizado en diversos anuncios publicitarios. Cabe, por tanto preguntarse -40 años después- sobre el significado del slogan y el porqué se convirtió en una referencia de toda una generación».En palabras de Luis Ruiz Aja.

«De hecho, aunque el slogan ‘La imaginación al poder’ surge de un panfleto-discurso de uno de los grupos estudiantiles más activos del mayo francés (los situacionistas), posteriormente fue vertido a las famosas pintadas de las paredes universitarias, y acabó traspasando fronteras al convertirse en un ‘grito de guerra’ de los movimientos juveniles que proliferaron en tantos países a finales de los 60, cobrando dicha frase un significado simbólico mucho más amplio que el que ostentaba en el texto inicial.»

«Y es que la frase reflejaba ese ‘cambio social cualitativo’ (en palabras de Marcuse) que reclamaban en el 68 para pasar de una sociedad tan obsesionada por ‘tener’ a otra más preocupada por ‘ser’; así como ese cambio individual en las consciencias que debía preceder al anterior (los jóvenes contraculturales partían de la constatación de que no era posible alcanzar la emancipación del hombre por la vía meramente institucional o revolucionaria, si ello no iba acompañado de un cambio psicológico, necesario para salvar a la humanidad del desastre nuclear y ecológico que le acecha, y liberar al individuo de todas las formas de represión -internas y externas- a las que se ve sometido en las sociedades avanzadas)».

Para Esther López-Portillo:»El mundo, aunque del mismo tamaño que en el principio de los tiempos, a través de los siglos ha visto crecer y diversificarse a la población humana. En las sociedades que constituyen los distintos países del planeta existe, generalmente, una forma de ver el mundo que determina el deber ser para los individuos y es ante esa forma establecida como surgen los movimientos contraculturales que se oponen a lo existente.

Esto ha sucedido a través de la historia en diferentes ámbitos de la vida y con motivaciones diferentes. Un buen ejemplo para hablar sobrecontracultura son las tribus urbanas, que se manifiestan a través de movimientos y expresiones juveniles que adquieren distintos sentidos y significados, con el fin de enfrentar y trascender lo establecido y ser parte de un grupo.»

Luis Ruiz Aja destaca «tres aspectos básicos de los movimientos juveniles de finales de los 60: Creatividad y búsqueda interior: La contracultura del 68 se rebeló contra los excesos de la ‘razón razonante’ (el sueño de la razón produce monstruos, decía Goya), en el sentido de rechazar la razón como modo único de conocimiento y tratar de que el hombre experimente y desarrolle todo su potencial creativo, imaginativo, sensitivo, espiritual , o lo que es lo mismo: compensar el abuso que hacemos del hemisferio izquierdo del cerebro (el lógico-analítico) con un desarrollo de las capacidades del hemisferio derecho creatividad, arte, intuición ) Y es que el hemisferio derecho resulta muy útil para muchas de las tareas que realizamos cotidianamente (comprar, vender, escribir, elucubrar, temer, preocuparnos ) pero es incapaz -por poner un ejemplo- de componer una bella canción, ni siquiera de arrebatarse escuchándola .»

Los primeros posicionamientos contra el sistema empezaron durante los años 50, entre escritores de clase media y obrera. En los Estados Unidos se les denominó Generación Beat y en Reino Unido los Jóvenes Iracundos (Angry Young Men). Éstos veían como la prosperidad que vino después de la II Guerra Mundial, si bien les permitía tener mayor capacidad de consumo, no les evitaba sentirse extraños frente a sus trabajos y al sistema de valores en el que vivían. Las promesas de liberación y de igualdad de oportunidades que habían difundido los partidos obreros antes y durante la guerra, no se estaban llevando a cabo.
Uno de los primeros grupos de jóvenes antisistema en Europa fueron los Teddy Boys en Inglaterra. Los Teddy Boys eligieron sus propias ropas, sus músicas y sus propios códigos morales para expresar su malestar ante el sistema, y marcar una brecha respecto a la generación de sus padres. Después de los Teddy Boys vinieron los Rockers, los Mods y multitud de otros grupos juveniles, a menudo estigmatizados por la prensa tradicional, que los tildaba de peligro social.
Aunque hubiera un rechazo a las instituciones establecidas, muchos de estos grupos seguían los modelos de consumo que la nueva sociedad postbélica necesitaba. Muchos jóvenes de clase obrera no dudaban en gastarse lo que les sobrara de sueldo en ropa, música y complementos que dejaran claro cuáles eran sus posturas ante la vida.
Estos grupos antisistema prepararon la llegada, en los años 60, de la contracultura. Fue en esta década cuando el malestar social se tradujo en opciones concretas de vida alternativa. La oposición a la guerra de Vietnam, la alienación de los trabajadores, las instituciones familiares tradicionales, el movimiento por el desarme nuclear o las formas de alimentarse, fueron algunos de los frentes de batalla de estos grupos.

«De un lado, el término contracultura puede referirse al conjunto de movimientos de rebelión de la juventud […] que marcaron los años 60: el movimiento hippie, la música rock, una correcta movilización en las universidades, viajes de mochila, drogas y así por delante. […] Se trata, entonces, de un fenómeno datado y situado históricamente y que, aunque mucho próximo a nosotros, ya forma parte del pasado”. […] “De otro lado, el mismo término puede también referirse a alguna cosa más general, más abstrata, un correcto espíritu, un correcto modo de contestação, de enfrentamiento delante de la orden vigente, de carácter profundamente radical y bastante extraño a la fuerzas más tradicionales de oposición a esta misma orden dominante. Un tipo de crítica anárquica – esta parece ser la palabra-llave – que, de cierta manera, ‘rompe con las reglas del juego’ en términos de modo de hacerse oposición a una determinada situación. […] Una contracultura, entendida así, reaparece de tiempos en tiempos, en diferentes épocas y situaciones, y acostumbra tener un papel fuertemente revigorador de la crítica social.» (Pereira, 1992, p. 20).

El término “contracultura” estuvo de moda en mayo del 68. Fue entonces cuando Theodore Roszak publicó un libro excitante (“El nacimiento de una contracultura”) que llamó mucho la atención, sobre todo entre la juventud de Estados Unidos. Roszak decía: “Entendemos por contracultura una cultura tan radicalmente desviada o desafecta a los principios y valores fundamentales de nuestra sociedad, que a muchos no les parece siquiera una cultura, sino que va adquiriendo la alarmante apariencia de una invasión bárbara”. Era el tiempo de los jipis, las revueltas juveniles en las universidades, los Beatles, la lectura apasionada de H. Marcuse o de “El Extranjero” de A. Camus.
Movimientos contraculturales los ha habido desde tiempos remotos. Roszak recordaba la “invasión de los centauros”, que quedó plasmada en el frontón del templo de Zeus en Olimpia. Ebrios y furiosos, los centauros invaden las fiestas civilizadas que se están celebrando. Pero surge un severo Apolo, guardián de la cultura ortodoxa, que se adelanta para recriminar a los perturbadores y echarlos fuera. Era una buena imagen para representar lo que estaba pasando en los añorados y denostados años 60. Los centauros (pensaba Roszak) eran los jóvenes de entonces, que irrumpieron en la sociedad de aquel tiempo, con una concepción de la vida que nada tenía que ver  con la cultura dominante.
Arnold J. Toymbee vio en el cristianismo primitivo otro de los grandes movimientos contraculturales de la historia. A juicio del historiados inglés, los primeros cristianos fueron los “proletarios desheredados”, que, a partir de unos valores radicalmente nuevos, influyeron decisivamente en la trasformación del Imperio Romano. Es verdad que la tesis de Toymbee necesita ser matizada (P. Heather). Pero lo importante, en cualquier caso, es que los “centauros” de los años 60 no fueron precisamente proletarios, sino intelectuales.  Y aquí es donde llegamos al punto que interesa en este momento. Estamos asistiendo al nacimiento de otra contracultura: la aparición de valores, formas de pensar y pautas de conducta que a casi todos nos tienen desconcertados. Porque los promotores de la nueva situación no son ya ni los proletarios, ni los intelectuales. Hemos entrado de lleno en nueva etapa de la historia, en la que no interesan los proletarios ni lo que ellos representan; y en la que los intelectuales se van extinguiendo como una especie que se precipita hacia su desaparición. No hace mucho me decía el director de una editorial importante: “ya hay una generación entera que no lee”. Hay ya demasiada gente a la que le basta con internet. Basta apretar el ratón del ordenador para tener cantidades abrumadoras de información. Pero, teniendo tanta información, no se sabe qué hacer con ella. Ni se sabe a dónde vamos, acumulando tanto saber, pero sin saber para qué sirve. Ni se sabe estructurar un pensamiento. Y menos aún, un pensamiento crítico. A fuerza de publicidad, consumo y bienestar, nos han embrutecido hasta el punto de que, pensando que somos libres, en realidad nos tienen más controlados que nunca. Pero controlados, ¿para qué? Eso no lo saben ni los que nos controlan. Cuando más sabemos de política, la política está más desprestigiada que nunca. Cuando más sabemos de economía, la economía se ha metido en la peor de todas sus crisis. Cuando más se habla de ética, hay más corrupción. Cuando es tan frecuente hablar de curas y obispos, las iglesias están vacías y las religiones andan a la greña, perdiendo credibilidad a marchas forzadas.
¿Qué nos está ocurriendo? Una ciencia para potenciar la tecnología, y una tecnología que ya es imposible abarcar, todo eso al servicio de los intereses de una economía desbocada, esas tres cosas, ciencia, tecnocracia y capital, la nueva trinidad que manda en el mundo, ha desplazado al pensamiento, se ha dado cuenta de que le estorba el proletariado y su enorme potencial de transformación histórica; como igualmente le estorban los intelectuales que piensan en la realidad desde una postura libre y crítica, capaz de darle un giro distinto a este cúmulo de despropósitos y desconciertos. Cuando hay tanta gente que ya no quiere pensar, sino a lo sumo entretenerse, mal van las cosas. Hoy es elocuente visitar una librería. Casi todo lo que se publica es narrativa, novela, historia, cuentos…, muy poco de ensayo y casi nada de pensamiento serio, que vaya al fondo de las cosas. A lo sumo, se reedita y se repite lo que otros pensaron en tiempos pasados y para situaciones que no son las nuestras. Así las cosas, en este desbarajuste de hechos y decisiones que no sabemos a dónde nos llevan, sólo somos capaces de pensar en la salida de la crisis. ¿Para qué? Para recuperar las condiciones de vida que nos metieron de lleno en la crisis. Y no hablo sólo de crisis económica. Cuando estamos dispuestos a tropezar de nuevo en la misma piedra, no cabe duda de que esto tiene muy mala pinta. Yo no tengo la solución. Me limito a pedir que entre todos la busquemos.
Publicado con fecha 17/1/2010 en “Ideal”, de Granada.
José M. Castillo

En su libro la contracultura a través de la Historia Ken Goffman  viene a decir que las revoluciones culturales no nacieron en los años 60 a rebufo del LSD sino mucho antes, cuando por ejemplo Prometeo robó el fuego a los dioses. Y más tarde siguieron otras revoluciones, como la de Sócrates, el taoísmo, el zen, los sufíes, los trovadores medievales o los artistas del París bohemio, que dieron paso al dadaísmo, el cubismo y el surrealismo. Incluso Goffman se proyecta hacia el futuro, con otra de las grandes revoluciones contraculturales, la que se sucede en Internet, en el cibermedio. ¿O es que los hackers informáticos no actúan en cierta medida como Prometeo, liberando los cerrojos que evitan que el conocimiento tenga libre circulación?
Ken Goffman tampoco se toma demasiado en serio su propio libro, ni a él mismo, impregnándolo todo de cierta ironía: Goffman se hace llamar a sí mismo R.S. Sirius, lo cual nos recuerda un poco a Jocker. Además, aprovecha de vez en cuando para soltarnos perlas autobiográficas que están llamadas a entender por qué el propio Goffman se ha convertido en un antisistema.

En cuanto al movimiento Hippie o jipi según el Blog de etik cientifik izar & zara  «fue un movimiento juvenil que tuvo lugar en los últimos años de la década de 1960 y que se caracterizó por la anarquía no violenta, la preocupación por el medio ambiente y el rechazo al materialismo occidental. Los hippies formaron una contracultura políticamente atrevida y antibelicista, y artísticamente prolífica en Estados Unidos y en Europa.

Su estilo psicodélico y lleno de colorido estaba inspirado por drogas alucinógenas como el ácido lisérgico (LSD) y se plasmaba en la moda, en las artes gráficas y en la música de cantantes como Janis Joplin o de bandas como Love, Grateful Dead, Jefferson Airplane y Pink Floyd. Tenían un carácter hedonista. Según ellos, el sufrimiento no era necesario para la felicidad. Su idea era una vida simple e igualitaria para todos. Se demuestra con su lema, «Peace and Love».
Otro de sus símbolos es el festival de Woodstock, el festival de música y arte de Woodstock fue uno de los festivales de rock más famosos de la historia. Tuvo lugar en una granja de Nueva York los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969. »

Para la Blogera una hippie del 70

Se llama Hippie al movimiento contracultural de los años 1960, así como también a los seguidores de dicho movimiento. La palabra hippie deriva del inglés hipster que solía usarse para describir a la subcultura previa de los beatniks (no confundir con Generación Beat), que también tuvo como base importante a la ciudad estadounidense de San Francisco (California) y su distrito Haight-Ashbury. Esta nueva subcultura heredó algunos valores contraculturales de la Generación Beat y en menor grado del naturismo alemán, y en determinados casos crearon sus propias comunidades intencionales. 

Escuchaban rock psicodélico y folk contestatario, abrazaban la revolución sexual y creían en el amor libre. Algunos participaron en activismo radical y en el uso de drogas como la marihuana, el LSD y otros alucinógenos con la intención de alcanzar estados alterados de conciencia, en realidad una forma de autorebelarse por la homogeneidad de conceptos que nos presenta el sistema. También buscaron formas de experiencia poco usuales, como la meditación. Debido a su rechazo al consumismo solían optar por la simplicidad voluntaria, ya sea por motivaciones hedonistas, espirituales-religiosas, artísticas, políticas, o ecologistas.

A finales de los años sesenta en EE.UU. los hippies constituyeron una corriente juvenil masificada, para después quedar pasada de moda (anticuada), pero las siguientes generaciones llamados neo-hippies mantendrían vivo al movimiento como una subcultura establecida en muchas formas y con nuevas generaciones hasta hoy. Así pues han emergido fenómenos como la Rainbow Family, la escena psytrance y goa trance o los deadheads y phishheads. En tanto pequeños enclaves de hippies originales y neo-hippies continúan desarrollando en parte este estilo de vida, aunque con algunas modificaciones, bien en la ciudad o en el campo.

En su blog manzanamecánica.org,Carlos Castillo analiza el libro de RU Sirius
«Counterculture through the ages» (2004)  es un muy breve repaso de un período largo de la historia, que va desde la revolución monoteísta de Abraham, pasando por el Taoísmo y el movimiento hippie entre otros, para terminar en la explosión de la blogósfera.
La contracultura es el abandono, usualmente no violento, de lo que es habitual en una época. Normalmente cada época incluye al menos un par de tendencias contraculturales: una prometeica, tecnofila e iluminada y una anti-prometeica, primitivista y más contemplativa. En nuestra época, estas dos contraculturas son los geeks y el movimiento antiglobalización.
El hecho de que se pueda pertenecer a ambas es una señal, en mi opinión, de que ambos movimientos están siendo ya asimilados dentro del mainstream, contaminando con su carga memética la historia futura, tal como hicieron las contraculturas anteriores, y posiblemente abriendo el paso a nuevas contraculturas.
Cada contracultura es rechazada por la sociedad en forma violenta primero, pasando por las etapas que describió Gandhi: primero te ignoran, luego se ríen de tí y te odian, luego luchan contra tí, luego tú ganas. Por lo mismo las sociedades avanzadas inventan formas sutiles para inhibir de raíz la aparición de revoluciones y mantener al populacho tranquilo. Guy Debord considera a la aparición de una «sociedad de espectadores» una de ellas:Una acumulación sin fin de espectáculos – avisos, entretenimientos, tráfico, rascacielos, campañas políticas, tiendas por departamentos, eventos deportivos, reportajes de noticias, tours de arte, guerras extranjeras, lanzamientos especiales – estos hacen un mundo moderno, un mundo en el cual toda la comunicación sigue en una dirección, del poderoso al que no tiene poder… Una acumulación sin fin de espectáculos – avisos, entretenimientos, tráfico, rascacielos, campañas políticas, tiendas por departamentos, eventos deportivos, reportajes de noticias, tours de arte, guerras extranjeras, lanzamientos especiales – estos hacen un mundo moderno, un mundo en el cual toda la comunicación sigue en una dirección, del poderoso al que no tiene poder… El espectáculo naturalmente produce espectadores, no actores: hombre y mujeres modernos, ciudadanos de la más avanzada sociedad sobre la tierra, que están encantados de ver cualquier cosa que les ofrezcan para ver…
«La contracultura ha sustituido casi por completo al socialismo como base del pensamiento político progresista. Pero si aceptamos que la contracultura es un mito, entonces muchísimas personas viven engañadas por el espejismo que produce, cosa que puede provocar consecuencias políticas impredecibles.»
Asegurada la polémica tanto con los partidarios de No Logo de Naomi Klein como con sus opositores, Joseph Heath y Andrew Potter destrozan el mito que sigue dominando el pensamiento político, económico y cultural en el que se basan tanto el movimiento antiglobalización como el feminismo y el ecologismo. Estos jóvenes profesores canadienses defienden que las décadas de rebelión contracultural no sólo no han servido para nada, sino que han resultado contraproducentes para los fines que pretendían alcanzar. Nos hemos acostumbrado tanto a los ataques de la derecha contra la contracultura que cuesta imaginar cómo sería una crítica desde la izquierda.
En una narración de gran alcance en la que se mezclan la historia de la cultura pop, el manifiesto político y el análisis social, este libro se detiene en el nacimiento de la contracultura, en su espíritu contrario a las normas, en la rebelión como signo de diferenciación y el nacimiento del consumidor rebelde, en los cazatendencias, y en cómo reconciliarse con la masificación y transformar a los consumidores en ciudadanos.»
Con sorprendente claridad, en Rebelarse vende de Joseph Heath y Andrew Potter se reivindica, desde la crítica contracultural, la necesidad de preocuparse más por cuestiones de justicia y equidad para lograr auténticos avances sociales.
Rosa Suarez afirma que «La contracultura no consiguió convertir el mundo. Fue, como afirma la investigadora Elizabeth Nelson, “más rebelde que revolucionaria”. Aún así, su impacto tuvo un gran alcance. El cómo una sociedad se imagina mundos alternativos es significativo de lo que se cree capaz de hacer. Durante los años del auge de la contracultura, los que participaban en ella tuvieron la impresión de que un mundo a su medida era alcanzable.
Que hoy podamos imaginarlos la destrucción del mundo o una invasión de alienígenas, pero no una alternativa viable al sistema de la economía de mercado, es, citando al filósofo Jameson, muestra de “alguna debilidad de nuestra imaginación”.
Películas que recogen el espíritu del modelo contracultural en los EEUU:
Easy Rider (Buscando mi Destino) (1969) Dos motoristas de pelo largo de Los Ángeles se embarcan en un viaje hacia Nueva Orleans, cruzando el país por carretera, intentado descubrir América. Después de una venta de cocaína a un hombre de Los Ángeles llamado Connection, Billy y Wiatt, conocido como el Capitán América, asisten a una fiesta de Mardi Gras. Pronto emprenden el viaje a lomos de sus dos modernas motos, conduciendo a través del suroeste. En el camino se encuentran a un montón de inusuales personajes, entre ellos un ranchero y su familia, o un autoestopista de una comuna hippie, antes de ser arrestados en un pueblecito por parar sin un permiso. Su compañero de celda, un abogado borracho, les hace un gran favor sacándoles de la cárcel y luego decide unirse a ellos. George descubre los placeres de fumar hierba, pero un encuentro con unos ultraviolentos ángeles del infierno del sur prueba rápidamente lo acertado que está con respecto a lo peligrosas que son las vidas de Billy y Wyatt en un país que ha perdido sus ideales.
Hair es una película musical de 1979 basada en la obra de teatro musicaldel mismo nombre (Hair) de 1967, cuya banda sonora ha sido editada posteriormente y que trata sobre la cultura hippie en los Estados Unidosdurante la guerra de Vietnam. La película fue dirigida por Miloš Forman, que fue nominado por ella para los Premios César a la mejor película extranjera, y tiene como protagonistas a Treat Williams, John Savage,Beverly D’Angelo, Lee «Skeleton» Wilson, Don Dacus y Annie Golden.
http://www.youtube.com/watch?v=nIfUD70yvz8 

Peter Fonda y Dennis Hopper se enfrentan en esta «road movie» a las realidades de la «América profunda»,donde el estilo de vida libre y marginal ,no es del todo bien comprendido por los habitantes de los pequeños y «cerrados» pueblos que atraviesan a toda velocidad con sus magníficas motos «Harley» y «Chopper».

«Hair»,el maravilloso musical «Hippie».Es un bellísimo alegato contra la guerra de Vietnam.Pero sin duda podría servir de inspiración a los actuales «antisistema».A cualquier espíritu crítico con el actual estado de cosas.Capitalismo y economía dominada por el dinero quedan criticadas desde el arranque de la película.Los acordes del tema musical «Aquarius» suenan mientras los hippies protagonistas queman tarjetas de crédito,mientras leen las penas por destruirlas o manipularlas…
El contraste entre el chico que viene del medio rural,religioso,conservador,bienpensante,por eso precisamente se  va sin rechistar a la guerra,contrasta fuertemente con todas las manifestaciones de la «Contracultura hippie»,esto es,el amor libre,el uso de drogas psicodélicas,la libertad de pensamiento y atuendo,la vagancia y el vagabundeo,la creatividad artística etc etc
Es ,como he dicho, de una belleza y de una frescura que no se ha visto ajada por el paso de los años.Varias de sus canciones se han utilizado en publicidad.Paradojas de la vida ,una película icónica de la «Contracultura»,sirviendo a la multinacional Coca-Cola etc

http://www.youtube.com/watch?v=M_yWyBjDEaU&feature=related

 

Peter Fonda vendiendo artículos de nostalgia del «Flower Power»: 

Leer más;
De la imaginación al poder: Lo que nos dejó la contracultura
http://colectivossociedad.suite101.net/article.cfm/de-la-imaginacion-al-poder#ixzz163NICl2K

http://sepiensa.org.mx/contenidos/2004/s_contrac/contrac1.htm
http://cinosargo.bligoo.com/content/view/584669/CONTRACULTURA.html
http://contracultura-luisruiz.blogspot.com/
http://es.wikipedia.org/wiki/Contracultura
http://www.monografias.com/trabajos17/acratas/acratas.shtml
http://es.wikilingue.com/pt/Contracultura
http://www.kaosenlared.net/noticia/ha-nacido-otra-contracultura
http://www.papelenblanco.com/historia/ala-contracultura-a-traves-de-los-tiemposa-de-ken-goffman
http://www.cesarsanchezt.blogspot.com/

¿Qué es Contracultura?


http://www.firex21.com/detalles.aspx?id=9789875550353
http://www.plusesmas.com/ocio_fuera_de_casa/agenda/conferencia_la_contracultura_una_utopia_existencial_fundacion_juan_march_madrid/210.html
http://etika-iz.blogspot.com/2009/02/paz-y-amoor.html
http://my.opera.com/albafani/archive/monthly/?month=201005
http://www.zonadecompras.com/Psicodelia-hippies-y-underground-en-Espana/
http://julianaka.blogspot.com/2007/07/36-aos-sin-jim-morrison.htmlPepe-Garcia-Lloret/p/51280
http://es.wikipedia.org/wiki/Jim_Morrison
http://www.lafactoriadelritmo.com/fact23/entrevis/articulo.php?articulo=89
http://hippiehair.blogspot.com/2008/09/hippies.html
http://manzanamecanica.org/2007/05/contracultura_a_traves_de_las_epocas.html
http://www.lwsn.net/article/la-generacion-de-las-bicicletas
http://new.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/3117638/Kurt–Cobain-y-la-Contracultura.html
http://ateneutgn.ourproject.org/?p=297

La teoría Olduvai.El fin de la civilización.Algunas visiones sobre el futuro y sus retos.

Estándar


En el Blog ,un mosaico de visiones sobre los cambios ,previsibles o no ,que le esperan a nuestra civilización .El profesor Duncan desarrolló hace cerca de quince años toda una teoría sobre el fin de nuestra civilización.Considera que tras haber llegado a cotas de desarrollo muy altas,sólo nos resta el descenso hacia tipologías mucho más primitivas.Gráficamente lo expresa con esa imagen que nos lleva de las cuevas a la luna,y de ella de regreso a las cuevas…Ha habido y hay cada vez más todo tipo de voces como la de Noam Chomsky que nos alertan del desastre al que vamos derechitos si no moderamos nuestro despilfarro.La teoría del crecimiento continuo está en crisis,como en crisis están “los mercados” y el capitalismo como sistema único de bondades infinitas.

Según Clive Hamilton:
“Durante décadas, nuestros políticos han proclamado que unos mayores ingresos eran el camino para un futuro mejor. Crecimiento económico significaba una vida mejor para todos nosotros. Pero tras muchos años de crecimiento económico sostenido, e ingresos personales cada vez mayores, debemos afrontar un hecho abrumador: no somos más felices. Ésta es la gran contradicción de la política actual.”En su libro provocador El fetiche del crecimiento, saludado por Noam Chomsky como “un libro muy necesario que da en el clavo”, el economista australiano Clive Hamilton, director del Australia Institute y profesor en la Universidad de Sydney, argumenta que el fetichismo del crecimiento, lejos de ser la respuesta a nuestros problemas, está en la raíz de nuestras enfermedades sociales.

En su informe anual, La Situación del Mundo 2010, del Instituto Worldwatch llegan a la conclusión de que sin un cambio cultural deliberado, que valore la sostenibilidad por encima del consumismo, ni el compromiso de los gobiernos ni los avances tecnológicos serán suficientes para salvar a la humanidad de los riesgos ambientales y climáticos a los que está abocada, como señala el director del informe de este año, Erik Assadourian.Cambio cultural. La Situación del Mundo 2010 aporta numerosos ejemplos que reflejan ese cambio de tendencia desde el consumismo hacia la sostenibilidad. Entre ellos, se pueden citar algunos:- En Italia, los menús escolares están siendo reelaborados para utilizar alimentos sanos,
locales y que no dañen el medio ambiente, transformando simultáneamente las normas
dietéticas infantiles.- Carriles para bicicletas, aerogeneradores y mercados donde los agricultores venden sus
productos directamente no sólo hacen más fácil vivir sosteniblemente en barrios como
Vauban (Alemania), sino que hacen que resulte difícil no vivir así.- El director ejecutivo de Interface Corporation, Ray Anderson, ha radicalizado la cultura
empresarial de Estados Unidos, poniendo como objetivo no extraer de la Tierra nada que
ésta no pueda regenerar.- Los derechos de la “Pachamama” (la Madre Tierra) han sido incluidos en la nueva
Constitución de Ecuador.Algunos datos sugerentes del informe son:- Un estudio ha revelado que los niños británicos eran capaces de identificar más personajes de Pokémon que especies silvestres comunes. Y una investigación sobre niños estadounidenses de dos años concluyó que aunque no conocían la letra M, muchos de ellos sí podían identificar los arcos con forma de M de los restaurantes McDonald’s. (Páginas 45-46).- Varias de las personas más longevas del mundo consumen solo 1.800-1.900 calorías diarias, no comen alimentos procesados y apenas consumen productos animales. El americano medio consume en comparación 3.830 calorías diarias. (Página 112).- Ver televisión es la actividad de ocio favorita de los niños en nuestros días, tanto en los países en desarrollo como en los industriales. Frente a esta tendencia, los trabajos de investigación indican que cuanto más tiempo pasan los niños pequeños delante de una pantalla, menos dedican a juegos creativos. En Estados Unidos los niños pasan más tiempo viendo la televisión que haciendo cualquier otra actividad, excepto dormir: unas 40 horas semanales fuera de la escuela. El 19% de los bebés estadounidenses de menos de un año tienen una televisión en su dormitorio. (Página 138).- Se estima que en 1990 cada dólar gastado en un artículo alimentario típico en Estados Unidos generaba para el agricultor unos ingresos de 40 centavos, repartiéndose el resto entre insumos y distribución. Hoy día, el agricultor o el ganadero solo percibe unos 7 centavos por cada dólar gastado en alimentos en una gran superficie, mientras que la distribución se lleva 73 centavos. (Página 223-224).- Varios estudios recientes confirman que el impacto ecológico de las ‘ecoaldeas’ es sensiblemente inferior al promedio en comunidades convencionales. Un estudio de 2003 reveló que las emisiones per cápita de dos ‘ecoaldeas’ alemanas fueron respectivamente el 28 y el 42% de la media nacional. (Página 347).La edición en castellano incluye además una aportación original en formato de apéndice titulado ”Las claves ocultas de la sostenibilidad: transformación cultural, conciencia de especie y poder social”, firmado por Victor M. Toledo. A lo largo de las páginas del apéndice, el autor reflexiona sobre cómo la amenaza que se cierne cada vez con más fuerza sobre la especie humana ha sido provocada por un modelo de civilización cuya construcción ha provocado en sólo tres siglos impactos sustanciales en el entorno del planeta. Según el autor, nos encontramos ante un fin de época, en la fase terminal de la civilización industrial, tecnocrática y capitalista, en la que las contradicciones individuales, sociales y ecológicas se agudizan; los escenarios son imprevisibles y existen escasos de modelos alternativos.Como conclusión, el investigador expone el dilema al que se enfrentan hoy los seres humanos: “continuar por un sendero que conduce al total rompimiento del equilibrio planetario, lo cual pone en peligro la supervivencia del propio ser humano, o modificar esa ruta para retomar la sensatez, la serenidad y el sentido común. Una tarea que parece descomunal y casi imposible, pero que es impostergable.”De todo lo analizado en su artículo, el autor parece extender una sutil invitación a centrar la reflexión crítica, la discusión y el debate, en el campo del empoderamiento ciudadano o social, al parecer la única vía segura de transformación del mundo moderno. Todo ello parece justificar una frase, que largamente meditada, se ha vuelto cada vez más frecuente: «si no nos es posible transformar al mundo, debemos de crear uno nuevo».

http://www.elpais.com/articulo/carreras/capital/humano/crecimiento/economico/sustenta/gracias/insatisfaccion/sociedad/elpepueconeg/20070513elpnegser_11/Tes
http://en.wikipedia.org/wiki/Clive_Hamilton
http://dieoff.org/page125.htm
http://www.fuhem.es/cip-ecosocial/noticias.aspx?v=8803&n=0
http://lecturasparaeltransito.blogspot.com/2010/06/libro-desinformacion-como-los-medios.htmlhttp://transitionculture.org/2006/10/03/communities-refuges-and-refuge-communities-a-survivalist-response-by-zachary-nowak/
http://www.greatchange.org/ov-duncan,2007.html


(Traducción y adaptación, provisionales, al Castellano de pandugar para este Blog)


La teoría de Olduvai:

El deslizamiento hacia una edad de piedra post-industrial.

Richard C.Duncan ,Ph.D.

Instituto de Energia y el Hombre,27 de junio 1996
De hecho, la capacidad de control de la energía, ya sea haciendo leña o la construcción de plantas de energía, es un requisito previo para la civilización.
– Isaac Asimov, 1991

1. INTRODUCCIÓN

En 1989, llegué a la conclusión de que la esperanza de vida de la Civilización Industrial es horriblemente corta. Esta hipótesis se definió en términos de un índice de medir, de uso mundial de energía por persona, y el nombre de “teoría de impulsos transitorios de la civilización industrial.” Dibujé su punto máximo en 1990, seguido por una disminución persistente (ver Nota 1). En ese entonces, sin embargo, no tenía datos para apoyar esta afirmación.
La relación del mundo de la energía anual de usar a la población mundial da un, contrastable perfil sólido de la civilización industrial. En los últimos seis años, diseñé una base cuantitativa para la teoría y se reunieron varios grupos de la energía mundial y datos de población para probar que (Nota 2). En estas páginas, el nombre de “teoría de Olduvai” significa lo mismo que “la teoría de impulsos transitorios”, utilizado en trabajos anteriores (Nota 3).
[Nota 1: “Civilización Industrial” incluye todas las inversiones de capital y los acuerdos comerciales internacionales como el GATT, la UE y el TLCAN. «GATT»: el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, etc
Nota 2: ‘mundial de energía “incluye petróleo, gas natural, carbón, nuclear y la hidroelectricidad. Energía y datos de población están disponibles de varias fuentes, por ejemplo, las publicaciones de las Naciones Unidas.
Nota 3: Desde la década de 1950, la Garganta de Olduvai en Tanzania ha sido fuertemente asociada a los orígenes del hombre y la Edad de Piedra a la vida del mismo.En esta discusión, la teoría de Olduvai es una metáfora. Se sugiere el regreso inminente a la Edad de Piedra.]
Por favor, eche un vistazo rápido a las figuras 1 y 2. Pero antes de entrar en los detalles, en la siguiente sección me gustaría contar una historia de detectives.

2. ODISEA: MI BÚSQUEDA DE LA DENOMINACIÓN (FIRMA) OLDUVAI.

Prefiero descubrir un solo hecho, por pequeño que sea, de debatir los grandes temas en profundidad, sin descubrir nada en absoluto.
– Galileo Galilei, c. 1640 Mi odisea con la teoría de Olduvai-comenzó hace 32 años  durante un ciclo de conferencias titulado: De hombres y galaxias, dada en la Universidad de Washington por el cosmólogo Sir Fred Hoyle.

A menudo se ha dicho que, si la especie humana no puede hacerse fuerte aquí en la Tierra, algunas otras especies se haráncargo de la gestión. En el sentido de desarrollar una gran inteligencia no es correcto. Tenemos, o pronto tendrá, agotados los requisitos físicos necesarios la medida en que este planeta se refiere.Con el carbón y el petróleo liquidados, los minerales metálicos de grado alto , sin embargo, ninguna de las especies será capaz de hacer la subida desde las condiciones primitivas a nivel de alta tecnología. Se trata de un asunto de un solo tiro. Si fallamos, este sistema planetario falla la medida en que la inteligencia se refiere. Lo mismo se puede decir de otros sistemas planetarios. En cada uno de ellos habrá una oportunidad, y una única oportunidad. (Hoyle, 1964, énfasis añadido)

Yo estaba fascinado y sorprendido. Su propuesta de voz suave parecía incrédulo, extraño, absurdo y, posiblemente, inevitable.¿ Un retorno a la Edad de Piedra? ¿Empobrecimiento profundo cultural y material? Sin embargo nadie en la audiencia parecía el menos afectado. Tal vez Hoyle estaba dando una introducción a la ciencia ficción, un nuevo thriller . Así que para la década siguiente fui por mi camino: la construcción de aviones y enseñanza de ingeniería. Atormentado por la hipótesis de Hoyle.
Luego, en 1975 y 1976, las conferencias me llevó a Colorado y, al Parque Nacional Mesa Verde, donde el magnífico, a lo largo de las desiertas viviendas en los acantilados de los anasazi dejaron en claro que todas las civilizaciones son efímeras. Pero Fred Hoyle no fue reiterando la vieja y cansada biografía de historiador-filósofos, como Spencer, Spengler, Sorokin y Toynbee, es decir, la subida y caída de ciclos sin fin de las civilizaciones. Él estaba hablando de algo muy distinto, más profundo, más penetrante. La Civilización Industrial global no existe en todos los ciclos. Se trata de “un asunto de un solo tiro.” A un crecimiento exponencial,corresponde la disminución exponencial. Eso es todo.
Pasó el tiempo y los años 1985 a 1992 me encontraba trabajando para la compañía eléctrica en Arabia Saudita. Una vez allí, he viajado mucho, incluidas las visitas a Etiopía, China, la India, la entonces Unión Soviética etc. Principalmente viajé a responder a la pregunta: “¿Tiene Fred Hoyle razón ?” La pregunta, por supuesto, no era acerca de la durabilidad de cualquiera de estos países (la mayoría parecía frágil, alguno ya no existe), sino de la esperanza de vida de la civilización global industrial en sí.
Sobre la base de lo que había visto en todo el mundo, la industrialización no está evolucionando hacia la sostenibilidad. Todo lo contrario. Hoyle estaba en lo cierto. “Este es un asunto de un disparo …. habrá una oportunidad, y una única oportunidad.” Así que la verdadera pregunta era, “¿Cuánto tiempo durará?” Un millar de años? Un millón de años? ¿O qué? Así, en 1989, justo antes de salir en un viaje a África Oriental (y dicho sea de paso,a la Garganta de Olduvai),profundicé a través de algunos libros. No hubo falta de especulación. Las estimaciones difieren enormemente, un resumen aparece en el Cuadro 1. [Para completar, mi 1991 (a) se incluye la estimación. ]

Tabla 1. Las estimaciones de la esperanza de vida de la Civilización Industrial Haldane1927“39 millones de años”Russell1949“Es tiempo no puede continuar”Drake1961millón añosWatson1969potencialmente “millones de años”Pararrayos1971respuesta natural, cerca de 200 añosMeadows, et al.1972respuesta natural, 100-200 añosO’Neill 1976“Incluso nuestro éxito se convierte en fracaso”Leakey1977cerca de 100 añosHarris1977“Uno-como la naturaleza de la burbuja”Tortícolis1981corta a 10.000 años o másLaszlo1987“Extremadamente corto” a muy largo

De regreso a Arabia Saudita, comencé un documento para su presentación en la Sociedad Americana de Ingeniería de Educadores en Nueva York, octubre de 1989. El título fue “Evolución, la Tecnología y el Medio Natural: una teoría unificada de la Historia Humana”. Por así decirlo, el “salir del armario” de la teoría de Olduvai. Llegué a la conclusión,
El amplio alcance de la historia humana se puede dividir en tres fases:

  • El, o antes de la fase industrial primero fue un período muy largo de equilibrio cuando se limita el crecimiento económico mediante herramientas sencillas y máquinas débiles.
  • El, o industriales segunda fase fue corta periodo de no-equilibrio que encendió con la fuerza explosiva de gran alcance cuando las nuevas máquinas temporalmente levantado todos los límites al crecimiento.
  • El, o de la fase industrial tercero se encuentra inmediatamente por delante durante los cuales las economías industriales se reducirá a un nuevo período de equilibrio, limitada por el agotamiento de recursos no renovables y el continuo deterioro del medio ambiente natural. (Duncan, 1989)

En ese documento que utiliza “mundial de energía promedio de uso por persona” como un indicador medible de la Civilización Industrial. Esbocé el pico en 1990. Sólo un pequeño problema: no tenía datos concretos para probar la teoría. Pero yo tenía la hipótesis de Hoyle y mi vuelta al mundo-las observaciones propias de las condiciones y tendencias mundiales.
Luego, en el último-de-tiempo, apareció un artículo en la edición de septiembre de la revista Scientific American que muestra ese mundo de la energía promedio de uso por persona había alcanzado un máximo en cerca de 1973, y se había ido ya al fuerte descenso (Gibbons, et al., 1989 , su curva se incluye en la Figura 2). Al final de mi presentación, un puñado de ingenieros de la audiencia reunida en torno y hablamos de mi teoría y sus consecuencias. La mayoría estuvo de acuerdo. Sin embargo, yo necesitaba más datos.
Una vez más volví a Arabia Saudita. Pero allí, con escaso acceso a los datos, tuve problemas con varios artículos más (por ejemplo, Duncan, 1990, 1991a, 1991b). Entonces de alguna manera el editor de un pequeño diario se enteró de lo que estaba haciendo y me invitó a presentar un artículo. Fue publicado como “La esperanza de vida de la civilización industrial: La decadencia de Global Equilibrium” (Duncan, 1993c). En general se concluyó,

  • La civilización industrial puede ser descrita por una forma de onda de pulso único de duración X, según lo medido por el promedio de uso de energía por persona y año.
  • La esperanza de vida de la Civilización Industrial es menor de cien (100) años, es decir, X <100 años.

Pero faltan todavía datos .
Volví a los EE.UU., y para principios de 1993 había puesto a prueba la teoría de Olduvai en contra de dos nuevos conjuntos de datos. Los datos de energía era de la industria de la energía en sí, y los datos de población de la]) de las Naciones Unidas [es decir, BP (1992) y las Naciones Unidas (1992.
¡Eureka! La firma de Olduvai apareció por fin. El British Petroleum y datos de las Naciones Unidas confirmó que el mundo per cápita de energía de uso alcanzó su valor máximo en cerca de 1978 y posteriormente ha disminuido (Duncan, 1993b). Sólo la teoría de Olduvai podría explicar el auge y declive. Por el contrario, tanto la “teoría del crecimiento exponencial” (de “corriente principal” la economía) y el estado de equilibrio “teoría” (de “utópica” la economía) no.
A finales de 1993, me había puesto a prueba aún más la teoría de Olduvai en contra de varios conjuntos de datos más, por ejemplo, Davis (1990) y las Naciones Unidas (1993). En ambos casos, el máximo histórico se produjo aproximadamente en 1978. Una vez más, prevaleció la teoría de Olduvai (Nota 4). Me informó de estos resultados en un documento, “La sostenibilidad-¿Existe una Middle Road: El-Pulse Teoría transitoria de la Civilización Industrial” (Duncan, 1993a).
[Nota 4: En las pruebas anteriores, a propósito evitar cualquier matemáticas aburrido. Sólo “a largo división” fue utilizado, es decir, la relación del mundo de la energía de utilizar a la población. Cualquier estudiante de sexto podía hacerlo. Eso es importante. ]
Si bien la energía nueva y los datos de población venía, me pasó los siguientes dos años y medio el desarrollo de un método mejor para predecir la producción de energía de ciclo de vida (véase Duncan, 1996). Aunque teóricamente importantes, que el trabajo no es pertinente en este caso porque la teoría de Olduvai viene justificada por los datos históricos solamente.
A continuación, echaremos un vistazo a la teoría.

3. DE LAS CUEVAS,A LA LUNA. DE LA LUNA, A LAS CUEVAS

El aterrizaje en la Luna puede ser nuestra Gran Pirámide, un logro que nunca será igualado.
– Alan Cromer, 1993La figura 1 es cualitativa. descriptivos solamente. Una ayuda visual. Lado derecho del cerebro cosas. Es un bosquejo de la teoría de Olduvai. La “firma de Olduvai,”  lo llamo. Así que por favor no trate de escalar o vertical eje horizontal. (Vamos a hacerlo más adelante.)
Figura 1. La teoría de Olduvai de la Civilización Industrial

Olduvai.gif (44836 bytes)

1. Fase pre industrial [c. 3 000 000 aC a 1765]

  • Fabricación de herramientas (c. 3 000 000 aC) – Un
  • B – Uso del fuego  (c. 1 000 000 aC)
  • C –  Revolución agrícola del Neolítico (c. 8 000 aC)
  • D – Máquina de vapor,Watts, de 1765.Es inicio de la fase industrial (1.930-2.025)

2. Fase Industrial [1930 a 2025, que se estima]

  • E -Uso de energía per cápita el 37% del valor máximo
  • F – Pico de energía de uso
  • G – La energía de hoy en uso
  • H -Uso de energía per cápita  el 37% del valor máximo

3. Mensaje [Fase Industrial c. 2100 y más allá]

  • J, K y L = futuros intentos recurrentes de industrialización no.
    Otros escenarios son posibles.

[Nota 5: En la Figura 1, puede ser útil pensar en la curva a medida que los ingresos anuales por persona en dólares. O tal vez como nivel material de vida. Mejor aún, sólo recuerda los dibujos animados poco de gente.]
Figura 1 divide el largo período de la historia humana en tres fases: (1) pre-industriales, (2) industrial, y (3) post-industrial. Siete eventos están marcados en la parte izquierda de la curva (es decir, los puntos de la A a la G ). Asimismo, cinco eventos hipotéticos están marcados en el futuro parte de la curva (es decir, H a L).
Fase 1, la fase pre-industrial, se extiende por miles de milenios de condiciones de sostenibilidad que la sociedad estaba propulsado exclusivamente por energía (renovable) solar. Se inició tres millones de años atrás, cuando algunos de nuestros antepasados homínidos empezaron a hacer herramientas simples (punto A, Figura 1) . Las herramientas, a su vez, hizo posible un mayor uso de energía en formas tales como alimentos, fibras y refugio. hitos Epic pausado pasado, incluyendo el uso del fuego en aproximadamente un millón de AEC y la revolución agrícola del Neolítico en alrededor de 8.000 aC. El final de la fase pre-industrial está marcado en 1765, año en que James Watt inventó la máquina de vapor de condensación (punto D, Figura 1).
Fase 1 fue seguido por un período de transición, es decir, la Revolución Industrial- delimitada por los años 1765 y 1930 (puntos D y E, Figura 1).
Fase 2, la fase industrial, comprende la parte sombreada de la Figura 1. La esperanza de vida de la Civilización Industrial es definida como la duración en años (x) entre el líder y el retraso “los puntos 37%” (es decir, las letras E y H). Se trata de una, extravagante corto período cuando el transporte, el comercio y la industria fueron impulsados principalmente por (no renovables) los combustibles fósiles. Los datos históricos (se presentan más adelante) cuantifica el período pico de la curva, es decir, los años comprendidos entre las letras E y G. Con ese datos, que marcan el inicio de la fase industrial en 1930 (punto E), el año promedio de energía de uso por persona alcanzó el 37% de su valor máximo.
Tenga en cuenta que el pico de la civilización industrial se alcanzó en alrededor de 1977 (punto F), menos de cincuenta años después de su inicio. Más importante, la Figura 1 identifica la energía mundial “cuenca hidrográfica”. Por primera vez en los milenios abierta de la existencia humana, el promedio per cápita de energía de uso alcanzó su punto máximo y comenzó a descender!
A mi modo de leer, el descenso hacia el valle de Olduvai será empinada y rápida. Un escenario de la fase 3, la fase post-industrial, se esboza en la Figura 1 (es decir, desde el punto de que en adelante) en donde la civilización industrial se ha desintegrado en aldeas agrícolas, las tribus de parentesco y las bandas de delincuentes. La población superviviente se han “logrado” permanente de la sostenibilidad a nivel de subsistencia.
Por supuesto, otros escenarios son posibles. Por ejemplo, “La especie humana puede seguir el camino a la extinción en lugar de volver a la etapa de recolección-baya” (Georgescu-Roegen, 1971). O más recientemente, “El peligro de extinción es real … Es hora de enfrentarse a los hechos” (Leslie, 1996). Sin embargo, debido a las circunstancias de la sociedad humana más allá del final de la segunda fase (es decir, el punto H. Figura 1) no afectan a mi tesis, la tercera fase es la de hacer hincapié en el resto de esta discusión.
¿Difícil de creer? Sí, efectivamente. Así que vamos a hacer los números.

4. LA CUENCA DE ENERGÍA _ / \ _ cuesta arriba, pico, cuesta abajo

Los físicos han aprendido a darse cuenta de que si les gusta una teoría o no, como una teoría, no es la cuestión esencial. Por el contrario, no es si la teoría da predicciones que estén de acuerdo con la experiencia.
– Richard Feynman, 1985La figura 2 es cuantitativa. numérico. Cosas del hemisferio cerebral izquierdo. Se trata de una escala gráfica que muestra con exactitud el período pico de la civilización industrial entre 1950 y 1995. Así que por favor se escalan los ejes horizontales y verticales. Y si le gustaría volver a 3.000.000 aC, Isaac Asimov (1991) proporciona todas las cifras.

Figura 2. Mundial de la Energía Promedio de Uso por persona
Comparación de los cuatro conjuntos de datos históricos

Olduvai2.gif (5698 bytes)

“BOE” significa Barriles Equivalentes de PetróleoHasta donde yo sé, el crédito va a Robert H. Romer (1985) para publicar el primer período de los datos de las horas punta para el mundo per cápita de energía de uso. Él da el pico en 1979, seguido de un fuerte descenso hasta 1983, último año de sus datos. Sin embargo, esta información fue publicada como una hoja de cálculo relativamente opacos. Y curiosamente, no se hizo mención sobre la cuenca de la energía. Sus datos se grafican en la Figura 2.
De crédito también va a Gibbons, et al. (1989, véase la nota 6) para una publicación anticipada de la cumbre del período del mundo per cápita de energía de uso. Los autores que aparecen los datos como un gráfico de fácil visualización que alcanzó su punto máximo en 1973, seguido por una pendiente pronunciada hasta 1985. Una vez más, no se hizo mención sobre la importancia de la cumbre o rechazar. Su curva se incluye en la Figura 2.
[Nota 6: El Dr. Gibbons es asesor científico del presidente Clinton.]
Como se mencionó anteriormente, en 1993 publiqué dos artículos que contienen amplio mundo por el uso de energía per cápita de datos y presenta los datos como valores de la hoja dos y se traza gráficos. Por otra parte, hice hincapié en la importancia de la cumbre y las consecuencias de una disminución a largo plazo. Mi primer trabajo (1993b) muestra el pico en 1978 y descenso hasta 1991. Mi segundo artículo (1993a) muestra el pico en 1980 y descenso hasta 1992. La diferencia de dos años se debe a la utilización de los conjuntos de datos independientes. En junio de 1996, he actualizado mis pruebas de la teoría de Olduvai. Esta última prueba muestra el pico en 1978 seguido por el declive hasta 1995. Los datos se grafican en la Figura 2.
Una prueba de los datos por separado de la teoría fue hecha por FM Wright en junio de 1996. Mostró la eficiencia energética por el uso máximo per cápita en 1978 y continuando hasta el descenso general de 1994, como gráficamente en la Figura 2. La ligera diferencia entre los resultados de las curvas el hecho de que Wright utiliza datos de la Oficina del Censo de EE.UU. de la población mundial, mientras yo utilizó datos de las Naciones Unidas. Tenga en cuenta sin embargo, que nuestras curvas son prácticamente superpuestas.
Tabla 2 (continuación) resume las pruebas de datos. Estas pruebas muestran que, (1) en promedio, el mundo per cápita de energía de uso alcanzó su punto máximo en 1977, y (2) la tasa de declive posterior ha sido de alrededor del 0,90% al año. La teoría de Olduvai, explica estos datos. En contraste, sin embargo, el crecimiento exponencial de la teoría y la teoría del estado estacionario no tanto. Mientras que el cuadro 2 no es (todavía) la piedra de Rosetta de la Civilización Industrial, cada nuevo conjunto de datos que se necesita un año más cerca.
Tabla 2. Datos de Pruebas de la Teoría Oduvai

AutorPub.
FechasDatos
PeriodoPico
AñoPico
Valor
[BOE] *Última
Valor
[BOE] *Años de
Declive
[#]Tasa de
Declive
[% / Año]Romer19851900 –
1983197911.3510.6241.29Gibbons,
et al.19891950 –
1985197311.549.19121.57Duncan1989 –
19961900 –
1995197811.4710.24170.63Wright19961965 –
1994197811.4310.34160.60Promedio197711.450.90

* “BOE” significa Barriles Equivalentes de PetróleoAhora vamos un paso atrás y mirar el cuadro grande.

5. Negar lo innegable

En general, sin embargo, es sólo por orgullo o ignorancia graves, o la cobardía, que nos negamos a ver en el presente los lineamientos de los tiempos por venir.
– Marguerite Yourcenar, 1951éxitos de taquilla mentales se han disparado en toda la historia de la investigación humana. “Revoluciones” que se llaman. Pero por lo general sólo se pincha egos humanos, y con volantes intereses creados y dogmas de edad cansados. Por lo tanto, los descubrimientos del pasado (como la centrada en la teoría solar) fueron benignos porque tal psico-amenazas puede ser simplemente ignorado o burlado. Pero la teoría de Olduvai es diferente porque, queramos o no, que repercutirá negativamente en la vida de casi todo el mundo.
Ya en 1989 me convertí en una profunda depresión cuando llegué a la conclusión de que nuestros más grandes logros científicos se olvidará pronto y nuestros monumentos más preciados se desmoronará en polvo. Pero más aún, sabía que mis hijos se sienten la presión, y sufrirá probablemente. Eso duele.
Con el tiempo, sin embargo, mi perspectiva cambió. Ahora sólo el tratamiento de la teoría de Olduvai como cualquier otra teoría científica. No es nada personal. Cada año, se reúnen los datos. Actualización de la Figura 2. Y ver la teoría se desarrollan. Deje que las fichas caigan. ¿Qué más?
Sin embargo, la inminente post-industrial Edad de Piedra es una tragedia porque realmente no es inevitable. No hay razón absoluta por la que no podría vivir en la suficiencia material en este planeta durante millones de años. Pero la prudencia no es nuestro fuerte. “Incluso nuestro éxito se convierte en un fracaso.” Y, en cierto modo, no es culpa nuestra. Hace mucho tiempo, la selección natural nos dio un mal lado-estamos sexual prolífica, tribales, a corto plazo y centrado en sí mismo. Y después de miles de años de intentarlo, Cultura no ha cambiado. Y no hay ninguna señal de que Ella.
Hacia atrás para el futuro. Adelante hacia el pasado. Casi perfecta simetría.

6. RESUMEN Y CONCLUSIONES

La Civilización Industrial no evoluciona. Por el contrario, rápidamente se consume “los pre-requisitos necesarios físicos” para su propia existencia. En el corto plazo,resulta insostenible.“Este es un asunto de un disparo …. habrá una oportunidad, y una única oportunidad.”
Energía de uso por persona se utiliza como un índice medible de la industrialización. En 1989, propuso la teoría de Olduvai de la Civilización Industrial, como se ilustra en la Figura 1.

  • La civilización industrial puede ser descrita por una forma de onda de pulso único de duración X, según lo medido por el promedio de uso de energía por persona y año.
  • La esperanza de vida de la Civilización Industrial es menor de cien (100) años, es decir, X <100 años.

En 1989 postuló que la energía per cápita de uso alcanzó su valor máximo y ya estaba en decadencia. Pero en aquel entonces carecía de datos suficientes para probar la teoría.
En 1996, sin embargo, había probado con éxito la teoría de Olduvai en contra de numerosos conjuntos de datos. Cuatro de estas pruebas se grafican en la Figura 2.Desprenden los hechos siguientes.

  1. En promedio, el mundo per cápita de energía de uso alcanzó un valor máximo (es decir, un pico) en 1977.
  2. La tasa de disminución 1977-1995 tiene un promedio de 0,90% por año.
  3. Per cápita de energía de uso seguirá disminuyendo mientras la población mundial la tasa de crecimiento superior a la tasa de crecimiento de la energía.
  4. Si el declive continúa (y se evita la extinción), las sociedades humanas tocará fondo en el nivel de subsistencia de la energía de uso.

La teoría de Olduvai explica la Figura 2 de datos, pero el crecimiento exponencial de la teoría (de la economía dominante) y la teoría del estado estacionario no tanto.
La teoría de Olduvai no puede ser derrocado (es decir, científicamente rechazada) por la indignación o la indignación. Sin embargo, puede ser derrocado por tanto, (1) demostrar que los cuatro conjuntos de datos en la figura 2 están en un error, o (2) por la recopilación de datos adicionales en las próximas décadas y que demuestra que la teoría de Olduvai no pueden explicar estos datos. En cualquier caso, los datos será el árbitro final.

Referencias:
Asimov, I. y Blanco, I. (1991) La Marcha del milenio: una mirada clave en la Historia. Nueva York: Walker.
BP (1996 y anteriores ed.). BP Statistical Review of World Energy. British Petroleum Company, de Londres.
Cromer, A. (1993). ¿A qué altura, de alta tecnología? Northeastern University Magazine, mayo. Boston.
Davis, RG (1990). Energía para el planeta tierra. Scientific American 263, 21-27.
Duncan, RC (1996). La petrolera mexicana “juego” en dos “actos”: mantener toma de datos de producción de petróleo. Dinámica de Sistemas Actas de la Conferencia.Sistema Dinámico de la Sociedad, Cambridge, MA.
Duncan, RC (1993a). Sostenibilidad-¿Existe un camino intermedio? Moisés Greeley Parker Cátedra. Lowell, MA.
Duncan, RC (1993b). Las realidades de la producción de energía del mundo: la predicción basada en la histórica. Datos de una Asociación Humanista de Massachusetts,Cambridge, MA.
Duncan, RC (1993c). La esperanza de vida de la civilización industrial: El descenso al equilibrio del mundo. Población y Medio Ambiente 14, 325-357.
Duncan, RC (1991a). La esperanza de vida de la Civilización Industrial. Sistema Dinámico de Actas de la Conferencia (Bangkok). Dinámica de los sistemas de la sociedad, Cambridge, MA.
Duncan, RC (199 libras). La evolución del control social: ¿Es una sociedad mundial gobernable? Desarrollo de la Preparación para la Conferencia de la Sociedad Sostenible,Instituto Politécnico de Ryerson, Toronto.
Duncan, RC (1990). Una teoría unificada de la historia humana: la presentación de resumen. AESR Boletín, abril, v. III, n. 1.
Duncan, RC (1989). Evolución, la tecnología y el medio ambiente natural. Actas de la Conferencia ASEE, Binghamton, Nueva York.
Feynman, RP QED, Princeton University Press, Princeton, NJ.
Georgescu-Roegen, N. (1971). La Ley de la Entropía y el problema económico. La Universidad de Serie de Conferencias Distinguidas Alabama # 1.
Gibbons, JH, Blair, PD, y Gwin, HL (1989). Estrategias para el uso de energía. Scientific American, 3, 86-93.
Hoyle, F. (1964). De hombres y galaxias. Universidad de Prensa de Washington, Seattle.
Leslie, J. (1996). El Fin del Mundo: La ciencia y la ética de la extinción humana. Routledge, Londres.
Romer, HR (1985). Hechos y cifras de la Energía. Street Press primavera, Amherst, MA.
De las Naciones Unidas (1996 y anteriores ed.). Anuario Estadístico. Organización de las Naciones Unidas, Nueva York.
Wright, FM (1996). Comunicación personal. Seattle, WA.
Yourcenar, M. (1951). Memorias de Adriano. (1968 c / u). Penguin, Middlesex, Reino Unido.

Modelo producción del petroleo:
http://www.halcyon.com/duncanrc/ .
Para ejecutar este modelo debe descargar el programa gratuito Stella en tiempo de ejecución en http://www.hps-inc.com/products/STELLA/runtime.html .
Para más de Duncan, consulte:
EL PETRÓLEO MUNDIAL DE CICLO DE VIDA: rodea el pico de producción
http://hubbertpeak.com/duncan/clinton.htm
http://hubbertpeak.com/duncan/index.html
http://www.brit.org/research/botanical-research-and-a-conservation-mission/conservation-topics-and-controversies/
http://wapedia.mobi/es/Teor%C3%ADa_de_Olduvai?t=7
http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_Olduvai

 

Las uvas de la ira de John Steinbeck.La Gran Depresión y una carretera mítica.

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En el Blog un relato de gran fuerza ,dramatismo y , que a pesar de los años transcurridos,sigue por desgracia de actualidad.Se trata de la novela «Las uvas de la ira» del escritor estadounidense John Steinbeck (Salinas, 1902 – Nueva York, 1968) obtuvo el Pulitzer y el Premio Nobel,varias de sus novelas fueron llevadas al cine con éxito arrollador.Se encuadra su obra en el llamado naturalismo o realismo social americano.
En plena era de pobreza, en 1930, un joven llamado Tom Joad, un buen chico de provincias, de nobles sentimientos, sale de la cárcel tras haber cumplido condena por un delito por cuestiones de honor. A su regreso a casa, ve como aquella tierra en la que creció y se crió, sustento de toda su familia y de gran parte de su Oklahoma natal, está devastada, seca bajo una gran capa de arena y polvo que todo lo cubre. Su casa, su vecindario, un pueblo fantasma lleno de recuerdos. Tom, busca a su familia para obtener explicaciones: la sequía les ha arruinado las cosechas y sumido en la miseria.
Tom y su familia emprenderán entonces un viaje hacía el sueño americano, hacia la fértil california, donde el sol brilla y las penas son menores entre campos de naranjos y otros frutales. Por el camino se encontrarán con otras familias con las mismas ambiciones, los mismos intereses, y la misma desesperación; puesta a prueba de la bajeza moral de cada uno de los miembros, de los cuales, algunos seguirán luchando, otros desertarán, huirán, y otros perecerán en el camino y en el intento.
Una polémica historia sobre emigración en el seno de la gran nación de naciones.Historia que hoy por hoy sigue resultando realmente actual y sobrecogedora. Un relato en el que se mezcla la política pura, de sindicalismo, derechos humanos, de racismo y xenofobia, y cuestiones de honor y sacrificio, tanto personal como familiar.El tema representado en esta novela es actual en lo concerniente a inmigración y su explotación laboral, siendo una novela muy viva a pesar del tiempo transcurrido desde que John Steinbeck la escribiese. El autor, vivió durante dos años una vida de privaciones semejantes a las que describe en la obra, siendo un humilde campesino. Con esta experiencia y con una sincera conciencia social, el escritor reproduce este testimonio en medio de los peores tiempos de EEUU en toda su historia, la Gran Depresión.

Entre las versiones cínematográficas que han surgido de esta obra, la más conocida es la dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda.
Novela naturalista, de corte histórico y, en muchos momentos, con resonancias bíblicas. Está organizada en extensas secuencias narrativas y otras de corte más breve y descriptivo […], pequeñas crónicas que van enlazando progresivamente la trama de ficción. Cuenta el drama de una familia que lucha por sobrevivir a la miseria y a la pérdida de su pasado causadas por culpa de las terribles circunstancias económicas de la Gran Depresión norteamericana iniciada tras 1929. Ante la ausencia de perspectivas, amenazada su identidad, perseguidos por la codicia de los grandes propietarios y de los bancos, humillados por otros muchos compatriotas que ven peligrar su despreocupación y tranquilidad ante la llegada de miles de desposeídos, los protagonistas -los Joad- simbolizan los valores de la dignidad familiar y de la solidaridad que el escritor californiano Steinbeck, un hombre siempre comprometido y Premio Nobel de Literatura en 1962, plasmó en buena parte de su producción literaria.

El Tom Joad de Las uvas de la ira (por siempre asociado al rostro atormentado de Henry Fonda en la película de John Ford de 1940) pudo ser cualquiera (o una mezcla de varios) de aquellos miles de inmigrantes de Oklahoma Kansas o Tejas, conocidos como okies, que perdieron sus granjas por la presión combinada de la Gran Depresión, las catastróficas tormentas de polvo que destruyeron las tierras de cultivo y la voracidad de los bancos. Steinbeck los conoció mientras se documentaba para sus reportajes con la ayuda de Tom Collins, director de un campamento de acogida (inspirador claro del Jim Rawley de Las uvas…)en el que se trataba a estos «vagabundos de la cosecha» como a seres humanos. Más allá de sus límites, los okies eran considerados como sucias e ignorantes bestias de carga de las que no se podía prescindir pero a las que se despreciaba y maltrataba impunemente.
California, el paraíso de fruta y miel, la tierra prometida para aquellos desheredados había sido ya el destino de miles de inmigrantes chinos, filipinos y mexicanos a los que se explotó sin piedad y a los se terminó expulsando cuando empezaron a dar muestras de rebelarse o, si no tanto, de querer organizarse para defender sus derechos.
Era fácil mirar para otro lado cuando las víctimas no eran norteamericanos de pura cepa. Pero ser blancos y ciudadanos de Estados Unidos no salvó a los okies, que también tuvieron que soportar salarios de miseria, condiciones infrahumanas de vida, odio y marginación. Eso fue lo que Steinbeck puso por escrito, en reportaje y novela, y lo que Woody Guthrie cantó, después de subirse con su guitarra al techo de un tren rumbo a California.Rodeada de polémica desde su estreno –llegó incluso a estar prohibida en California- narra la odisea vital de la familia Joad, granjeros de Oklahoma que son echados de sus tierras por el progreso y la ambición del hombre y que junto con miles de familias se ven obligados a emigrar hacia el Oeste en busca de una nueva forma de ganarse la vida. Ambientada en la mayor crisis norteamericana de su historia en plena década de los años 30, Steinbeck narra con precisión los sentimientos de una familia amplia americana que se ven despojados de todo lo que tenían y que tienen que renunciar a aquello que dan por sentado en busca de un nuevo comienzo. Pero el viaje es largo, el dinero escasea y los habitantes de los estados que reciben a los inmigrantes no están dispuestos a hacerlo con los brazos abiertos: condiciones denigrantes donde los trabajadores son explotados debido a su gran necesidad, mientras las familias viven en campamentos hacinados –los famosos hooverville, que se extendieron por toda Norteamérica tras el crack del 29-; amenazas e intimidaciones como moneda de cambio, ya que todo inicio de sindicalización o de organización es cortada de raíz con extraña violencia al grito de rojos. Steinbeck alterna los capítulos centrados en la familia Joad –los de mayor extensión- con otros donde expande su visión a la situación general de la sociedad americana en esos momentos en muchas de sus diferentes capas: los aprovechados, los solidarios, los predicadores, los simples o los intelectuales; todos acaban en las páginas de la inmensa novela del escritor, que vivió y conoció esa época.
El autor y su obra:
John Steinbeck (Salinas, 1902 – Nueva York, 1968). Narrador y dramaturgo estadounidense, famoso por sus novelas que lo ubican en la primera línea de la corriente naturalista o del realismo social americano, junto a nombres como E. Caldwell y otros. Obtuvo el premio Nobel en 1962.Las uvas de la ira surgió de los artículos periodísticos que Steinbeck había escrito sobre las nuevas oleadas de trabajadores que llegaban a California, y desató polémicas encendidas en el plano político y en la crítica, ya que fue acusado de socialista y perturbador. El argumento de esta novela narra la migración de familias de Texas y Oklahoma que huían de la sequía y la miseria, en busca de la californiana Tierra Prometida.

Obras

La historia de la famosa carretera 66 y su relación con la Gran Depresión:
La ruta 66, también conocida como U.S. Route 66, Route 66 (Ruta 66), The Main Street of America (la calle principal de América), The Mother Road (La carretera madre) y la Will Rogers Highway (Carretera de Will Rogers),  es una autopista que se empezó a construir en 1926 para unir las aisladas tierras del oeste de Estados Unidos con el Este. No fue hasta 1938 cuando se terminó la ruta 66. Antes de eso atravesar el país de costa a costa era tremendamente complicado. Antes de 1867 y la construcción del ferrocarril era más rápido y sencillo navegar hasta el extremo sur de América del sur y volver.
La ruta 66 iniciaba su trayecto en Chicago (Lago Michigan), atravesaba Illinois, Missouri y Kansas hasta llegar a Oklahoma, donde giraba para atravesar Texas, Nuevo México y Arizona para terminar en California. El destino final se encontraba en las playas de Santa Mónica, en los Ángeles. En total 3.665 kilómetros de longitud.
Antes del siglo 20, la Costa Oeste de los Estados Unidos estaba tremendamente aislada de la Costa Este y del Medio Oeste por grandes barreras de montañas, desiertos y terrenos desolados, lo que implicaba navegar rutas sin señalizaciones, sin mantenimiento alguno, y a veces, hasta simples caminos de tierra.
Unos empresarios naturales de Oklahoma e Illinois pensaron que Estados Unidos necesitaban una autopista intercontinental que conectara ambas costas. Naturalmente, pensaron que era conveniente que esta ruta pasara por los pueblos de los que ellos eran originarios. Después de convencer de la importancia de esta ruta a sus gobernantes, empezó su construcción, que duró 12 años y acabó en 1938.
Ruta 66 empezaba en el Lago Michigan, Chicago, y acababa 4000 km después en las playas de Santa Mónica, Los Ángeles. La gran ventaja de esta carretera era que permitía atravesar el país en cualquier época del año, debido a su trazado.
Los residentes de todas las áreas por donde pasaba la Ruta 66, pronto descubrieron que este incesante flujo de motoristas necesitaría gasolina, comida, lugares donde hospedarse y entretenimientos a lo largo del camino. Así se levantaron miles de estaciones de servicio, restaurantes, cafés, bares, mercados, y atracciones turísticas. La Ruta 66 obtuvo la fama de ser “el motel del conductor”.
Durante los años 30, cuando la gran depresión económica atrapó al país, una sequía cayó sobre las regiones de campo del medio oeste. La Ruta 66 se convirtió en la ruta hacia la tierra prometida, California, donde siempre había sol, cosechas abundantes, y trabajos que se pagaban bien.
Desafortunadamente la ruta madre cayó víctima del progreso. Las súper autopistas y rutas interestatales eran más grandes, más derechas y más rápidas y desde los años 50 en adelante empezaron a reemplazar a la vieja Ruta 66. En Octubre de 1984, la nueva autopista interestatal 40 reemplazó al último tramo restante del la ruta 66, cerca de Williams Arizona. Hoy sólo quedan vestigios de la ruta madre.
Aún así, hay ciertos tramos perfectamente usables, que atraen gran cantidad de curiosos, aventureros y turistas.Se recomienda,para hacer este recorrido con estilo, que alquile un Corvette o una Harley Davidson, y saboreará como nadie el sueño americano.
La novela:
El texto tal vez aquí:
La película:
Tal vez de aquí:
Fragmentos de la novela:
“Al principio las familias levantaban y desmantelaban los mundos con timidez, pero paulatinamente hicieron suya la técnica de construir mundos. Entonces surgieron líderes, se hicieron leyes y aparecieron los códigos. Y conforme los mundos se movían hacia el oeste, eran más completos y estaban mejor equipados, porque los constructores tenían más experiencia… Las familias aprendieron los derechos que debían respetar… Y las familias aprendieron, aunque nadie se los dijo, que hay derechos monstruosos que hay que destruir… Estos derechos eran aplastados porque los pequeños mundos no podían existir ni una noche con semejantes derechos vigentes. Y conforme los mundos avanzaban en dirección al oeste, las normas se convirtieron en leyes, aunque nadie se lo dijo a las familias… Y con las leyes venían los castigos, y sólo había dos: una lucha rápida o el ostracismo; y éste era aún peor. Porque si uno infringía las leyes, su nombre y su rostro iban con él y ya no había sitio para él en ningún mundo, cualquiera que fuese el lugar en el que se crease. En los mundos, la conducta social se volvió rígida y fija… Las familias se movían hacia el oeste y la técnica de levantar mundos mejoró para que la gente se sintiera segura en ellos; y el patrón era tan fijo que una familia que se atuviera a las normas sabía que podía sentirse segura. Se desarrolló en los mundos un gobierno, con líderes respetados por todos… Un hombre sabio se dio cuenta de que la sabiduría era necesaria en todos los campamentos, la estupidez de un tonto era la misma en todos los mundos…. Y una nueva unidad se había formado”…
“La primavera es hermosa en California. Valles en los que las frutas maduras son fragrantes aguas rosas y blancas de un mar poco profundo. Luego los primeros zarcillos de las uvas hinchándose desde las viejas vides nudosas, caen como una cascada y cubren los troncos. Las verdes colinas llenas son redondeadas y suaves como senos. Y a ras de suelo las tierras de verduras y hortalizas dan hileras de millas de longitud con lechugas verde claro y pequeñas coliflores esbeltas, plantas de alcachofa verde-grisáceas, que no parecen de esta tierra… Y constantemente la fruta se hincha y las flores surgen en largos racimos en los viñedos”…
“Hubo un tiempo en que California perteneció a México y su tierra a los mexicanos; y una horda de americanos harapientos lo invadieron. Y su hambre de tierra era tanta que se la apropiaron: robaron la tierra de Sutter, la de Guerrero, se quedaron con las concesiones y las dividieron y rugieron y se pelearon por ellas aquellos hambrientos frenéticos; y protegieron con rifles la tierra que habían robado. Levantaron casas y graneros, araron la tierra y sembraron cosechas. Estos actos significaban posesión y posesión equivalía a propiedad: los mexicanos estaban débiles y hartos. No pudieron resistir, porque no tenían en el mundo ningún deseo tan salvaje como el que los americanos tenían de tierra”…
“Los hombres se acuchillaban, hombres de rostros afilados, delgados y endurecidos por la continua resistencia contra el hambre, de ojos torvos y mandíbulas duras… Y la tierra fértil se extendía alrededor de ellos… Las manos buscaron en los bolsillos y sacaron monedas pequeñas… Nuestra gente es buena; nuestra gente es compasiva. Ruego a Dios que algún día las gentes bondadosas no sean todas pobres…. Y las asociaciones de propietarios supieron que algún día las oraciones se acabarían. Y eso sería el fin”…
“ Y… en las palmas de las personas las uvas de la ira se están llenando y toman peso, listas para la vendimia”…

Un escritor solitario y huraño.JD Salinger.Eremita por la fama.

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File:Catcher-in-the-rye-red-cover.jpgFile:Catcher-in-the-rye-red-cover.jpg

Adiós a un mitoFile:JD Salinger.jpgFile:Jd salinger.jpg

Tras presentar a personajes reales (Dersu Uzala),o de ficción (los de Giono,Tolstói,Hemingway),ahora le toca el turno a uno que es real y a la vez creó un mundo de ficción propio.La vida del escritor estadounidense Jerome David Salinger,sería más propia de una novela,que de la dura realidad que vivió él,y que hizo vivir a los suyos…

Después de haber obtenido la fama y la notoriedad con El guardián entre el centeno, Salinger se convirtió en un eremita, apartándose del mundo exterior y protegiendo al máximo su privacidad. Se mudó de Nueva York a Cornish (New Hampshire), donde continuó escribiendo historias que nunca publicó.
Salinger ha intentado por todos los medios escapar de la exposición al público y de la atención del mismo (él mismo declaró: «los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida»)). Sin embargo, se vio obligado a luchar continuamente contra toda la atención no deseada que recibe, como figura de culto que llegó a ser en vida. Cuando supo de la intención del escritor británico Iam Hamilton de publicar J. D. Salinger: A writing life, una biografía que incluía cartas que Salinger había escrito a amigos y a otros escritores, Salinger interpuso una demanda para detener la publicación del libro. El libro apareció finalmente con los contenidos de las cartas parafraseados. El juez determinó que aunque es posible que una persona sea el propietario de una carta físicamente, lo que está escrito en ella pertenece al autor.
Uno de los resultados no intencionados de este juicio fue que muchos de los detalles de la vida privada de Salinger, incluyendo el hecho de haber escrito dos novelas y muchos relatos que no habían sido publicados, salieron a la luz pública a través de las transcripciones del juzgado.
Salinger aparece como personaje en la novela Shoeless Joe de W. P. Kinsella, en la que se inspiró la película Field of dreams. En la película el personaje tiene el nombre cambiado y es convertido en ficción. Estudió a lo largo de toda su vida el hinduismo Advaita Vedanta. Este hecho ha sido descrito extensamente por Sam P. Ranchean en su libro An adventure in Vedanta: J. D. Salinger’s the Glass Family (1990). La relación de un año que mantuvo en 1972 con la aspirante a escritora Joyce Maynard de dieciocho años, fue también causa de controversia cuando ella subastó las cartas que Salinger le había escrito. Ha mantenido, igualmente, más de veinte relaciones con aspirantes femeninas a escritoras, siempre muy jóvenes.
En 2000, su hija, Margaret Salinger, publicó El guardián de los sueños. En su libro de “confesiones”, la señorita Salinger afirma que su padre se bebía su propia orina, sufría glosolalia, rara vez tenía relaciones sexuales con su madre, la tenía como una “prisionera virtual” y se negaba a permitirle ver a sus parientes y amigos.
Sólo por «El guardián entre el centeno» uno se gana el cielo o por lo menos la presencia en todos los programas de lectura de todos los institutos de secundaria del mundo. La historia de Holden Caulfield, quintaesencia del adolescente eternamente atrapado entre las restricciones de la infancia y la trampa de la madurez, no ha dejado indiferente a nadie desde su publicación en 1951.
La obra es tan escueta y a la vez tan sugerente que tiene más partes sumergidas que un relato de Hemingway. Cada cual la puede leer a su gusto. El enganche es tan universal y tan fuerte que Salinger murió batallando porque no apareciera una secuela sin su permiso, obra de un autor que se había imaginado el mundo de Holden Caulfield de viejo
J.D. Salinger despuntó y sorprendió con esta narración en primera persona, en la que el propio estilo narrativo es en sí mismo el argumento y la clave de una obra maestra a la que no le falta su propia leyenda negra. Se ha dicho que este libro ha estado en la cabecera de cama de más de un conocido psicópata. Era un libro que encontraron en el asesino de John Lennon.Hay alguna película como «Conspiración » protagonizada por Mel Gibson en la que también tiene un destacado papel en la película,pues el protagonista acapara muchos ejemplares de la novela en cuestión.Leyendas,y realidades, a parte, cabe destacar su estilo narrativo por su originalidad. La peculiar personalidad del protagonista viene dada por su demoledora y rompedora sinceridad. Holden empieza su narración echando la vista atrás, hacia las navidades pasadas en las que su proyección mental se precipita a gran velocidad hacia el rechazo de los convencionalismos sociales más elementales. Su innegable congruencia interna se torna incompatible con su entorno escolar. Es expulsado de varios colegios y en el momento en el que él comienza su relato, acaban de expulsarlo del Colegio Pencey en Pennsylvania. Este hecho precipita su delirio vital únicamente entregado a la vivencia del momento presente. Sus análisis a cerca los personajes que se van cruzando en su camino y de cada situación es brillante y su postura ante ellos es de total franqueza. No falta en su repertorio de conductas la agresividad nacida de un radical sentido de la justicia unilateral y que no perdona flaquezas, ni las dosis de hipocresía que suelen acompañar a los intereses de cualquier persona que podamos catalogar como normal. En su huida a ninguna parte Holden va al encuentro de aventuras amorosas fugaces, borracheras y encuentros con amigos a los que acaba agotando, su pensamiento lo lleva siempre al límite del bien y del mal y el lector acaba agotado también y deseando que la virtuosa inteligencia de Holden acabe brillando a su favor, aplacando su carácter irrefrenablemente abocado a la autodestrucción. Su des apego hacia todo a pesar de las grandes dosis de ternura y nobleza que exhibe se ve sólo afectado por la estrecha y entrañable relación que le une a su hermana pequeña Phoebe. Ni sus padres ni su hermano AD.B al que juzga duramente por vender su talento como escritor a cambio de dinero, consiguen lo que la dulzura y el amor del personaje que mejor entiende la locura de su hermano Holden logra. Ella prevé que su hermano va a perderse para siempre y protagoniza la escena que conmueve por igual al protagonista y al lector. Holden es salvado de sí mismo gracias a su intervención y desde el retiro prescrito por su psiquiatra reabre para el lector el clásico debate sobre la naturaleza de la locura y lo que la diferencia o no del pensamiento original de un hombre quizás sólo incomprendido por su atípica peculiaridad. El amor en cualquier caso se revela como el factor que finalmente concilia y aplaca al incombustible Holden
Escritor «de talento infinito», como le definió Ernest Hemingway tras conocerle en París durante la segunda guerra mundial, años antes de que publicara su obra magna, Salinger llevaba lejos de la vida pública prácticamente cinco décadas, cuando tras el inesperado éxito de El Guardián entre el centeno, convertido en best seller el mismo año de su publicación, 1951, decidió abandonar Nueva York e instalarse en el campo, en la misma casa en la que falleció. Se acercaba así al deseo del mordaz y afilado protagonista de su novela, Holden Caufield, quien en un pasaje del libro afirma: «me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente».
Por delante quedaban la guerra y un desasosiego infinito. Como le diría con el tiempo a su hija Margaret, “el olor de carne humana quemada no se olvida nunca”. Salinger fue de los primeros soldados norteamericanos en entrar en un campo de concentración.
Ni él ni su escritura volvieron a ser los mismos. Holden Caulfield por fin vio la luz pero ya en una versión incurablemente amarga. Salinger agradeció el éxito pero lo utilizó para escapar del mundo. Se hizo budista acérrimo. Se casó con una joven estudiante de Radcliffe a la que casi obligó a dejar de graduarse para huir con él. Tuvo dos hijos. Se separó de su esposa y tuvo una amante con la que también acabaría peleando por su privacidad. Nunca volvió a dar la cara. La foto suya que circulaba era de décadas atrás.La historia de Holden Caulfield, el adolescente inadaptado que se busca a sí mismo en una sociedad a la que rechaza, tuvo un éxito enorme en su momento y durante las décadas inmediatamente posteriores en los Estados Unidos y el resto del mundo; después se convirtió en un texto “clásico”, recomendado con frecuencia pero leído con menos pasión (desde muy pronto se vio a su autor como un especialista en un campo muy estrecho: “su truco”, dice una reseña adversa de los años sesenta, “es volver glamorosa la autocompasión”)…, y ahora puede haber quedado sumamente lejos de los intereses y el modo de pensar de los adolescentes actuales de su propio país y de los otros. Esta nota del New York Times puede ser representativa de las nuevas opiniones sobre el tema: según su autora, Jennifer Schuessler, los adolescentes de ahora no encuentran mucho de interés en Salinger porque desean integrarse más que distinguirse de su sociedad, competir y ganar más que embarcarse en búsquedas interiores. Además, al contrario de lo que sucedía a mediados del siglo XX, buena parte de la economía global (sobre todo en los países desarrollados) gira alrededor de los adolescentes y les vende espacios, moda, signos de identidad que Holden, para bien o mal, nunca habría podido tener.
«El guardian entre el centeno » ,convertido en una mala obra de teatro:

Schuessler cita a un quinceañero de Long Island quejándose: “Todos odiamos a Holden en mi clase. Todos queríamos decirle ‘Cállate y toma tu Prozac’”. A lo mejor es cierto: a lo mejor la serie de Harry Potter y programas como Glee muestran con mayor exactitud las aspiraciones y las neurosis (la vida real no, seguro que no: no todo el mundo tiene poderes mágicos, no todo el mundo canta tan bien) de los adolescentes. No habría que espantarse: todos los libros envejecen, se secan, se olvidan, aunque unos pocos lo hagan más despacio que el resto; la “pertinencia” de un texto, su “representatividad”, es una ilusión que sólo puede mantenerse durante cierto tiempo, si es que se da.
Por otra parte, el alboroto acerca de la vida extraña de Salinger y sus diversas manías y locuras apenas ha dejado ver a nadie lo realmente importante: Salinger no dejó de escribir durante sus años de reclusión. “Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una terrible invasión de mi vida privada. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer”, dijo el escritor en una entrevista de 1974, y yo sospecho que una vez que haya quedado atrás la noticia de la muerte, y se haya hecho el reparto de dineros y herencias, llegaremos a leer siquiera una parte de esos escritos.
Lo más probable es que sean borradores decepcionantes; pero no habría que espantarse, tampoco, si fueran textos todavía más extraños de lo que resultan ahora los que Salinger sí publicó, testimonios de una experiencia humana alocada, introvertida y (sobre todo) totalmente contraria a los impulsos actuales: a lo que se supone que debe ser la vida en la época de Facebook. Una búsqueda espiritual cuando no queremos ninguna: una bofetada, o un escupitajo, en la cara que creemos tener.
Un puñado de autores secretos, encerrados, que escriben mientras viven en dificultades con el mundo y que no quieren publicar –Franz Kafka sería el ejemplo obvio; hay otros–, puede hablar con más fuerza que las legiones de los integrados, los sensatos, los oportunos y constantes. Si tiene suerte, tal vez J. D. Salinger termine por ser entendido no como un autor canónico, de programa escolar, sino como un auténtico “raro”; habrá que esperar a que esos textos salgan a la luz…

Obituario de Salinger:

http://www.youtube.com/watch?v=9ivqJdG6ano&feature=related

A los 91 años muere, por causas naturales, Jerome David Salinger, uno de los más representativos escritores estadounidenses.
El fallecimiento fue anunciado por el hijo del autor, Matt Salinger, al representante literario de este, quien a su vez lo dio a conocer hoy a los medios.
El escritor se convirtió en un clásico de la literatura estadounidense con su obra “The catcher in the Rye” (El guardián entre el centeno) publicada en 1951. En 1953 publicó la colección de cuentos “Nine stories”, y en 1961 otra de sus reconocidas novelas “Franny and Zoe”.
Durante toda su vida huyó de las presentaciones en público y procuró mantenerse alejado de los medios. Su hija, Margaret Salinger, publicó en 2000 un libro de confesiones en donde cuenta algunos traumas y problemas que afrontaba su padre y su hijo Matt Salinger es actor poco destacado de Hollywood.
Un comercio de antigüedades del norte de California ha puesto a la venta en eBay un inodoro que perteneció al escritor J.D. Salinger (1919-2010) por el que pide un millón de dólares.
Para incentivar la compra, el vendedor también señala que la viuda del escritor «heredó todos sus manuscritos con la idea de publicarlos. Quién sabe cuántas de esas historias se concibieron y pasaron al papel mientras Salinger estaba sentado en su trono». Como prueba de la autenticidad de la pieza, presenta una carta de la actual propietaria de la antigua casa del escritor en que se da fe del origen del inodoro.Desde el fallecimiento de Salinger el pasado 28 de enero, han aparecido cartas y otros documentos que han rasgado el velo de misterio que rodeó buena parte de su vida, aunque el objeto puesto hoy a la venta es por ahora el más curioso.
Película con referentes a la «leyenda negra»:
Su obra
– «El guardián entre el centeno» («The Catcher in the Rye»), 1951
– «Nueve cuentos» («Nine stories»), 1953
– «Franny y Zooey» (1961)
– «Levantad, carpinteros, la viga del tejado» («Raise High the Roof-Beam, Carpenters») y «Seymour: una introducción» («Seymour: An Introduction»), 1963
– «Hapworth 16, 1924» (Apareció en «New Yorker» en 1965, y en 1996 la editorial Orchises Press anunció su reedición, pero el autor la prohibió poco antes de que salieran los ejemplares de la imprenta)
– En el año 2000, su hija Margaret publicó «Dream Catcher: A Memoir», en el que hablaba de su padre y desmontaba muchos de los mitos creados a su alrededor
Dos fragmentos de su obra más conocida «El guardián entre el centeno»:
FRAGMENTO 1:»Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.»

FRAGMENTO 2:

«¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (…) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura».

Un texto del autor:
Ligera Rebelión en Madison
Por J. D. Salinger
Cuando sale en vacaciones de la Escuela Preparatoria para muchachos Pencey (“Un docente por cada diez estudiantes”), Holden Morrisey Caufield generalmente lleva puesto su sobretodo y un sombrero de bordes pronunciados hacia la copa. Mientras pasan los autobuses de la Quinta Avenida, algunas chicas que conocen a Holden a menudo piensan que lo verían caminar por Saks’ o Altman’s o Lord & Taylor’s, pero generalmente se trata de otra persona.
Este año, las vacaciones de Navidad de Holden en la Preparatoria Pencey concidieron con las de Sally Hayes en la Escuella Mary A. Woodruff para señoritas (“especial atención a aquellos con cierta tendencia por la dramaturgia”). Al salir de vacaciones de Mary A. Woodruff, generalmente Sally no lleva sombrero aunque sí un nuevo abrigo azul plateado de piel. Mientras camina por la Quinta Avenida, los muchachos que conocen a Sally piensan a menudo que la verían pasar por Saks’ o Altman’s o por Lord & Taylor’s. Pero generalmente se trata de otra persona.
En cuanto llegó a New York, Holden tomó un taxi a casa, dejó su Gladstone en el recibidor, besó a su madre, abultó su abrigo y su sombrero convenientemente en una silla y marcó el número de Sally.
“Hey,” dijo a la bocina. “¿Sally?”
“Sí, ¿Quién habla?”
“Holden Caufield. ¿Cómo estás?”
“¡Holden! ¡Bien! ¿Qué tal tú?”
“Genial,” dijo Holden. “Oye, ¡cómo va todo? Digo, ¿qué tal la escuela?”
“Bien,” dijo Sally. “Bueno, ya sabes.”
“Perfecto,” dijo Holden. “Óyeme. ¿Qué haces esta noche?”
Holden la llevó a Wedgwood Room esa noche, ambos iban bien arreglados, Sally llevaba un nuevo vestido turquesa. Bailaron muchísimo. El estilo de Holden era más lento, con pasos largos hacia atrás y adelante, como si bailara sobre una alcantarilla abierta. Bailaron con las mejillas juntas y a ninguno de los dos le importó si era bochornoso. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuvieron vacaciones.
Se lo pasaron maravillosamente en el taxi que los trajo de vuelta a casa. En dos ocasiones, cuando el taxi se detuvo brevemente por el tráfico, Holden saltó en su asiento.
“Te quiero,” le soltó a Sally, apartando su boca de la de ella.
“Oh, cariño, yo también te quiero,” dijo Sally, y agregó, menos apasionada, “Prométeme que te dejarás crecer el pelo. El pelo rapado es muy cursi.”
Al día siguiente, el jueves, Holden llevó a Sally a la matinée a ver “Oh Mistress Mine”, la cual ninguno de los dos había visto. En el primer entreacto, salieron a fumar al vestíbulo y ambos acordaron vehementemente que los Lunts eran maravillosos. George Harrison, de Andover, también fumaba en el vestíbulo y reconoció a Sally, tal como ella lo esperaba. Habían sido presentados alguna vez en una fiesta y nunca habían vuelto a verse desde entonces. Ahora, en el vestíbulo del Empire, se saludaron con el mismo gusto de quienes parecen haberse bañado frecuentemente desde niños. Sally le preguntó a George si creía que la obra era maravillosa. George se tomó el tiempo para replicar, acercando su pie al de la mujer que estaba a su lado. Dijo que la pieza en sí misma no era ciertamente una obra maestra, pero que los Lunts, por supuesto, era ángeles.
“Ángeles,” pensó Holden. “Ángeles, por el amor de Dios. Àngeles.”
Luego de la matinée, Sally le dijo a Holden que se le había ocurrido una idea maravillosa. “Vayamos a patinar mañana por la noche a Radio City.”
“Bien,” dijo Holden. “Seguro.”
“¿Lo dices en serio?” dijo Sally. “No lo digas si no lo piensas en realidad. Digo, a mí me importa un bledo hacer una cosa o la otra.”
“No,” dijo Holden. “Vayamos. Será divertido.”
Sally y Holden eran malísimos patinando sobre hielo. Los tobillos de Sally chocaban el uno con el otro de una manera desagradable y los de Holden no lo hacían mucho mejor. Esa noche había allí cientos de personas que no tenían nada mejor que hacer que ponerse a mirar a quienes patinaban.
“Hagámonos de una mesa y pidamos algo de beber,” sugirió inesperadamente Holden.
“Es la idea más maravillosa que he oído en este día,” dijo Sally.
Se quitaron los patines y se sentaron en una mesa. Hacía calor en el salón y Sally se sacó también las manoplas de lana. Holden comenzó a encender fósforos. Los dejaba quemarse hasta que ya no podía sostenerlos; luego dejaba caer los restos en el cenicero.
“Mira,” dijo Sally, “Tengo que saberlo- ¿Vas a ayudarme o no con el árbol para Nochebuena?”
“Seguro,” dijo Holden sin entusiasmo.
“Digo, tengo que saberlo,” dijo Sally.
Holden dejó de pronto de encender fósforos. Se inclinó sobre la mesa. “Sally, ¿tú nunca te hartas de nada? Digo, ¿no te asusta a veces que todo termine siendo una mierda al menos que hagas algo?”
“Claro,” dijo Sally.
“¿Te gusta la escuela?” inquirió Holden.
“Es muy pesada.”
“Pero ¿la odias?”
“Bueno, no, no la odio.”
“Bien, yo la odio,” dijo Holden. “Dios, ¡cómo la odio! Pero no es sólo eso. Es todo. Odio vivir en New York. Odio los autobuses de la Quinta Avenida y los de la Avenida Madison y salir por el centro. Odio la película de la calle Setenta y Dos, con esas nubes falsas en el cielorraso, y que me presenten a tipos como George Harrison, y tener que usar el ascensor cuando quieres salir y los tipos que se quieren meter contigo todo el tiempo en Brooks.” Su voz se excito un poco más. “Cosas así. ¿Sabes lo que digo? ¿Sabes? Eres la única razón por la que estoy aquí en vacaciones.”
“¡Qué dulce eres!” dijo Sally, deseando que cambiara ya de tema.
“Dios, ¡cómo odio la escuela! Deberías ir a una escuela de chicos alguna vez. Todo lo que haces es estudiar y pensar lo importante que es que tu equipo de fútbol gane, y hablar de chicas y ropa y licor, y…”
“Ya. Escúchame,” interrumpió Sally. “Muchísimos chicos sacan algo más que eso de la escuela.”
“Estor de acuerdo,” dijo Holden. “Pero esto es todo lo que saco yo. ¿Ves? A eso me refiero. No saco nada de nada. Estoy desquiciado. Muy desquiciado. Mira, Sally. ¿Cómo decírtelo para que lo entiendas? Ésta es mi idea. Le pediré prestado su auto a Fred Halsey y mañana por la mañana nos vamos a Massachussets o Vermont o por allí. ¿No crees? Es precioso. Digo, es hermoso allí arriba, lo digo en serio. Alquilaremos una cabaña o algo así hasta que se me acabe el dinero. Tengo unos ciento doce dólares. Y luego, cuando el dinero se acabe, consigo un trabajo y nos vamos a vivir por allí, cerca de un arroyo. ¿Me entiendes? En serio, Sally, la pasaremos genial. Y luego, más tarde, nos casamos o algo así. ¿Qué dices? ¡Vamos! ¿Qué dices? Hagámoslo, ¿eh?”
“No podemos hacer algo así,” dijo Sally.
“¿Por qué no?” preguntó Holden estridentemente. “¿Por qué diablos no podemos?”
“Porque no se puede,” dijo Sally. “No puedes, eso es todo. Suponte que el dinero se acaba y no consigues trabajo. ¿Y entonces qué?”
“Conseguiré un trabajo. No te preocupes por eso. No tienes que preocuparte por eso. ¿Cuál es el problema? ¿No quieres venir conmigo?”
“No hablo de eso,” dijo Sally. “No hablo de eso en absoluto. Holden, tenemos muchísimo tiempo aún para hacer cosas así –todas esas cosas. Después de terminar la universidad y casarnos. Habrá muchísmos lugares maravillosos a los que ir.”
“No, no los habrá,” dijo Holden. “Será completamente diferente.”
Sally lo miró, la había contradicho muy suavemente.
“No será igual en absoluto. Tendremos que bajar en ascensores con maletas y tal. Tendremos que llamar a todo el mundo y decirles adiós y enviarles postales. Y yo tendré que trabajar con mi padre, pasear por la Avenida Madison y leer periódicos. Tendremos que ir a la calle Setenta y Dos todo el tiempo y ver los informativos. ¡Informativos! Siempre hay alguna tonta carrera de caballos o alguna señora que inaugura un barco estrellando una botella. No entiendes en absoluto lo que estoy diciéndote.”
“Quizás no. Quizás tú no entiendes, en todo caso,” dijo Sally.
Holden se puso de pie, con uno de los patines colgándole del hombro. “Me apenas muchísimo,” anunció bastante desapasionadamente.
Un poco más tarde de la medianoche, Holden y un chico gordo y poco vistoso llamado Carl Luce se sentaron en el Wadsworth Bar a tomar Scotchs y comer papas fritas. Carl también iba a la Preparatoria Pencey y estaba en su misma clase.
“Hey, Carl,” dijo Holden, “tú eres uno de esos tipos intelectuales. Dime algo. Suponte que te sientes harto. Suponte que empiezas a volverte loco, muy loco. Suponte que quieres abandonar la escuela y todo y largarte de New York. ¿Qué harías?”
“Bebe,” dijo Carl. “A la mierda con todo eso.”
“En serio, lo digo en serio,” rogó Holden.
“Siempre te fastidias por cualquier cosa,” dijo Carl. Y se levantó y se fue.
Holden siguió bebiendo. Se tomó nueve dólares de Scotch y a eso de las 2 de la madrugada, caminó de la barra a la antesala, donde estaba el teléfono. Marcó tres veces hasta que dio con el número que quería.
“¡Hooola!” gritó al teléfono.
“¿Quién es?” inquirió una voz fría.
“Soy yo, Holden Caufield. ¿Podría hablar con Sally, por favor?”
“Sally duerme. Habla la Sra. Hayes. ¿Por qué llamas a estas horas, Holden?”
“¿Quiero hablar con Sally, Sra. Hayes. Importante. Llámela.”
“Sally duerme, Holden. Llámala mañana. Buenas noches.”
“Despiértela. Despiéeertela Sra. Hayes, eh. Despiéeertela, Sra. Hayes.”
“Holden,” dijo Sally, al otro lado. “Soy yo. ¿Qué sucede?”
“Sally, ¿eres tú?”
“Sí. Estás borracho.”
“Sally, estaré contigo en Nochebuena. Iremos a cortar un árbol. ¿Qué dices? ¿Eh?”
“Sí. Ve a la cama ahora. ¿Dónde estás? ¿Con quién estás?”
“Cortaré un árbol para ti. ¿Eh? ¿Qué dices? ¿Eh?”
“Sí. Ahora ve a la cama. ¿Dónde estás? ¿Con quién estás?”
“Cortaré un árbol para ti. ¿Eh? ¿Ok?”
“¡Sí! ¡Buenas noches!”
“B’enas noches. B’enas noches, Sally, preciosa. Preciosa. Sally, cariño.”
Holden colgó y se quedó junto al teléfono unos quince minutos. Luego metió otra moneda en la ranura y volvió a marcar el mismo número.
“¡Hooola!” gritó. “Hablar con Sally, por favor.”
Se escuchó un agudo tintineo mientras colgaban y Holden colgó también. Se tambaleó por un momento. Luego fue hasta los sanitarios y llenó el lavabo con agua helada. Sumergió la cabeza hasta las orejas y luego caminó hasta la radiador, goteando, y se puso debajo. Se quedó sentado debajo del radiador, contando las baldosas del suelo mientras el agua resbalaba por su cara y se le metía en la nuca, empapándole el cuello de la camisa y la corbata. Veinte minutos después, entró el pianista del bar a peinarse. Tenía el pelo ensortijado.
“¡Hey, amigo!” lo saludó Holden desde el radiador. “Tengo la butaca más caliente. Me apagaron las luces y estaba empezándome a enfriar.”
El pianista sonrió.
“Dios, tú sí que puedes tocar, eh,” dijo Holden. “Tocas realmente bien. Deberías estar en la radio. ¿Sabes? Eres buenísimo, amigo.”
“¿No quieres una toalla, muchacho?” le preguntó el pianista.
“No, ya no,” dijo Holden.
“¿Por qué no te vas a casa ya?”
Holden sacudió la cabeza. “Ya no”, dijo. “Ya no.”
El pianista se encogió de hombros y volvió a meter el peine en su bolsillo. Cuando salió del baño, Holden se quitó de debajo del radiador y pestañeó varias veces para dejar ir las lágrimas. Luego fue hasta el recibidor. Se puso el sobretodo sin abotonárselo y se colocó con fuerza el sombrero sobre la cabeza empapada.
Los dientes le castañeaban con violencia; se detuvo en la esquina y esperó el autobús de la Avenida Madison. La espera sería larga.
Traducción: Martín Abadía
Título original: Slight Rebellion off Madison (The New Yorker XXII, Diciembre de 1946, 76-79, 82 -86)
Un relato inédito  en Castellano :
Nota: este relato inédito pertenece The Complete Uncollected Short Stories I and II y apareció en Esquire, Octubre de 1945, pág. 54-56, 147-149. Según este sitio especializado, algunos de los primeros trabajos de J. D Salinger son susceptibles de catalogarse dentro de las “Caufield Stories”, relatos que tiene algún tipo de vínculo en forma con The Catcher In The Rye y con su protagonista Holden Caufield. “Este sándwich no tiene mayonesa” pertenece a este grupo.
Este sándwich no tiene mayonesa
Por J. D Salinger.
Voy en un camión, sentado en una de las paredes del acoplado, tratando de escapar de esta loca lluvia de Georgia, esperando que llegue el Teniente de Servicios Especiales, esperando cobrar. Tengo pensado hacer dinero de acá a unos minutos. Hay treinta y cuatro hombres en este vehículo y sólo treinta de ellos se supone que deban ir a bailar. Cuatro deben irse. Planeo apuñalar a los cuatro primeros a mi derecha, al tiempo que canto con todo lo que me da la voz “Off We Go Into The Wild Blue Gonder”, ahogando sus tontos lamentos. Luego escogeré a otros dos (preferentemente graduados universitarios) para empujarlos a la húmeda y roja arcilla de Georgia, fuera de este vehículo. Quizás valga la pena olvidar que soy uno de los Diez Hombres Más Rudos que alguna vez se hayan metido en este acoplado. Podría machacar  a los gemelos Bobbsey. Cuatro deben irse. Fuera del camión homónimo… Choose yo’ pahtnuhs for the Virgina Reel!
Y la lluvia sobre la lona cae más fuerte que nunca. No es mi amiga. No es amiga mía ni de estas personas (cuatro de ellos deben irse). Tal vez es amiga de Katharine Hepburn o de Sarah Palfrey Fabyan o de Tom Heeney, o de todos los firmes fanáticos de Creer Garson que esperan en fila en el Radio City Music Hall. Pero no es mi compinche, esta lluvia. No es compinche tampoco de los otros treinta y tres hombres (Cuatro de ellos deben irse).
El tipo de la cabina me grita otra vez.
“¿Qué?” digo. No puedo oírlo. La lluvia sobre la lona me mata. Ni siquiera quiero oírlo.
Dice por tercera vez, “¡Bajemos a la carretera! ¡Que venga las mujeres!”
“Tengo que esperar al Teniente,” le digo. Siento que mi codo se moja y lo meto dentro, fuera del aguacero. ¿Quién se robó mi impermeable? Con todas mis cartas en el bolsillo izquierdo. Mis cartas de Red, de Phoebe, de Holden. Cartas de Holden. Ah, escuchen, no me importa que se roben mi impermeable, pero ¿por qué robarme las cartas? Él sólo tiene diecinueve años, mi hermano, y las drogas no bajan ni una mísera su humor, lo matan con sarcasmo, y no puede hacer nada más que escuchar frenéticamente al descalibrado aparatito que lleva en su corazón. Mi hermano perdido en acción. ¿Por qué no dejan los impermeables en paz?
Tengo que dejar de pensar en ello. Pensar en algo agradable, como el viejo cascarrabias de Vincent. Pensar en este camión. Hacerme creer que no es el más oscuro, húmedo y miserable camión del Ejército en el que haya viajado alguna vez. Este camión, debes hacerte creer, está lleno de rosas y rubias y vitaminas. Es un camión verdaderamente lindo. Es un camión formidable. Eres afortunado de estar aquí esta noche. Cuando vuelvas del baile –¡Choose yo’ pahnuhs, folks!- podrás escribir un poema inmortal acerca de este camión. Es un poema en potencia. Puedes llamarlo “Camiones en los que he viajado,” o “Guerra y Paz,” o “Este sándwich no tiene mayonesa”. Hazlo simple. Ah, escucha. Escucha, la lluvia. Es el noveno día desde que empezó a llover. ¿Cómo puedes hacerme esto a mí y los treinta y tres hombres (cuatro de ellos deben irse)? Déjanos solos. Deja de hacernos sentir pegajosos y desolados.
Alguien me habla. El hombre dentro del radio de mi navaja. (Cuatro deben irse.) “¿Qué?” le digo.
“¿De dónde eres, Sarg?” Me pregunta el muchacho. “Te estás mojando el brazo.”
Lo meto nuevamente adentro. “New York,” le respondo.
“Yo también. ¿De qué parte?”
“Manhattan. A algunas calles del Museo de Arte.”
“Yo vivo en Valentine Avenue,” dice el muchacho. “¿Sabes dónde es?
“En el Bronx, ¿no?”
“Nah, Cerca del Bronx. Cerca del Bronx, pero no ahí. Es aún Manhattan.”
Cerca del Bronx, pero no ahí. Recordemos esto. No vayas por ahí diciéndole a la gente que vives en el Bronx cuando no viven allí, viven en Manhattan. Usemos la cabeza, amigos. Bailemos un rato.
“¿Cuánto hace que estás en el Ejército?” le pregunto. Es un soldado raso. Es el soldado raso más empapado que he visto en el Ejército.
“Cuatro meses. Me envían al Sur y luego me embarco a Mee-ami. ¿Has estado en Mee-ami?”
“No,” miento. “¿Hay alguno bueno allí?”
“¿Algo bueno?” y codea al tipo a su derecha. “Dile, Fergie.”
“¿Qué?” dice Fergie, empapado, congelado y nauseabundo.
“Cuéntale al Sargento acerca de Mee-ami. Quiere saber si hay algo bueno o no. Dile.”
Fergie me mira. “¿Nunca ha estado allí, Sargento?” – Pobre y miseable proyecto de Sargento.
“No. ¿Se está bien allí?” me las apaño para preguntar.
“¡Qué ciudad!” dice Fergie suavemente. “Puedes conseguir todo lo que quieres allí. Te puedes divertir de verdad. Digo, realmente la puedes pasar bien. No como en este agujero. Aquí no puedes pasarla bien ni intentándolo.”
“Vivíamos en un hotel,” dice el muchacho de Valentine Avenue. “Antes de la guerra se pagaba cinco o seis dólares al día por un habitación en ese lugar. Una habitación.”
“Duchas,” dice Fergie con el  tono agrio que Abelardo, durante sus últimos años, debe haber usado para describir el picaporte de Eloisa.
“Estábamos todo el tiempo limpios como niños. Allí tenías cuatro tipos en una habitación y duchas en el vestíbulo. El jabón del hotel era gratis. Cualquier tipo de jabón. No sólo el barato.”
“¿Estás vivo, no?” el tipo enfrente de mí le grita a Fergie. No puedo verle la cara.
Fergie está más allá de todo. “Duchas,” repìte. “Me duchaba dos o tres veces al día”
“Yo solía ser vendedor allí,” anunció un tipo en mitad del camión. Apenas puedo ver su cara en la oscuridad. “Memphis y Dallas son las mejores ciudades del Sur. Les juro. En el invierno Miami se llena de gente. Puede volverte loco. En los lugares adonde vale la pena ir, difícilmente puede conseguir algo.”
“No estaba atestado de gente cuando estuvimos allí, ¿no es cierto, Fergie?” pregunta el chico de Valentine Avenue.
Fergie no respondió. No participa como nosotros en la charla. No se presta a ello.
El hombre al que le gusta Memphis y Dallas piensa igual también. Le dice a Fergie, “estando por aquí, eres afortunado si consigues ducharte una vez por día. Estoy en una nueva área del Oeste. Aún no construyeron las duchas.”
A Fergie no le interesa. La comparación no es acertada. La comparación, debo decirte, apesta, Mac.
Del frente del camión llega una dinámica e irrefutable observación: “No hay vuelos otra vez esta noche. Los cadetes no volarán nuevamente esta noche, ¿está bien? El octavo día no hay vuelos nocturnos.”
Fergie mira, con un mínimo de energía. “Apenas he visto un avión desde que estoy por aquí. Mi esposa piensa que estoy volando como un loco. Me escribe y me dice que debería salirme del Cuerpo Aéreo. Me cree en un B-17 o algo así. Lee acerca Clark Gable y me cree un francotirador o algo que tenga que ver con las bombas. No tengo alma para decirle que no hago absolutamente nada.”
“¿Cómo nada?” dice Memphis y Dallas, interesado.
“Nada. Nada que sea necesario.” Fergie se olvida de Mee-ami por un minuto y le echa a Memphis y Dallas una mirada fulminante.
“Oh,” dice Memphis y Dallas, pero antes de que pueda continuar, Fergie se da vuelta y me dice, “debería ver esas duchas en Mee-ami, Sarg. No es broma. No tendría ya ganas de meterse en su propia bañadera otra vez.” Y vuelve a apartar la mirada y a perder interés en mi cara –lo cual es siempre comprensible.
Memphis y Dallas se asoma ansiosamente, dirigiéndose a Fergie. “Te podría llevar a dar un paseo,” le dice. “Trabajo con la Aduana. Los tenientes de aquí atraviesan el país en menos de un mes y no muchas veces llevan a alguien en la parte de atrás. Estuve allí muchas veces. Maxwell Field. En todas partes.” Señala con el dedo a Fergie, como si lo acusara de algo. “Oye. Si quieres ir alguna vez, llámame. Llama a la Aduana y pregunta por mí. Portner es mi nombre.”
Fergie parece flemáticamente interesado. “¿Sí? Que pregunte por Portner, ¿eh? ¿Eres cabo o algo así?”
“Soldado raso,” dice Portner fría y escuetamente.
“Muchacho,” dice el chico de Valentine Avenue, mirando detrás de mí, la abundante oscuridad. “Mira, asómate.”
¿Dónde está mi hermano? ¿Dónde está mi hermano Holden? ¿De qué se trata esto de “desaparecer en acción”? No me lo creo. No lo entiendo. No lo creo. El Gobierno de Estados Unidos miente. El Gobierno me miente a mí y a mi familia.
Nunca escuché mentiras tan jodidas.
Por qué; volvió de la guerra en Europa sin apenas un rasguño, todos lo vimos embarcarse en el Pacífico el último verano –y se veía bien.
Desaparecido.
Desaparecido, desaparecido, desaparecido. ¡Mentira! A mí también me mintieron. Nunca antes estuvo desaparecido. Es la última persona que podría perderse en este mundo. Está aquí, en este camión; en casa, en New York; está en la Preparatoria Pentey[1] (“Deberían enviarnos a ese muchacho. Lo moldearemos. Haremos de él un Hombre, con todas las pruebas de fuego que tenemos…”); sí, está en Pentey, nunca dejó la escuela; está en Cape Cod, sentado en el porche, mordiéndose las uñas; está jugando dobles conmigo, gritándome que me quede en la base mientras el está en el campo. ¡Desaparecido! ¿Eso es estar desaparecido? ¿Por qué mentir en algo tan importante? ¿Cómo es que el Gobierno puede hacer algo así? ¿Cómo pueden deshacerse de ello diciendo mentiras de este tipo?
“Hey, Sarg,” me grita el tipo de la cabina. “¡Bajemos a la carretera! ¡Que vengan las mujeres!”
“¿Cómo son esas mujeres, Sarg? ¿Son bonitas?”
“La verdad es que no sé lo que pasa esta noche,” digo. “Generalmente, sí,  son bonitas.” Sólo por decir ya que, en otras palabras, decir generalmente es sólo un decir. Todos ponen mucho empeño. Todos están allí para lanzarse. Las chicas te preguntan de dónde vienes, les dicen de dónde, y ellas repiten el nombre de la ciudad, poniendo un signo de exclamación al final de la frase. Luego te cuentan sobre Douglas Smith, Cabo, AUS. Vive en New York, ¿lo conoces? No le crees y le hablas de lo maravilloso que es New York. Y sólo porque no quieres que Helen se case con un soldado y espere por un año o seis, sales y bailas con la extraña que dice conocer a Douglas Smith, la extraña chica llamativa que dice haber leído cada línea que ha escrito Lloyd C. Douglas. Mientras bailas y la banda toca, piensas en todo excepto en la música y en bailar. Te preguntas si tu hermanita Phoebe recuerda sacar a pasar el perro todos los días, si recuerda no joder con el collar de Joey – algún día esta niña matará al perro.
“Nunca ví una lluvia con ésta,” dice el muchacho de Valentine Avenue. “¿Habías visto algo así, Fergie?”
“¿Algo como qué?”
“Una lluvia así.”
“Nah.”
“¡Bajemos a la carretera! ¡Que vengan las damas!” dice el tipo ruido inclinándose hacia delante y veo su cara. Es igual que cualquiera de los que está en el camión. Luce igual.
“¿Cómo es el Teniente, Sarg?” dice el chico de que vive cerca del Bronx.
“No lo sé verdaderamente,” digo. “Entró al campo hace sólo algunos días. Sé que vivía cerca de aquí cuando era un civil.”
“¡Qué bueno! Vivir cerca de donde estás,” dice el chico de Valentine Avenue. “Ojalá yo estuviera en Mitchel. A sólo una media hora de casa.”
Campo Mitchel. Long Island. ¿Qué podríamos decir de aquel sábado de verano en Port Washington? Red me lo dijo. No va molestarte ir a la Feria. Es muy bonita. Fue cuando me apegué a Phoebe, ella estaba con una niña que se llamaba Minerva (lo cual me mataba), y las metí a ambas en el auto y luego busqué a Holden. No podía encontrarlo. De modo que Phoebe, Minerva y yo nos fuimos sin él… En la Feria estuvimos en la exhibición de teléfonos de Bell y le dije a Phoebe que aquel teléfono servía para llamar al autor de los libros de Elsie Fairfield. Y Phoebe, sacudiéndose como de costumbre, tomó el teléfono, tembló un poco y dijo Hola, Soy Phoebe Caufield, estoy en la Feria de los Mundos. Leí tus libros y creo que son excelentes. Mi madre y mi padre actúan en “Death Takes a Holiday in Great Neck”. Vamos a nadar muy a menudo, pero el océano es mucho mejor en Cape Cod. ¡Adiós!… Y luego, salimos del edificio y allí estaba Holden, con Hart y Kirky Morris. Tenía puesta una camisa de felpa. Ningún abrigo. Se acercó y le pidió a Phoebe un autógrafo y ella lo apretó contra si, feliz de verlo, feliz de ver a su hermano. Luego él me dijo, Vayámonos de toda esta basura educativa, vayamos a las carreras o algo así. No soporto todo esto… Y ahora intentan decirme que está desaparecido. Desaparecido. ¿Quién está desaparecido? No él. Está en la Feria de los Mundos. Sé dónde hallarlo. Sé exactamente donde está. Phoebe también lo sabe. Lo sabría en un solo segundo. ¿Qué es todo esto de la desaparición?
“¿Cuánto te lleva llegar desde tu casa hasta la calle Cuarenta y Dos?” le preguntó Fergie al chico de Valentine Avenue.
Valentine Avenue lo pensó, algo emocionado. “Desde mi casa,” informó intensamente, “hasta el Paramount Theather te toma exactamente cuarenta y cinco minutos en metro. Casi gano dos billetes apostándole a mi chica acerca de eso. Nunca tomaría su dinero.”
El hombre al que le gusta Memphis y Dallas más que Miami habló: “Espero que las chicas de esta noche no sean cobardes. Digo, niñas. Siempre me miran como a un viejo cuando son cobardes.”
“Procuraré no transpirar demasiado,” dijo Fergie. “Hace mucho calor en los bailes de por aquí. A las mujeres no les gustan si transpiras mucho. Ni siquiera a mi esposa le gusta. Pero está bien si ella transpira – ¡Es diferente!… Mujeres. Te vuelven loco.”
Estalló un colosal trueno. Todos saltamos –yo casi me caigo del camión. Me hago a un lado y el muchacho de Valentine Avenue se apreta contra Fergie para hacerme un lugar… Desde el frente del camión oímos una voz de fuerte acento sureño:
“¿Han estado en Atlanta?”
Todos esperan que truene una vez más. Yo respondo. “No,” digo.
“Altlanta es una buena ciudad.”
De pornto el Teniente de Servicios Especiales aparece salido de la nada, empapadísimo, con la cabeza asomada dentro del camión. – cuatro de estos hombres deben irse. Lleva puesta una de esas viseras con cubierta de hule; es como la vesícula de un unicornio. La cara completamente mojada. Es joven y pequeño, aún poco seguro para este nuevo comando al que el Gobierno le asignó. Se fija allí donde deberían estar las tiras de las mangas de mi impermeable robado (con todas mi cartas).
“¿Viene por un relevo aquí, Sargento?”
Wow. Choose yo’ pahtnuhs…
“Sí, señor.”
“¿Cuántos hombres hay aquí?”
“Habría que volverlos a contar, señor.” Me doy vuelta y digo, “Bien, todos los hombres con fósforos en las manos; enciéndanlos –quiero contar sus cabezas.” Y cuatro o cinco de ellos se las arreglan para encender fósforos simultáneamente. Finjo contar sus cabezas. “Treinta y cuatro incluyéndome, señor,” le dijo finalmente.
El joven Teniente sacudió su cabeza bajo la lluvia. “Demasiados,” me informa –y yo intento verme como muy estúpido. “He llamado a cada ordenanza,” revela a mi favor, “y di orden de que irían sólo cinco hombres por escuadrón.” (Pienso en la gravedad de la situación por primera vez. Debería sugerir que liquidemos a cuatro de ellos. Debería pedir muy detalladamente hombres experimentados en liquidar gente que quiere ir a bailar.)… El teniente me pregunta, “¿Conoce a Miss Jackson, Sargento?”
“Sé quien es,” le digo mientras escucha sin pitar su cigarrillo.
“Bien, Miss Jackson me llamó esta mañana y pidió solamente treinta hombres. Temo, Sargento, que vamos a tener que pedirle a cuatro hombres que vuelvan a sus áreas.” Deja de mirarme, mira dentro del camión, estableciendo una neutralidad entre él y la empapada oscuridad. “No me interesa cómo lo haga,” dice, frente al camión, “pero debe hacerlo.”
Cruzó mi mirada hacia los hombres. “¿Cuántos de ustedes no firmaron para ir al baile?”
“A mí no me mire,” dice Valentine Avenue. “Yo firmé.”
“¿Quién no firmó?” digo. “¿Quién está aquí sólo porque se enteró del baile?” – Eso fue bueno, Sargento. Sigue así.
“Hágalo fácil, Sargento,” me dice el teniente, asomando la cabeza al camión.
“Vamos, ya. ¿Quién no firmó?” –Vamos, ya. Quién no firmó. Nunca en la vida escuché una pregunta tan burda.
“Todos firmamos, Sarg,” dice Valentine Avenue. “Alrededor de unos siete hombres firmaron en mi escuadrón.”
Perfecto. Seré brillante. Les ofreceré una linda alternativa.
“¿Quién prefiere salir en una película sobre el Campo a ir al baile?”
Ninguna respuesta.
Respuesta.
Silenciosamente, Portner (el tipo Memphis-Dallas) se levanta y enfila para salirse. El resto le abre paso para dejarlo salir. Yo también me muevo a un costado… Ninguno de nosotros le dice a Portner, mientras pasa, lo importante y relevante que es.
Más respuesta… “Uno más,” dice Fergie, levantándose. “Así que parece que los casados escribirán cartas esta noche.” Y salta del camión rápidamente.
Espero. Todos esperamos. Nadie más se adelanta. “Dos más,” carraspeo. Los acosaré. Los acosaré porque odio sus agallas. Son insufriblemente estúpidos. ¿Qué les pasa? ¿Creen que será la noche de su vida en ese tonto baile? ¿Creen que van a escuchar un maravilloso trompetista tocando “Marie”? ¿Qué sucede con estos idiotas? ¿Qué sucede conmigo? ¿Por qué quiero que se vayan? ¿Por qué de alguna manera también quiero irme yo? ¡De alguna manera! Vaya broma. Te mueres por irte, Caufield…
“Bien,” digo fríamente. “Los dos últimos a la izquierda. Vamos, fuera. No sé quienes son,” – No sé quienes son.- ¡Uff!
El tipo ruidoso, el que me gritaba para que la fiesta empezara en la carretera, sale. Había olvidado que estaba allí. Pero desaparece confusamente en la negra tormenta india. Le sigue, al menos tentativamente, un tipo pequeño- un muchacho, puedo verlo en la claridad.
Con el sombrero marino puesto, encorvado y cojeando, empapado, sus ojos fijos en el Teniente, el muchacho espera bajo la lluvia – como si hubiera tenido orden de ello. Es muy joven, probablemente dieciocho años, y no parece ser alguien que se pondría a discutir y a discutir en una tormenta así. Lo miro fijamente y el Teniente se da vuelta y lo mira también.
“Yo estaba en la lista. Firmé cuando la clavaron en la pared. Justo luego de que clavaran la lista.”
“Lo siento, soldado,” dice el Teniente, – “¿Listo, Sargento?”
“Puede preguntarle a Ostrander,” le dijo el muchacho al Teniente y metió nuevamente la cabeza en el camión. “Hey, Ostrander. ¿No fui yo el primero que firmó?”
La lluvia parece caer más fuerte que nunca. El muchacho que quiere ir al baile se empieza a empapar. Saco una mano y lo tomo del cuello del impermeable.
“¿No fui el primero que firmó la lista?” le grita el muchacho a Ostrander.
“¿Qué lista?” dice Ostrander.
“¡La lista de lo que querían ir a bailar!” grita el muchacho.
“Oh,” dice Ostrander. “¿Qué pasa con la lista? Yo estaba en ella.”
Oh, Ostrander, qué pesado.
“¿No era yo el primero en la lista?” dice el muchacho con la voz rota.
“No lo sé,” dice Ostrander. “¿Cómo podría saberlo?”
El muchacho se vuelve bruscamente hacia el Teniente.
“Yo era el primero en la lista, señor. En serio. Ese tipo del escuadrón – el extranjero que trabaja en limpieza- clavó la lista y yo firmé. Fui el primero.”
El Teniente dice, empapado, “Adentro. Sube al camión, muchacho.” El muchacho trepa al camión y los hombres rápidamente le hacen lugar.
El Teniente se vuelve hacia mí y me pregunta, “Sargento, ¿dónde puedo encontrar un teléfono por aquí?”
“A ver, en el puesto de Ingeniería, señor. Le mostraré.”
Cruzamos por entre los ríos de lodo que se habían formado alrededor del puesto de Ingeniería.
“¿Mama?” dice el Teniente en la bocina. “Estoy bien… Sí, mama. Sí, mama. Me las arreglo. Tal vez el sábado pueda salirme, eso dijeron. Mama, ¿está Sarah Jane allí?… Bueno, ¿me dejas hablar con ella?… Sí, mama. Lo haré si puedo; quizás el domingo.”
El Teniente vuelve a hablar.
“¿Sarah Jane?… Bien. Bien… Me las apaño. Le dije a mama que quizás el domingo pueda salir. –Escúchame, Sarah Jane. ¿Cómo está el auto? ¿Pudiste hacer que lo reparen? Bien, bien; es un buen precio, con todos los repuestos.” La voz del Teniente cambia. Ahora es mucho más informal. “Sarah Jane, mira. Quiero que vayas adonde Miz Jackson esta noche… Bueno, así es: tengo aquí a unos cuantos muchachos para una de sus fiestas. ¿sabes?… Sólo quiero decirte que son demasiados… Sí… Sí… Sí… Ya lo sé, Sarah Jane; sé que está lloviendo… Sí… Sí…” La voz del teniente se endurece de pronto. Dice, “no estoy pidiéndotelo, niña. Te lo estoy diciendo. Ahora, quiero que vayas adonde Miz Jackson rápidamente – ¿bien?… No me importa… Está bien. Está bien. Te veo más tarde.” Cuelga.
Empapado hasta lo huesos, los huesos de la desolación, los huesos del silencio, caminamos lentamente hacia el camión.
¿Dónde estás, Holden? No me importa esto de la desaparición. Deja de hacer tonterías. Aparece. Da la cara donde sea que estés. ¿Me escuchas? ¿Lo harías por mí? Hazlo simplemente porque yo todo lo recuerdo. Porque no puedo olvidar nada que sea bueno. De modo que escúchame. Sólo ve con algún oficial, ve donde algún G.I, y dile que estás Aquí – no desaparecido, no muerto, nada más que Aquí.
Déjate ya de joder. Deja de decirle a la gente que estás desaparecido. Deja de llevar puesta mi bata en la playa. Deja de ponerte de mi lado en la corte. Deja de silbar. Siéntate a la mesa…
Traducción: Martín Abadía
Título originalThis sandwich has no mayonnaiseEsquire XXIV, Octubre de 1945, pág. 54-56, 147- 149 )

[1] La escuela preparatoria a la que asiste Holden Caufield en The Catcher in the Rye es Pencey.

El viejo y el mar.Un relato de Ernesto Hemingway.

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Ernest Hemingway - El viejo y el mar

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El viejo y el mar.Un relato de Ernesto Hemingway.

El relato que presento hoy,tras diversos personajes solitarios pegados firmemente a la tierra,es uno que vive en y para el mar.Un viejo que trata de superar su soledad y sus problemas vitales encarando un reto: pescar un gran pez.Como Herman Melville nos presentó al Capitán Ahab ,obsesionado con Moby Dick,aquí el viejo quiere una buena captura.Una pesca que haga callar a quienes le creen fracasado y mal pescador. El mismo lo creó  Ernesto Hemingway .Su nombre es «El viejo y el mar».Se trata de una novela corta del escritor estadounidense,redactada en Cuba en 1951,y publicada en Inglés en 1952.Posteriormente fue traducida y publicada a multitud de lenguas.En 1953 Hemingway recibió el Premio Pulitzer y el Nobel de Literatura al año siguiente por su obra completa.Basándose en esta novela se han realizado varias películas,alguna de ella merecedora de premios cinematográficos.La de 1958,protagonizada por Spencer Tracy obtuvo tres Oscars.También es famosa la versión para televisión protagonizada por Anthony Quinn.

Este es el argumento del relato de Hemingway:

Santiago es un viejo pescador cubano. Le acompaña un joven muchacho llamado manolito, con quien el sentimiento de aprecio es mutuo, pero éste tuvo que dejarle por otros pescadores con más fortuna en sus pescas porque el viejo tenia muy mala suerte. Sin embargo, él le seguía ayudando.
Un día el viejo salio a la mar con el objetivo de terminar con su mala racha en la pesca. El muchacho le había conseguido cebo. Al cabo de unas horas de navegar, tras haber perdido de vista la costa, un pez picó el anzuelo. Era un pez enorme, dispuesto a luchar hasta la muerte, si era preciso. La barca navegó a capricho del pez mar adentro. Las fuerzas del viejo cada vez iban a menos y predecía que el pez le podía matar, pero tenía una fuerte determinación por conseguir sacarlo del agua, y no le importaba si tenía que dejar su vida en el intento. Tras una larga y dura batalla, el pez tuvo la peor suerte, y el viejo, rebosante de felicidad, ya que no creía que el pez fuese tan inmenso, lo amarro al costado de la barca, para poner rumbo a la costa.”Era tan grande, que era como amarrar un bote mucho mas grande al costado del suyo”. Todo su empeño habría sido inútil si no consiguiese llevar el pez a tierra firme. Sin embargo, y para su desilusión, apareció un tiburón. Cuando el escualo se acercó a comer el pez el viejo le asestó un mortal golpe en la cabeza con su arpón. Se había librado del tiburón, pero no tardarían en acercarse otros más siguiendo el rastro de la sangre desparramada del pez herido. El viejo logró batirlos, pero se habían comido medio pez. Por la noche se le acercaron más, que acabaron con él, dejando solo la cabeza, la espina y la cola, suficientes para dar testimonio de la hazaña.
Así, llego por fin a puerto. Era de noche y no había nadie para ayudarle a recoger. Cuando terminó se fue a su casa a dormir. A la mañana siguiente el muchacho, muy preocupado, fue a su casa para ver cómo estaba y le prometió que saldría a pescar con él.
Los demás pescadores reconocieron el mérito de Santiago, al ver los restos del pez, que era un tiburón.

Un extracto interesante que muestra la evolución del viejo en su forma de ver y considerar al pez:

“…Ahora era de noche, pues en septiembre se hace de noche rápidamente después de la puesta del sol. Se echó contra la madera gastada de la proa y reposó todo lo posible. Habían salido las primeras estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la vio y sabía que pronto estarían todas a la vista y que tendría consigo a todas sus amigas lejanas. 

-El pez es también mi amigo- dijo en voz alta-.

Jamás he visto ni he oído hablar de un pez así. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas.

Imagínate que cada tuviera uno que tratar de matar a la luna, pensó. La luna se escapa. Pero ¡imagínate que tuviera uno que tratar diariamente de matar al sol! Nacimos con suerte, pensó.

Luego sintió pena por el gran pez que no tenía nada que comer y su decisión de matarlo no se aflojó un instante. Podría alimentar a mucha gente, pensó. Pero ¿serían dignos de comerlo? No, desde luego que no. No hay persona digna de comérselo, a juzgar por su comportamiento y dignidad.

No comprendo esas cosas, pensó. Pero es bueno que no tengamos que tratar de matar al sol a la luna o a las estrellas. Basta con vivir del mar y matar a nuestros verdaderos hermanos…”

Reseña de la editorial:
La obra se basa esencialmente en un hecho real perfectamente verosímil: un viejo pescador se hace a la mar y captura con mucho esfuerzo, un pez muy grande, pero antes de llegar a la playa con su gigantesca presa ha de sostener una titánica lucha contra los tiburones que pretenden devorarla. En su gran pugna con el pez y el océano, el pescador ha descubierto una extraña amistad, casi una fraternidad con el animal que combate. Al enemigo que se mata en una lucha que nos afirma, que nos hace crecer a nosotros mismos, no se le odia sino que se le ama como algo íntimamente ligado al matador en un ritual sangriento en que se apropia de una vida ajena para aumentar la suya.

http://leonafricano.blogspot.com/2006/08/el-viejo-y-el-mar-de-hemingway.html

http://kopiberto.wordpress.com/2010/02/21/el-viejo-y-el-mar-e-hemingway/

http://serviciodelenguajeyliteratura.blogspot.com/2009/10/el-viejo-y-el-mar-ernest-hemingwey.html

http://www.letralia.com/139/articulo01.htm
http://www.literaturargentina.com/?p=482http://ahi-va.blogspot.com/2007/08/catalogo-el-viejo-y-el-mar.html

EL VIEJO Y EL MAR

Ernest Hemingway


Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salado, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.
Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
–Santiago –le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba varado el bote–. Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero.
El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño.
–No –dijo el viejo–. Tu sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.
–Pero recuerde que una vez llevaba ochenta y siete días sin pescar nada y luego cogimos peces grandes todos los días durante tres semanas.
–Lo recuerdo –dijo el viejo–. Y yo sé que no me dejaste porque hubieses perdido la esperanza.
–Fue papá quien me obligó. Soy al fin chiquillo y tengo que obedecerle.
–Lo sé –dijo el viejo–. Es completamente normal.
–Papá no tiene mucha fe.
–No. Pero nosotros, sí, ¿verdad?
–Si –dijo el muchacho–. ¿Me permite brindarle una cerveza en la Terraza?
Luego llevaremos las cosas a casa.
–¿Por que no? –dijo el viejo–. Entre pescadores.
Se sentaron en la Terraza. Muchos de los pescadores se reían del viejo, pero el no se molestaba. Otros, entre los más viejos, lo miraban y se ponían tristes. Pero no lo manifestaban y se referían cortésmente a la corriente y a las hondonadas donde se habían tendido sus sedales, al continuo buen tiempo y a lo que habían visto. Los pescadores que aquel día habían tenido éxito habían llegado y habían limpiado sus agujas y las llevaban tendidas sobre dos tablas, dos hombres tambaleándose al extremo de cada tabla, a la pescadería, donde esperaban a que el camión del hielo las llevara al mercado, a La Habana. Los que habían pescado tiburones los habían llevado a la factoría de tiburones, al otro lado de la ensenada, donde eran izados en aparejos de polea; les sacaban los hígados, les  cortaban las aletas y los desollaban y cortaban su carne en trozos para salarla.
Cuando el viento soplaba del Este el hedor se extendía a través del puerto, procedente de la fabrica de tiburones; pero hoy no se notaba más que un débil tufo porque el viento había vuelto al Norte y luego había dejado de soplar. Era agradable estar allí, al sol en la Terraza.
–Santiago –dijo el muchacho.
–Que –dijo el viejo–. Con el vaso en la mano pensaba en las cosas de hacía muchos años.
–¿Puedo ir a buscarle sardinas para mañana?
–No. Ve a jugar al béisbol. Todavía puedo remar y Rogelio tirará la atarraya.
–Me gustaría ir. Si no puedo pescar con usted me gustaría servirlo de alguna manera.
–Me has pagado una cerveza –dijo el viejo–. Ya eres un hombre.
–¿Qué edad tenía cuando me llevo por primera vez en un bote?
–Cinco años. Y por poco pierdes la vida cuando subí aquel pez demasiado vivo que estuvo a punto de destrozar el bote. ¿Te acuerdas?
–Recuerdo cómo brincaba y pegaba coletazos, y que el banco se rompía, y el ruido de los garrotazos. Recuerdo que usted me arrojó a la proa, donde estaban los sedales mojados y enrollados. Y recuerdo que todo el bote se estremecía, y el estrépito que usted armaba dándole garrotazos, como si talara un árbol, y el pegajoso olor a sangre que me envolvía.
–¿Lo recuerdas realmente o es que yo te lo he contado?
–Lo recuerdo todo, desde la primera vez que salimos juntos.
El viejo lo miró con sus amorosos y confiados ojos quemados por el sol.
–Si fueras hijo mío me arriesgaría a llevarte, dijo. Pero tú eres de tu padre y de tu madre y trabajas en un bote que tiene suerte.
–¿Puedo ir a buscarle las sardinas? También sé donde conseguir cuatro carnadas.
–Tengo las mías que me han sobrado de hoy. Las puse en sal en la caja.
–Déjeme traerle cuatro cebos frescos.
–Uno –dijo el viejo. Su fe y su esperanzar no le habían fallado nunca. Pero ahora empezaban a revigorizarse como cuando se levanta la brisa.
–Dos –dijo el muchacho.
–Dos –acepto el viejo–. ¿No los has robado?
–Lo hubiera hecho –dijo el muchacho– pero estos los compré.
–Gracias –dijo el viejo. Era demasiado simple para preguntarse cuando había alcanzado la humildad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía que no era vergonzoso y que no comportaba perdida del orgullo verdadero.
–Con esta brisa ligera, mañana va a hacer buen día –dijo.
–¿Adónde piensa ir? –Le pregunto el muchacho.
–Saldré lejos para regresar cuando cambie el viento. Quiero estar fuera antes de que sea de día.
–Voy a hacer que mi patrón salga lejos a trabajar –dijo el muchacho–. Si usted engancha algo realmente grande podremos ayudarle.
–A tu patrón no le gusta salir demasiado lejos.
–No –dijo el muchacho–; pero yo veré algo que el no podrá ver: un ave trabajando, por ejemplo. Así haré que salga siguiendo a los dorados.
–¿Tan mala tiene la vista?
–Está casi ciego.
–Es extraño –dijo el viejo– Jamás ha ido a la pesca de tortugas. Eso es lo que mata los ojos.
–Pero usted ha ido a la pesca de tortuga durante varios años, por la costa de los Mosquitos, y tiene buena vista.
–Yo soy un viejo extraño
–Pero ¿ahora se siente bastante fuerte como para un pez realmente grande?
–Creo que sí. Y hay muchos trucos.
–Vamos a llevar las cosas a casa –dijo el muchacho–. Luego cogeré la atarraya y me iré a buscar las sardinas.
Recogieron el aparejo del bote. El viejo se echó el mástil al hombro y el muchacho cargo la caja de madera de los enrollados sedales pardos de apretada malla, el bichero y el arpón con su mango. La caja de las camadas estaba bajo la popa, junto a la porra que usaba para rematar a los peces grandes cuando los arrimaba al bote. Nadie sería capaz de robarle nada al viejo, pero era mejor llevar a casa la vela y los sedales gruesos puesto que el rocío los dañaba, y aunque estaba seguro de que ninguno de la localidad le robaría nada, el viejo pensaba que el arpón y el bichero eran tentaciones y que no había por que dejarlos en el
bote.
Marcharon juntos camino arriba hasta la cabaña del viejo y entraron, la puerta estaba abierta. El viejo inclinó el mástil con su vela arrollada contra la pared y el muchacho puso la caja y el resto del aparejo junto a él. El mástil era casi tan largo como el cuarto único de la choza. Esta estaba hecha de las recias pencas de la palma real que llaman guano, y había una cama, una mesa, una silla y un lugar en el piso de tierra para cocinar con carbón. En las paredes, de pardas, aplastadas y superpuestas hojas de guano de resistente fibra había una imagen en colores del Sagrado Corazón de Jesús y otra de la Virgen del Cobre. Estas eran reliquias de su esposa. En otro tiempo había habido una desvaída foto de su esposa en la
pared, pero la había quitado porque le hacía sentirse demasiado solo el verla, y ahora estaba en el estante del rincón, bajo su camisa limpia.
–¿Qué tiene para comer? –pregunto el muchacho.
–Una cazuela de arroz amarillo con pescado. ¿Quieres un poco?
–No. Comeré en casa. ¿Quiere que le encienda la candela?
–No. Yo la encenderé luego. O quizás coma el arroz frío.
–¿Puedo llevarme la atarraya?
–Desde luego.
–No había ninguna atarraya. El muchacho recordaba que la habían vendido.
Pero todos los días pasaban por esta ficción. No había ninguna cazuela de arroz amarillo con pescado, y el muchacho lo sabía igualmente.
–El ochenta y cinco es un numero de suerte –dijo el viejo–. ¿Qué te parece si me vieras volver con un pez que, en canal, pesara más de mil libras?
–Voy a coger la atarraya y salir a pescar las sardinas. ¿Se quedará sentado al sol, a la puerta?
–Sí. Tengo ahí el periódico de ayer y voy a leer los partidos de béisbol.
El muchacho se preguntó si el periódico de ayer no sería también una ficción. Pero el viejo lo sacó de debajo de la cama.
–Perico me lo dio en la bodega –explico.
–Volveré cuando haya cogido las sardinas. Guardare las suyas junto con las mías en el hielo y por la mañana nos la repartiremos. Cuando vuelva me contara lo del béisbol.
–Los Yankees no pueden perder.
–Pero yo les tengo miedo a los Indios de Cleveland.
–Ten fe en los Yankees, hijo. Piensa en el gran Di Maggio.
–Les tengo miedo a los Tigres de Detroit y a los Indios de Cleveland..
–Ten cuidado, no vayas a tenerles miedo también a los Rojos de Cincinnati y a los White Sox de Chicago.
–Usted estudia eso y me lo cuenta cuando
–¿Crees que debiéramos comprar unos billetes de la lotería que terminan en un ochenta y cinco? Mañana hace el día ochenta y cinco.
–Podemos hacerlo –dijo el muchacho–. Pero ¿qué me dice de su gran récord, el ochenta y siete?
–No podría suceder dos veces. ¿Crees que puedas encontrar un ochenta y cinco?
–Puedo pedirlo.
–Un billete entero. Eso hace dos pesos y medio. ¿Quién podrá prestárnoslos?
–Eso es fácil. Yo siempre encuentro quien me preste dos pesos y medio.
–Creo que yo también. Pero trato de no pedir prestado. Primero pides prestado; luego pides limosna.
–Abríguese, viejo –dijo el muchacho–. Recuerde que estamos en septiembre.
–El mes en que vienen los grandes peces –dijo el viejo–. En mayo cualquiera es pescador.
–Ahora voy por las sardinas –dijo el muchacho.
Cuando volvió el muchacho el viejo estaba dormido en la silla. El sol se estaba poniendo. El muchacho cogió la frazada del viejo de la cama y se la echo sobre los hombros. Eran unos hombros extraños, todavía poderosos, aunque muy viejos, y el cuello era también fuerte todavía, y las arrugas no se veían tanto cuando el viejo estaba dormido y con la cabeza derribada hacia adelante. Su camisa había sido remendada tantas veces, que era como la vela y los remiendos descoloridos por el sol eran de varios tonos. La cabeza del viejo era sin embargo muy vieja y con sus ojos cerrados no había vida en su rostro. El periódico yacía sobre sus rodillas y el peso de sus brazos lo sujetaban allí contra la brisa del atardecer. Estaba descalzo.
El muchacho lo dejó allí, y cuando volvió, el viejo estaba todavía dormido.
–Despierte, viejo –dijo el muchacho, y puso su mano en una de las rodillas.
El viejo abrió los ojos y por un momento fue como si regresara de muy lejos. Luego sonrío.
–¿Qué traes?–pregunto.
–La comida –dijo el muchacho–. Vamos a comer.
–No tengo mucha hambre.
–Vamos, venga a comer. No puede pescar sin comer.
–Habrá que hacerlo –dijo el viejo, levantándose y cogiendo el periódico y doblándolo. Luego empezó a doblar la frazada.
–No se quite la frazada –dijo el muchacho–. Mientras yo viva no saldrá a pescar sin comer.
–Entonces vive mucho tiempo y cuídate –dijo el viejo–. ¿Qué vamos a comer?
–Frijoles negros con arroz, plátanos fritos y un poco de asado.
El muchacho lo había traído de la Terraza en una cantina. Traía en el bolsillo dos juegos de cubiertos, cada uno envuelto en una servilleta de papel.
–¿Quién te ha hado esto?
–Martín. El dueño.
–Tengo que darle las gracias.
–Ya yo se las he dado –dijo el muchacho– No tiene que dárselas usted.
–Le daré la ventrecha de un gran pescado –dijo el viejo–. ¿Ha hecho esto por nosotros más de una vez?
–Creo que sí.
–Entonces tendré que darle más que la ventrecha. Es muy considerado con nosotros.
–Mando dos cervezas.
–Me gusta más la cerveza en lata.
–Lo sé. Pero esta es en botella. Cerveza Hatuey. Y yo devuelvo las botellas luego.
–Muy amable de tu parte –dijo el viejo–. ¿Comemos?
–Es lo que yo proponía –le dijo el muchacho–. No he querido abrir la cantina hasta que estuviera usted listo.
–Ya estoy listo –dijo el viejo–. Solo necesitaba tiempo para lavarme.
¿Dónde se lavaba?, pensó el muchacho. El pozo del pueblo estaba a dos cuadras de distancia, camino abajo. “Debí de haberle traído agua pensó el muchacho; y jabón y una buena toalla. ¿Por que seré tan desconsiderado? Tengo que conseguirle otra camisa y un jacket para el invierno y alguna clase de zapatos y otra frazada.”
–Tu asado es excelente –dijo el viejo.
–Háblame de béisbol –le pidió el muchacho.–
–En la liga americana, como te dije, los Yankees –dijo el viejo muy contento.
–Hoy perdieron –le dijo el muchacho.
–Eso no significa nada. El gran Di Maggio vuelve a ser lo que era.
–Tienen otros hombres en el equipo.
–Naturalmente. Pero con él la cosa es diferente. En la otra liga, entre el Brooklyn y el Filadelfia, tengo que quedarme con el Brooklyn. Pero luego pienso
en Dick Sisler y en aquellos lineazos suyos en el viejo parque.
–Nunca hubo nada como ellos. Jamás he visto a nadie mandar la pelota tan lejos.
–¿Recuerdas cuando venía a la Terraza? Yo quería llevarlo a pescar, pero era demasiado tímido para proponérselo. Luego te pedí a ti que se lo propusieras y tú eras también demasiado tímido.
–Lo sé. Fue un gran error. Pudiera haber ido con nosotros. Luego eso nos quedaría por toda la vida.
–Me hubiera gustado llevar a pescar al gran Di Maggio –dijo el viejo–. Dicen que su padre era pescador. Quizá fuese tan pobre como nosotros y comprendiese.
–El padre del gran Sisler no fue nunca pobre, y jugo en las grandes ligas cuando tenía mi edad.
–Cuando yo tenía tu edad me hallaba de marinero en un velero de altura que iba al Africa y he visto leones en las playas al atardecer.
–Lo sé. Usted me lo ha dicho.
–¿Hablamos de Africa o de béisbol?
–Mejor de béisbol –dijo el muchacho– Háblame del gran John J. McGraw.
–A veces, en los viejos tiempos, solía venir también a la Terraza. Pero era rudo y bocón y difícil cuando estaba bebido. No solo pensaba en la pelota, sino también en los caballos. Por lo menos llevaba listas de caballos constantemente en el bolsillo y con frecuencia pronunciaba nombres de caballos por teléfono.
–Era un gran manager –dijo el muchacho–. Mi padre cree que era el más grande. ¿Quién es realmente el mejor manager, Luque o Mike González?
–Creo que son iguales.
–El mejor pescador es usted.
–No. Conozco otros mejores.
–Que va –dijo el muchacho–. Hay muchos buenos pescadores y algunos grandes pescadores. Pero como usted ninguno.
–Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presente un pez tan grande que nos haga quedar mal.
–No existe tal pez, si está usted tan fuerte como dice.
–Quizá no este tan fuerte como creo –dijo el viejo–. Pero conozco muchos trucos y tengo voluntad.
–Ahora debiera ir a acostarse para estar descansado por la mañana. Yo llevaré otra vez las cosas a la Terraza.
–Entonces buenas noches. Te despertare por la mañana.
–Usted es mi despertador –dijo el muchacho–.
–La edad es mi despertador –dijo el viejo–. ¿Por que los viejos se despertaran tan temprano? ¿Será para tener un día más largo?
–No lo sé –dijo el muchacho–. Lo único que se es que los jovencitos duermen profundamente y hasta tarde.
–Lo recuerdo –dijo el viejo–. Te despertare temprano.
–No me gusta que el patrón me despierte. Es como si yo fuera inferior.
–Comprendo.
–Que duerma bien, viejo.
El muchacho salió. Habían comido sin luz en la mesa y el viejo se quitó los pantalones y se fue a la cama a oscuras. Enrollo los pantalones para hacer una almohada, poniendo el periódico dentro de ellos, se envolvió en la frazada y durmió sobre los otros periódicos viejos que cubrían los muelles de la cama.
Se quedó dormido enseguida y soñó con Africa, en la época en que era muchacho y con las largas playas doradas y las playas blancas, tan blancas que lastimaban los ojos, y los altos promontorios y las grandes montañas pardas. Vivía entonces todas las noches a lo largo de aquella costa y en sus sueños sentía el rugido de las olas contra la rompiente y veía venir a través de ellas los botes de los nativos. Sentía el olor a brea y estopa de la cubierta mientras dormía y sentía el olor de Africa que la brisa de tierra traía por la mañana.
Generalmente, cuando olía la brisa de tierra despertaba y se vestía y se iba a despertar al muchacho. Pero esta noche el olor de la brisa de tierra vino muy temprano y él sabía que era demasiado temprano en su sueño y siguió soñando para ver los blancos picos de las islas que se levantaban del mar y luego soñaba con los diferentes puertos y fondeaderos de las Islas Canarias.
No soñaba ya con tormentas ni con mujeres ni con grandes acontecimientos ni con grandes peces ni con peleas ni competencias de fuerza ni con su esposa. Solo soñaba ya con lugares y con los leones en la playa. Jugaban como gatitos a la luz del crepúsculo y él les tenía cariño lo mismo que al muchacho. No soñaba jamás con el muchacho. Simplemente despertaba, miraba por la puerta abierta a la luna y desenrollaba sus pantalones y se los ponía. Orinaba junto a la choza y luego subía al camino a despertar al muchacho. Temblaba de frío de la mañana. Pero sabía que temblando se calentaría y que pronto estaría remando.
La puerta de la casa donde vivía el muchacho no estaba cerrada con llave; la abrió calladamente y entro descalzo. El muchacho estaba dormido en un catre en el primer cuarto y el viejo podía verlo claramente a la luz de la luna moribunda. Le cogió suavemente un pie y lo apretó hasta que el muchacho despertó y se volvió y lo miro. El viejo le hizo una seña con la cabeza y el muchacho cogió sus pantalones de la silla junto a la cama y, sentándose en ella, se los puso. El viejo salió afuera y el muchacho vino tras él. Estaba soñoliento y el viejo le echo el brazo sobre los hombros y dijo:
–Lo siento.
–Que va –dijo el muchacho–. Es lo que debe hacer un hombre.
Marcharon camino abajo hasta la cabaña del viejo; y todo a lo largo del camino, en la oscuridad, se veían hombres descalzos portando los mástiles de sus botes. Cuando llegaron a la choza del viejo el muchacho cogió los rollos de sedal de la cesta, el arpón y el bichero y el viejo llevo el mástil con la vela arrollada al hombro.
–¿Quiere usted café? –pregunto el muchacho.
–Pondremos el aparejo en el bote y luego tomaremos un poco.
Tomaron café en latas de leche condensada en un puesto que abría temprano y servía a los pescadores.
–¿Qué tal ha dormido, viejo? –pregunto el muchacho.
Ahora estaba despertando aunque todavía le era difícil dejar su sueño.
–Muy bien, Manolín –dijo el viejo. Hoy me siento confiado.
–Lo mismo yo –dijo el muchacho–. Ahora voy a buscar sus sardinas y las mías y sus carnadas frescas. El dueño trae el mismo nuestro aparejo. No quiere nunca que nadie lleve nada.
–Somos diferentes –dijo el viejo–. Yo te dejaba llevar las cosas cuando tenías cinco años.
–Lo sé –dijo el muchacho–. Vuelvo enseguida. Tome otro café. Aquí tenemos crédito.
Salió, descalzo, por las rocas de coral hasta la nevera donde se guardaban las carnadas.
El viejo tomó lentamente su café. Era lo único que tomaría en todo el día y sabía que debía tomarlo. Hacía mucho tiempo que le mortificaba comer y jamás llevaba un almuerzo. Tenía una botella de agua en la proa del bote y eso era lo único que necesitaba para todo el día.
El muchacho estaba de vuelta con las sardinas y las dos carnadas envueltas en un periódico y bajaron por la vereda hasta el bote, sintiendo la arena con piedrecitas debajo de los pies, y levantaron el bote y lo empujaron al agua.
–Buena suerte, viejo.
–Buena suerte –dijo el viejo.
Ajusto las amarras de los remos a los toletes y echándose adelante contra los remos empezó a remar, saliendo del puerto en la oscuridad. Había otros botes de otras playas que salían a la mar y el viejo sentía sumergirse las palas de los remos y empujar aunque no podía verlos ahora que la luna se había ocultado detrás de las lomas.
A veces alguien hablaba en un bote. Pero en su mayoría los botes iban en silencio, salvo por el rumor de los remos. Se desplegaron después de haber salido de la boca del puerto y cada uno se dirigió hacia aquella parte del océano donde esperaba encontrar peces. El viejo sabía que se alejaría mucho de la costa y dejo atrás el olor a tierra y entro remando en el limpio olor matinal del océano. Vio la fosforescencia de los sargazos en el agua mientras remaba sobre aquella parte del océano que los pescadores llaman el gran hoyo porque se producía una súbita hondonada de setecientas brazas, donde se congregaba toda suerte de peces debido al remolino que hacía la corriente contra las escabrosas paredes del lecho del océano. Había aquí concentraciones de camarones y peces de carnada y a veces manadas de calamares en los hoyos más profundos y de noche se levantaron a la superficie donde todos los peces merodeadores se cebaban en ellos.
En la oscuridad el viejo podía sentir venir la mañana y mientras remaba oía el tembloroso rumor de los peces voladores que salían del agua y el siseo que sus rígidas alas hacían surcando el aire en la oscuridad. Sentía una gran atracción por los peces voladores que eran sus principales amigos en el océano. Sentía compasión por las aves, especialmente las pequeñas, delicadas y oscuras golondrinas de mar que andaban siempre volando y buscando y casi nunca encontraban, y pensó: las aves llevan una vida más dura que nosotros, salvo las de rapiña y las grandes y fuertes. ¿Por que habrán hecho pájaros tan delicados y tan finos como esas golondrinas de mar cuando el océano es capaz de tanta crueldad? El mar es dulce y hermoso. Pero puede ser cruel, y se encoleriza tan súbitamente, y esos pájaros que vuelan, picando y cazando con sus tristes vocecillas son demasiado delicados para la mar.
Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el articulo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al genero femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.
Remaba firme y seguidamente y no le costaba un esfuerzo excesivo porque se mantenía en su límite de velocidad y la superficie del océano era plana, salvo por los ocasionales remolinos de la corriente. Dejaba que la corriente hiciera un tercio de su trabajo y cuando empezó a clarear vio que se hallaba ya más lejos de lo que había esperado estar a esa hora.
“Durante una semana, –pensó–, he trabajado en las profundas hondonadas, y no hice nada. Hoy trabajaré allá donde están las manchas de bonitos y albarcas y acaso haya un pez grande con ellos.”
Antes de que se hiciera realmente de día había sacado sus carnadas y estaba derivando con la corriente. Un cebo llegaba a una profundidad de cuarenta brazas. El segundo a sesenta y cinco y el tercero y el cuarto descendían allá hasta el agua azul a cien y ciento veinticinco brazas. Cada cebo pendía cabeza abajo con el asta o tallo del anzuelo dentro del pescado que servía de carnada, sólidamente cosido y amarrado; toda la parte saliente del anzuelo, la curva y el garfio, estaba recubierta de sardinas frescas. Cada sardina había sido empalada por los ojos, de modo que hacían una semiguirnalda en el acero saliente: No había ninguna parte del anzuelo que pudiera dar a un gran pez la impresión de que no era algo sabroso y de olor apetecible.
El muchacho le había dado dos pequeños bonitos frescos, que colgaban de los sedales más profundos como plomadas, y en los otros tenía una abultada cojinúa y un cibele que habían sido usados antes, pero estaban en buen estado y las excelentes sardinas les prestaban aroma y atracción. Cada sedal, del espesor de un lápiz grande, iba enroscado a una varilla verdosa, de modo que cualquier tirón o picada al cebo haría sumergir la varilla; y cada sedal tenía dos adujas o rollos de cuarenta brazas que podían empatarse a los rollos de repuesto, de modo que, si era necesario, un pez podía llevarse más de trescientas brazas.
El hombre vio ahora descender las tres varillas sobre la borda del bote y remó suavemente para mantener los sedales estirados y a su debida profundidad. Era día pleno y el sol podía salir en cualquier momento.
El sol se levantó tenuemente del mar y el viejo pudo ver los otros botes, bajitos en el agua, y bien hacia la costa, desplegados a través de la corriente. El sol se tornó más brillante y su resplandor cayó sobre el agua; luego, al levantarse más en el cielo, el plano mar lo hizo rebotar contra los ojos del viejo, hasta causarle daño; y siguió remando sin mirarlo. Miraba al agua y vigilaba los sedales que se sumergían verticalmente en la tiniebla del agua. Los mantenía más rectos que nadie, de manera que a cada nivel en la tiniebla de la corriente hubiera un cebo esperando exactamente donde él quería que estuviera por cualquier pez que pasara por allí. Otros los dejaban correr a la deriva con la corriente y a veces estaban a sesenta brazas cuando los pescadores creían que estaban a cien.
“Pero –pensó el viejo– yo los mantengo con precisión. Lo que pasa es que ya no tengo suerte. Pero ¿quien sabe? Acaso hoy. Cada día es un nuevo día. Es mejor tener suerte. Pero yo prefiero ser exacto. Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto.”
El sol estaba ahora a dos horas de altura y no le hacía tanto daño a los ojos mirar al este. Ahora sólo había tres botes a la vista y lucían muy bajo y muy lejos hacia la orilla.
“Toda mi vida me ha hecho daño en los ojos el sol naciente –pensó–. Sin embargo, todavía están fuertes. Al atardecer puedo mirarlo de frente sin deslumbrarme. Y por la tarde tiene más fuerza. Pero por la mañana es doloroso.”
Justamente entonces vio una de esas aves marinas llamadas fragatas con sus largas alas negras girando en el cielo sobre él. Hizo una rápida picada, ladeándose hacia abajo, con sus alas tendidas hacia atrás, y luego siguió girando nuevamente.
–Ha cogido algo –dijo en voz alta el viejo–. No sólo está mirando.
Remó lentamente y con firmeza hacia donde estaba el ave trazando círculos. No se apuro y mantuvo los sedales verticalmente. Pero había forzado un poco la marcha a favor de la corriente, de modo que todavía estaba pescando con corrección, pero más lejos de lo que hubiera pescado si no tratara de guiarse por el ave.
El ave se elevó más en el aire y volvió a girar sus alas inmóviles. Luego picó de súbito y el viejo vio una partida de peces voladores que brotaban del agua y navegaban desesperadamente sobre la superficie.
–Dorados –dijo en voz alta el viejo–. Dorados grandes.
Montó los remos y saco un pequeño sedal de debajo de la proa. Tenía un alambre y un anzuelo de tamaño mediano y lo cebo con una de las sardinas. Lo soltó por sobre la borda y luego lo amarró a una argolla a popa. Luego cebó el otro sedal y lo dejó enrollado a la sombra de la proa. Volvió a remar y a mirar al ave negra de largas alas que ahora trabajaba a poca altura sobre el agua.
Mientras él miraba, el ave picó de nuevo ladeando sus alas para el buceo y luego salió agitándolas fiera y fútilmente siguiendo a los peces voladores. El viejo podía ver la leve comba que formaba en el agua el dorado grande siguiendo a los peces fugitivos. Los dorados corrían, disparados, bajo el vuelo de los peces y estarían, corriendo velozmente, en el lugar donde cayeran los peces voladores. Es un gran bando de dorados, pensó. Están desplegados ampliamente: pocas probabilidades de escapar tienen los peces voladores. El ave no tiene chance. Los peces voladores son demasiado grandes para ella, y van demasiado velozmente.
El hombre observó cómo los peces voladores irrumpían una y otra vez y los inútiles movimientos del ave. “Esa mancha de peces se me ha escapado –pensó–. Se están alejando demasiado rápidamente, y van demasiado lejos. Pero acaso coja alguno extraviado, y es posible que mi pez grande esté en sus alrededores. Mi pescado grande tiene que estar en alguna parte.”
Las nubes se levantaban ahora sobre la tierra como montañas y la costa era solo una larga línea verde con las lomas azulgrís detrás de ella. El agua era ahora de un azul profundo, tan oscuro que casi resultaba violado. Al bajar la vista vio el cernido color rojo del plancton en el agua oscura y la extraña luz que ahora daba el sol. Examinó sus sedales y los vio descender rectamente hacia abajo y perderse de vista; y se sintió feliz viendo tanto plancton porque eso significaba que había peces.
La extraña luz que el sol hacía en el agua, ahora que el sol estaba más alto, significaba buen tiempo, y lo mismo la forma de las nubes sobre la tierra. Pero el ave estaba ahora casi fuera del alcance de la vista y en la superficie del agua no aparecían más que algunos parches de amarillo sargazo requemado por el sol y la violada, redondeada, iridiscente, gelatinosa y violada vejiga de una medusa flotando a corta distancia del bote. Flotaba alegremente como  una burbuja con sus largos y mortíferos filamentos purpurinos a remolque por espacio de una yarda.
Agua mala –dijo el hombre. Puta.
Desde donde se balanceaba suavemente contra sus remos bajó la vista hacia el agua y vio los diminutos peces que tenían el color de los largos filamentos y nadaban entre ellos y bajo la breve sombra que hacía la burbuja en su movimiento a la deriva. Eran inmunes a su veneno. Pero el hombre no, y cuando algunos de los filamentos se enredaban en el cordel y permanecían allí, viscosos y violados, mientras el viejo laboraba por levantar un pez, sufría verdugones y excoriaciones en los brazos y manos como los que producen el guao y la hiedra venenosa. Pero estos envenenamientos por el agua malaactuaban rápidamente y como latigazos.
Las burbujas iridiscentes eran bellas. Pero eran la cosa más falsa del mar y el viejo gozaba viendo cómo se las comían las tortugas marinas. Las tortugas las veían, se les acercaban por delante, luego cerraban los ojos de modo que, con su carapacho, estaban completamente protegidas, y se las comían con filamentos y todo. El viejo gustaba de ver a las tortugas comiéndoselas y gustaba de caminar sobre ellas en la playa, después de una tormenta, y oírlas reventar cuando les ponía encima sus pies callosos.
Le encantaban las tortugas verdes y los careyes con su elegancia y velocidad y su gran valor y sentía un amistoso desdén por las estúpidas tortugas llamadas caguamas, amarillosas en su carapacho, extrañas en sus copulaciones, y comiendo muy contentas las aguas malas con sus ojos cerrados.
No sentía ningún misticismo acerca de las tortugas, aunque había navegado muchos años en barcos tortugueros. Les tenía lástima; lástima hasta a los grandes “baúles” que eran tan largos como el bote y pesaban una tonelada. Por lo general, la gente no tiene piedad de las tortugas porque el corazón de una tortuga sigue latiendo varias horas después que han sido muertas. Pero el viejo pensó:
“También yo tengo un corazón así y mis pies y mis manos son como los suyos”.
Se comía sus blancos huevos para darse fuerza. Los comía todo el mes de mayo para estar fuerte en septiembre y salir en busca de los peces verdaderamente grandes.
También tomaba diariamente una taza de aceite de hígado de tiburón sacándolo del tanque que había en la barraca donde muchos de los pescadores guardaban su aparejo. Estaba allí, para todos los pescadores que lo quisieran. La mayoría de los pescadores detestaba su sabor. Pero no era peor que levantarse a las horas en que se levantaban y era muy bueno contra todos los catarros y gripes y era bueno para sus ojos.
Ahora el viejo alzó la vista y vio que el ave estaba girando de nuevo en el aire.
–Ha encontrado peces –dijo en voz alta.
Ningún pez volador rompía la superficie y no había desparrame de peces de carnada. Pero mientras miraba el anciano, un pequeño bonito se levantó en el aire, giró y cayó de cabeza en el agua. El bonito emitió unos destellos de plata al sol y después que hubo vuelto al agua, otro y otro más se levantaron y estaban brincando en todas las direcciones, batiendo el agua y dando largos saltos detrás de sus presas, cercándolas, espantándolas.
“Si no van demasiado rápidos los alcanzaré” pensó el viejo, y vio la mancha batiendo el agua, de modo que era blanca de espuma, y ahora el ave picaba y buceaba en busca de los peces, forzados a subir a la superficie por el pánico.
–El ave es una gran ayuda –dijo el viejo. Justamente entonces el sedal de popa se tensó bajo su pie, en el punto donde había guardado un rollo de sedal, y soltó los remos y tanteó el sedal para ver qué fuerza tenían los tirones del pequeño bonito; y sujetando firmemente el sedal, empezó a levantarlo. El retemblor iba en aumento según tiraba y pudo ver en el agua el negro–azul del pez, y el oro de sus costados, antes de levantarlo sobre la borda y echarlo en el bote. Quedo tendido a popa, al sol, compacto y en forma de bala, sus grandes ojos sin inteligencia mirando fijamente mientras dejaba su vida contra la tablazón del bote con los
rápidos y temblorosos golpes de su cola. El viejo le pegó en la cabeza para que no siguiera sufriendo y le dio una patada. El cuerpo del pez temblaba todavía a la sombra de popa.
–Bonito –dijo en voz alta–. Hará una linda carnada. Debe de pesar diez libras.
No recordaba cuánto tiempo hacía que había empezado a hablar solo en voz alta cuando no tenía a nadie con quien hablar. En los viejos tiempos, cuando estaba solo, cantaba; a veces, de noche, cuando hacía su guardia al timón de las chalupas y los tortugueros cantaba también. Probablemente había empezado a hablar en voz alta cuando se había ido el muchacho. Pero no recordaba. Cuando él y el muchacho pescaban juntos, generalmente hablaban únicamente cuando era necesario. Hablaban de noche o cuando los cogía el mal tiempo. Se consideraba una virtud no hablar innecesariamente en el mar y el viejo siempre lo había considerado así y lo respetaba. Pero ahora expresaba sus pensamientos en voz alta muchas veces, puesto que no había nadie a quien pudiera mortificar.
–Si los otros me oyeran hablar en voz alta creerían que estoy loco –dijo en voz alta–. Pero, puesto que no estoy loco no me importa. Los ricos tienen radios que les hablan en sus embarcaciones y les dan las noticias del béisbol
“Esta no es hora de pensar en el béisbol, –pensó–. Ahora hay que pensar en una sola cosa. Aquella para la que he nacido. Pudiera haber un pez grande en torno a esa mancha –pensó–. Solo he cogido un bonito extraviado de los que estaban comiendo. Pero están trabajando rápidamente y a lo lejos. Todo lo que asoma hoy a la superficie viaja muy rápidamente y hacia el nordeste. ¿Será la hora? ¿O será alguna señal del tiempo que yo no conozco?”
Ahora no podía ver el verdor de la costa; sólo las cimas de las verdes colinas que asomaban blancas como si estuvieran coronadas de nieve y las nubes parecían altas montañas de nieve sobre ellas. El mar estaba muy oscuro y la luz hacía prismas en el agua. Y las miríadas de lunares del plancton eran anuladas ahora por el alto sol y el viejo solo veía los grandes y profundos prismas en el agua azul que tenía una milla de profundidad y en la que sus largos sedales descendían verticalmente.
Los pescadores llamaban bonitos a todos los peces de esa especie y solo distinguían entre ellos por sus nombres propios cuando venían a cambiarlos por carnadas. Los bonitos estaban de nuevo abajo. El sol calentaba fuerte y el viejo lo sentía en la parte de atrás del cuello, y sentía el sudor que le corría por la espalda mientras remaba.
“Pudiera dejarme ir a la deriva –pensó–, y dormir y echar un lazo al dedo gordo del pie para despertar si pican. Pero hoy hace ochenta y cinco días y tengo que aprovechar el tiempo.”
Justamente entonces, mientras vigilaba los sedales, vio que una de las varillas verdes se sumergía vivamente.
–Sí –dijo–. Sí –y monto los remos sin golpear el bote.
Cogió el sedal y lo sujetó suavemente en el índice y el pulgar de la derecha. No sintió tensión ni peso y aguanto ligeramente. Luego volvió a sentirlo. Esta vez fue un tirón de tanteo, ni sólido ni fuerte, y el viejo se dio cuenta, exactamente, de lo que era. A cien brazas más abajo una aguja estaba comiendo las sardinas que cubrían la punta y el cabo del  anzuelo en el punto donde el anzuelo, forjado a mano, sobresalía de la cabeza del pequeño bonito.
El viejo sujeto delicada y blandamente el sedal y con la mano izquierda lo soltó del palito verde. Ahora podía dejarlo correr entre sus dedos sin que el pez sintiera ninguna tensión.
“A esta distancia de la costa, en este mes, debe de ser enorme –pensó el viejo–
Cómelas, pez. Cómelas. Por favor, cómelas, están de lo más frescas; y tu, ahí, a seiscientos pies en el agua fría y a oscuras. Da otra vuelta en la oscuridad y vuelve a comértelas.”
Sentía el leve y delicado tirar y luego un tirón más fuerte cuando la cabeza de una sardina debía de haber sido más difícil de arrancar del anzuelo. Luego nada.
–Vamos, ven –dijo el viejo en voz alta–. Da otra vuelta. Da otra vuelta. Ven a olerlas. ¿Verdad que son sabrosas? Cómetelas ahora, y luego tendrás un bonito. Duro y frío y sabroso. No seas tímido, pez. Cómetelas.
Esperó con el sedal entre el índice y el pulgar, vigilándolo y vigilando los otros al mismo tiempo, pues el pez pudiera virar arriba o abajo. Luego volvió a sentir la misma y suave tracción.
–Lo cogerá –dijo el viejo en voz alta–. Dios lo ayude a cogerlo.
No lo cogió, sin embargo. Se fue y el viejo no sintió nada más.
–No puede haberse ido –dijo–. ¡No se puede haber ido, maldito! Está dando una vuelta. Es posible que haya sido enganchado alguna otra vez y que recuerde algo de eso.
Luego sintió un suave contacto en el sedal y se sintió feliz.
–No fue más que una vuelta –dijo–. Lo cogerá.
Era feliz sintiendo tirar suavemente y luego tuvo sensación de algo duro e increíblemente pesado. Era el peso del pez y dejo que el sedal se deslizara abajo, abajo, abajo, llevándose los dos primeros rollos de reserva. Según descendía, deslizándose suavemente entre los dedos del viejo, todavía él podía sentir el gran peso, aunque la presión de su índice y de su pulgar era casi imperceptible.
–¡Que pez! –dijo–. Lo lleva atravesado en la boca y se está yendo con él.
“Luego virara y se lo tragará” pensó. No dijo esto porque sabía que cuando uno dice una buena cosa posiblemente no sucede. Sabía que éste era un pez enorme y se lo imaginó alejándose en la tiniebla con el bonito atravesado en la boca. En ese momento sintió que había dejado de moverse, pero el peso persistía todavía. Luego el peso fue en aumento, y el viejo le dio más sedal. Acentuó la presión del índice y el pulgar por un momento y el peso fue en aumento. Y el sedal descendía verticalmente.
–Lo ha cogido –dijo–. Ahora dejaré que se lo coma a gusto.
Dejó que el sedal se deslizara entre sus dedos mientras bajaba la mano izquierda y amarraba el extremo suelto de los dos rollos de reserva al lazo de los rollos de reserva del otro sedal. Ahora estaba listo. Tenía tres rollos de cuarenta brazas de sedal en reserva, además del que estaba usando.
–Come un poquito más –dijo–. Come bien.
“Cómetelo de modo que la punta del anzuelo penetre en tu corazón y te mate – pensó–. Sube sin cuidado y déjame clavarte el arpón. Bueno. ¿Estás listo?
¿Llevas suficiente tiempo a la mesa?”
–¡Ahora! –dijo en voz alta y tiró fuerte con ambas manos; ganó un metro de sedal; luego tiró de nuevo, y de nuevo, balanceando cada brazo alternativamente y girando sobre sí mismo.
No sucedió nada. El pez seguía, simplemente, alejándose lentamente y el viejo no podía levantarlo una pulgada. Su sedal era fuerte, era cordel catalán y nuevo, de este año; hecho para peces pesados, y lo sujetó contra su espalda hasta que estaba tan tirante que soltaba gotas de agua. Luego empezó a hacer un lento sonido de siseo en el agua.
El viejo seguía sujetándolo, afincándose contra el banco e inclinándose hacia atrás. El bote empezó a moverse lentamente hacia el noroeste.
El pez seguía moviéndose sin cesar y viajaban ahora lentamente en el agua tranquila. Los otros cebos estaban todavía en el agua, pero no había nada que hacer.
–Ojalá estuviera aquí el muchacho –dijo en voz alta–. Voy a remolque de un pez grande y yo soy la bita de remolque. Podría amarrar el sedal. Pero entonces pudiera romperlo. Debo aguantarlo todo lo posible y darle sedal cuando lo necesite. Gracias a Dios que va hacia adelante, y no hacia abajo. No sé qué haré si decide ir hacia abajo. Pero algo haré. Puedo hacer muchas cosas. Sujetó el sedal contra su espalda y observó su sesgo en el agua; el bote seguía moviéndose ininterrumpidamente hacia el noroeste.
“Esto lo matará –pensó el viejo–. Alguna vez tendrá que parar.” Pero cuatro horas después el pez seguía tirando, llevando el bote a remolque, y el viejo estaba todavía sólidamente afincado, con el sedal atravesado a la espalda.
–Eran las doce del día cuando lo enganché –dijo–. Y todavía no lo he visto una sola vez.
Se había calado fuertemente el sombrero de paja en la cabeza antes de enganchar el pez; ahora el sombrero le cortaba la frente. Tenía sed. Se arrodilló y, cuidando de no sacudir el sedal, estiró el brazo cuanto pudo por debajo de la proa y cogió la botella de agua. La abrió y bebió un poco. Luego reposó contra la proa.
Descansó sentado en la vela y el palo que había quitado de la carlinga y trató de no pensar: sólo aguantar.
Luego miró hacia atrás y vio que no había tierra alguna a la vista. “Eso no importa –pensó–. Siempre podré orientarme por el resplandor de La Habana.
Todavía quedan dos horas de sol y posiblemente suba antes de la puesta del sol. Si no, acaso suba al venir la luna. Si no hace eso, puede que suba a la salida del sol. No tengo calambres y me siento fuerte. Él es quien tiene el anzuelo en la boca. Pero para tirar así, tiene que ser un pez de marca mayor. Debe de llevar la boca fuertemente cerrada contra el alambre. Me gustaría verlo. Me gustaría verlo aunque sólo fuera una vez, para saber con quién tengo que vérmelas.”
El pez no varió su curso ni dirección en toda la noche; al menos hasta donde el hombre podía juzgar guiado por las estrellas. Después de la puesta del sol hacía frío y el sudor se había secado en su espalda, sus brazos y sus piernas. De día había cogido el saco que cubría la caja de las carnadas y lo había tendido a secar al sol. Después de la puesta del sol se lo enrolló al cuello de modo que le caía sobre la espalda. Se lo deslizó con cuidado por debajo del sedal, que ahora le cruzaba los hombros. El saco mullía el sedal y el hombre había encontrado la manera de inclinarse hacia adelante contra la proa en una postura que casi le resultaba confortable. La postura era, en realidad, tan solo un poco menos intolerable, pero la concibió como casi confortable.
“No puedo hacer nada con él, y él no puede hacer nada conmigo –pensó–. Al menos mientras siga este juego.”
Una vez se enderezó y orinó por sobre la borda y miró a las estrellas y verificó el rumbo. El sedal lucía como una lista fosforescente en el agua, que se extendía, recta, partiendo de sus hombros. Ahora iban más lentamente y el fulgor de La Habana no era tan fuerte. Esto le indicaba que la corriente debía de estar arrastrándolo hacia el este. “Si pierdo el resplandor de La Habana, será que estamos yendo más hacia el este”, pensó.
Pues si el rumbo del pez se mantuviera invariable vería el fulgor durante muchas horas más. “Me pregunto quién habrá ganado hoy en las grandes ligas – pensó–. Sería maravilloso tener un radio para enterarse. –Luego pensó–: Piensa en esto; piensa en lo que estás haciendo. No hagas ninguna estupidez.” Luego dijo en voz alta:
–Ojalá estuviera aquí el muchacho. Para ayudarme y para que viera esto.
“Nadie debiera estar solo en su vejez –pensó–. Pero es inevitable. Tengo que acordarme de comer el bonito antes de que se eche a perder a fin de conservar las fuerzas. Recuerda: por poca gana que tengas tendrás que comerlo por la mañana. Recuerda”, se dijo.
Durante la noche acudieron delfines en torno al bote. Los sentía rolando y resoplando. Podía percibir la diferencia entre el sonido del soplo del macho y el suspirante soplo de la hembra.
–Son buena gente –dijo–. Juegan y bromean y se hacen el amor. Son nuestros hermanos, como los peces voladores.
Entonces empezó a sentir lastima por el gran pez que había enganchado. “Es maravilloso y extraño, y quién sabe que edad tendrá –pensó–. Jamás he cogido un pez tan fuerte, ni que se portara de un modo tan extraño. Puede que sea demasiado prudente para subir a la superficie. Brincando y precipitándose locamente pudiera acabar conmigo. Pero es posible que haya sido enganchado ya muchas veces y sepa que ésta es la manera de pelear. No puede saber que no hay más que un hombre contra él, ni que este hombre es un anciano. Pero ¡qué pez más grande! Y que bien lo pagarán en el mercado si su carne es buena. Cogió la carnada como un macho y tira como un macho y no hay pánico en su manera de pelear. Me pregunto si tendrá algún plan o si estará, como yo, en la desesperación.”
Recordó aquella vez en que había enganchado una de las dos agujas que iban en pareja. El macho dejaba siempre que la hembra comiera primero, y el pez enganchado, la hembra, presentó una pelea fiera, desesperada y llena de pánico que no tardo en agotarla. Durante todo ese tiempo el macho permaneció con ella, cruzando el sedal y girando con ella en la superficie. Había permanecido tan cerca, que el viejo había temido que cortara el sedal con la cola, que era afilada como una guadaña y casi de la misma forma y tamaño. Cuando el viejo la había enganchado con el bichero, la había golpeado sujetando su mandíbula en forma de espada y de áspero borde, y golpeado en la cabeza hasta que su color se había tornado como el de la parte de atrás de los espejos; y luego, cuando, con ayuda del muchacho, la había izado a bordo el macho había permanecido junto al bote. Después, mientras el viejo levantaba los sedales y preparaba el arpón, el macho dio un brinco en el aire junto al bote para ver dónde estaba la hembra. Y luego se había sumergido en la profundidad con sus alas azul–rojizas, que eran sus aletas pectorales, desplegadas ampliamente y mostrando todas sus franjas del mismo color. Era hermoso, recordaba el viejo. Y se había quedado junto a su hembra.
“Es lo más triste que he visto jamás en ellos –pensó–. El muchacho había sentido también tristeza, y le pedimos perdón a la hembra y le abrimos el vientre prontamente.”
–Ojalá estuviera aquí el muchacho –dijo en voz alta y se acomodó contra las redondeadas tablas de la proa y sintió la fuerza del gran pez en el sedal que sujetaba contra sus hombros, moviéndose sin cesar hacia no sabía dónde: adonde el pez hubiese elegido.
“Por mi tracción ha tenido que tomar una decisión”, pensó el viejo.
“Su decisión había sido permanecer en aguas profundas y tenebrosas, lejos de todas las trampas y cebos y traiciones. Mi decisión fue ir allá a buscarlo, más allá de toda gente. Más allá de toda gente en el mundo. Ahora estamos solos uno para el otro y así ha sido desde mediodía. Y nadie que venga a valernos, ni a él ni a mí.”
“Tal vez yo no debiera ser pescador –pensó–. Pero para eso he nacido. Tengo que recordar sin falta comerme el bonito tan pronto como sea de día.”
Algo antes del amanecer cogió uno de los sedales que tenía detrás. Sintió que el palito se rompía y que el sedal empezaba a correr precipitadamente sobre la regala del bote. En la oscuridad sacó el cuchillo de la funda y, echando toda la presión del pez sobre el hombro izquierdo, se inclinó hacia atrás y cortó el sedal contra la madera de la regala. Luego cortó el otro sedal más próximo y en la oscuridad sujetó los extremos sueltos de los rollos de reserva. Trabajó diestramente con una sola mano y puso su pie sobre los rollos para sujetarlos mientras apretaba los nudos. Ahora tenía seis rollos de reserva. Había dos de cada carnada, que había cortado, y los dos del cebo que había cogido el pez. Y todos estaban enlazados.
“Tan pronto como sea de día –pensó–, me llegaré hasta el cebo de cuarenta brazas y lo cortaré también y enlazaré los rollos de reserva. Habré perdido doscientas brazas del buen cordel Catalán y los anzuelos y alambres. Eso puede ser reemplazado. Pero este pez, ¿quién lo reemplaza? Si engancho otros peces, pudiera soltarse. Me pregunto qué peces habrán sido los que acaban de picar. Pudiera ser una aguja, o un emperador, o un tiburón. No llegué a tomarle el peso. Tuve que deshacerme de él demasiado pronto.”
En voz alta dijo:
–Me gustaría que el muchacho estuviera aquí.
“Pero el muchacho no está contigo”, pensó.
“No cuentas más que contigo mismo, y harías bien en llegarte hasta el último
sedal, aunque sea en la oscuridad, y empalmar los dos rollos de reserva.”
Fue lo que hizo. Fue difícil en la oscuridad y una vez el pez dio un tirón que lo lanzó de bruces y le causó una herida bajo el ojo. La sangre le corrió un poco por la mejilla. Pero se coaguló y secó antes de llegar a su barbilla y el hombre volvió a la proa y se apoyo contra la madera. Ajustó el saco y manipuló cuidadosamente el sedal de modo que pasara por otra parte de sus hombros y, sujetándolo en estos, tanteo con cuidado la tracción del pez y luego metió la mano en el agua para sentir la velocidad del bote.
“Me pregunto por qué habrá dado ese nuevo impulso –pensó–. El alambre debe de haber resbalado sobre la comba de su lomo. Con seguridad, su lomo no puede dolerle tanto como me duele el mío. Pero no puede seguir tirando eternamente de este bote, por grande que sea. Ahora todo lo que pudiera estorbar está despejado y tengo una gran reserva de sedal: no hay más que pedir.”
–Pez –dijo dulcemente en voz alta–, seguiré hasta la muerte.
“Y él seguirá también conmigo, me figuro”, pensó el viejo, y se puso a esperar a que fuera de día. Ahora, a esta hora próxima al amanecer, hacía frío y se apretó contra la madera en busca de calor. “Voy a aguantar tanto como él”, pensó. Y con la primera luz el sedal se extendió a lo lejos y hacia abajo en el agua. El bote se movía sin cesar y cuando se levantó el primer filo de sol fue a posarse sobre el hombro derecho del viejo.
–Se ha dirigido hacia el norte –dijo el viejo. “La corriente nos habrá desviado mucho al este –pensó–. Ojalá virara con la corriente. Eso indicaría que se estaba cansando.”
Cuando el sol se hubo levantado más el viejo se dio cuenta de que el pez no se estaba cansando. Solo había una señal favorable. El sesgo del sedal indicaba que nadaba a menos profundidad. Eso no significaba, necesariamente, que fuera a brincar a la superficie. Pero pudiera hacerlo.
–Dios quiera que suba –dijo el viejo–. Tengo suficiente sedal para manejarlo.
“Puede que si aumento un poquito la tensión le duela y surja a la superficie –pensó–. Ahora que es de día, conviene que salga para que llene de aire los sacos a lo largo de su espinazo y no pueda luego descender a morir a las profundidades.”
Trató de aumentar la tensión, pero el sedal había sido estirado ya todo lo que daba desde que había enganchado el pez y, al inclinarse hacia atrás, sintió la dura tensión de la cuerda y se dio cuenta de que no podía aumentarla. “Tengo que tener cuidado de no sacudirlo –pensó–. Cada sacudida ensancha la herida que hace el anzuelo y, si brinca, pudiera soltarlo. De todos modos me siento mejor al venir el sol y por esta vez no tengo que mirarlo de frente.”
Había algas amarillas en el sedal pero el viejo sabía que eso no hacía más que aumentar la resistencia del bote, y el viejo se alegró. Eran las algas amarillas del Golfo –el sargazo– las que habían producido tanta fosforescencia de noche. –Pez –dijo–, yo te quiero y te respeto muchísimo. Pero acabaré con tu vida antes de que termine este día.
“Ojalá”, pensó.
Un pajarito vino volando hacia el bote, procedente del norte. Era una especie de curruca que volaba muy bajo sobre el agua. El viejo se dio cuenta de que estaba muy cansado.
El pájaro llegó hasta la popa del bote y descanso allí. Luego voló en torno a la cabeza del viejo y fue a posarse en el sedal, donde estaba más cómodo.
–¿Qué edad tienes? –preguntó el viejo al pájaro–. ¿Es este tu primer viaje? El pájaro lo miro al oírlo hablar. Estaba demasiado cansado siquiera para examinar el sedal y se balanceó asiéndose fuertemente a él con sus delicadas patas.
–Estás firme –le dijo el viejo–. Demasiado firme. Después de una noche sin viento no debieras estar tan cansado. ¿A que vienen los pájaros?
“Los gavilanes –pensó– salen al mar a esperarlos.” Pero no le dijo nada de esto al pajarito que de todos modos no podía entenderlo y que ya tendría tiempo de conocer a los gavilanes.
–Descansa, pajarito, descansa –dijo–. Luego ve a correr fortuna como cualquier hombre o pájaro o pez.
Lo estimulaba a hablar porque su espalda se había endurecido de noche y ahora le dolía realmente.
–Quédate en mi casa si quieres, pajarito –dijo–. Siento que no pueda izar la vela y llevarte a tierra, con la suave brisa que se está levantando. Pero estás con un amigo.
Justamente entonces el pez dio una súbita sacudida; el viejo fue a dar contra la proa y hubiera caído por la borda si no se hubiera aferrado y soltado un poco de sedal.
El pájaro levantó el vuelo cuando el sedal se sacudió y el viejo ni siquiera lo había visto irse. Palpó cuidadosamente el sedal con la mano derecha y notó que su mano sangraba.
–Algo la ha lastimado –dijo en voz alta y tiró del sedal para ver si podía virar el pez. Pero cuando llegaba a su máxima tensión sujeto firme y se echó para atrás para tomar contrapeso.
–Ahora lo estás sintiendo, pez –dijo–. Y bien sabe Dios que también yo lo siento.
Miro en derredor a ver si veía el pájaro porque le hubiera gustado tenerlo de compañero. El pájaro se había ido.
“No te has quedado mucho tiempo –pensó el viejo–. Pero adonde vas a ser más difícil, hasta que llegues a la costa. ¿Cómo me habré dejado cortar por esa rápida sacudida del pez? Me debo de estar volviendo estúpido. O quizás sea que estaba mirando al pájaro y pensando en él. Ahora prestaré atención a mi trabajo y luego me comeré el bonito para que las fuerzas no me fallen.”
–Ojalá estuviera aquí el muchacho y tuviese un poco de sal –dijo en voz alta. Pasando la presión del sedal al hombro izquierdo y arrodillándose con cuidado lavó la mano en el mar y la mantuvo allí, sumergida, por más de un minuto, viendo correr la sangre y deshacerse en estela y el continuo movimiento del agua contra su mano al moverse el bote.
–Ahora va mucho más lentamente –dijo.
Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por más tiempo, pero temía otra súbita sacudida del pez y se levantó y se afianzó y levantó la mano contra el sol. Era sólo un roce del sedal lo que había cortado su carne.
Pero era en la parte con que tenía que trabajar. El viejo sabía que antes de que esto terminara necesitaría sus manos y no le gustaba nada estar herido antes de empezar.
–Ahora –dijo cuando su mano se hubo secado– tengo que comer ese pequeño bonito. Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmelo aquí tranquilamente.
Se arrodilló y halló el bonito bajo la popa con el bichero y lo atrajo hacia sí evitando que se enredara en los rollos de sedal. Sujetando el sedal nuevamente con el hombro izquierdo y apoyándose en el brazo izquierdo saco el bonito del garfio del bichero y puso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó una rodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne oscura longitudinalmente desde la parte posterior de la cabeza hasta la cola. Eran tiras en forma de cuña y las arrancó desde la proximidad del espinazo hasta el borde del vientre. Cuando hubo arrancado seis tiras les tendió en la madera de la popa, limpio su cuchillo en el pantalón y levantó el resto del bonito por la cola y lo tiró por sobre la borda.
–No creo que pueda comerme uno entero –dijo, y cortó por la mitad una de las tiras. Sentía la firme tensión del sedal y su mano izquierda tenía calambre. La corrió hacia arriba sobre el duro sedal y la miró con disgusto.
–¿Qué clase de mano es esta? –dijo–. Puedes coger calambre, si quieres.
Puedes convertirte en una garra. De nada te va a servir.
“Vamos –pensó, y miró al agua oscura y al sesgo del sedal–. Cómetelo ahora y le dará fuerza a la mano. No es culpa de la mano, y llevas muchas horas con el pez. Pero puedes quedarte siempre con él. Cómete ahora el bonito.”
Cogió un pedazo y se lo llevó a la boca y lo masticó lentamente. No era desagradable.
“Mastícalo bien –pensó–, y no pierdas ningún jugo. Con un poco de limón o lima o con sal no estaría mal.”
–¿Cómo te sientes, mano? –preguntó a la que tenía calambre, y que estaba casi rígida como un cadáver–. Ahora comeré un poco para ti.
Comió la otra parte del pedazo que había cortado en dos. La masticó con cuidado y luego escupió el pellejo.
–¿Cómo va eso, mano? ¿O es demasiado pronto para saberlo?
Cogió otro pedazo entero y lo masticó.
“Es un pez fuerte y de calidad –pensó–. Tuve suerte de engancharlo a él, en vez de un dorado. El dorado es demasiado dulce. Este no es nada dulce y guarda toda la fuerza.”
“Sin embargo, hay que ser prácticos –pensó–. Otra cosa no tiene sentido. Ojalá tuviera un poco de sal. Y no sé si el sol secará o pudrirá lo que me queda. Por tanto será mejor que me lo coma todo aunque no tengo hambre. El pez sigue tirando firme y tranquilamente. Me comeré todo el bonito y entonces estaré preparado.”
–Ten paciencia, mano –dijo–. Esto lo hago por ti.
“Me gustaría dar de comer al pez –pensó–. Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar fuerzas para hacerlo.” Lenta y deliberadamente se comió todas las tiras en forma de cuña del pescado.
Se enderezó, limpiándose la mano en el pantalón.
–Ahora –dijo–, mano, puedes soltar el sedal. Yo sujetaré el pez con el brazo hasta que se te pase esa bobería.
Puso su pie izquierdo sobre el pesado sedal que había aguantado la mano izquierda y se echó hacia atrás para llevar con la espalda la presión.
–Dios quiera que se me quite el calambre –dijo–. Porque no sé qué hará el pez.
“Pero parece tranquilo –pensó–, y sigue su plan. Pero ¿cuál será su plan? ¿Y cuál es el mío? El mío tendré que improvisarlo de acuerdo con el suyo porque es muy grande. Si brinca podré matarlo. Pero no acaba de salir de allá abajo. Entonces, seguiré con él allá abajo.”
Se frotó la mano que tenía calambre contra el pantalón y trató de obligar los dedos. Pero éstos se resistían a abrirse. “Puede que se abra con el sol –pensó–. Puede que se abra cuando el fuerte bonito crudo haya sido digerido. Si la necesito, la abriré cueste lo que cueste. Pero no quiero abrirla ahora por la fuerza. Que se abra por sí misma y que vuelva por su voluntad. Después de todo abusé mucho de ella de noche cuando era necesario soltar y unir los varios sedales.”
Miró por sobre el mar y ahora se dio cuenta de cuán solo se encontraba. Pero veía los prismas en el agua profunda y oscura, en el sedal estirado adelante y la extraña ondulación de la calma. Las nubes se estaban acumulando ahora para la brisa y miró adelante y vio una bandada de patos salvajes que se proyectaban contra el cielo sobre el agua, luego formaban un borrón y volvían a destacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta de que nadie está jamás solo en el mar.
Recordó cómo algunos hombres temían hallarse fuera de la vista de tierra en un botecito; y en los mares de súbito mal tiempo tenían razón. Pero ahora era el tiempo de los ciclones, y cuando no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es el mejor tiempo del año.
“Si hay ciclón, siempre puede uno ver las señales varios días antes en el mar. En tierra no las ven porque no saben reconocerlas –pensó–. En tierra debe notarse también por la forma de las nubes. Pero ahora no hay ciclón a la vista.”
Miró al cielo y vio la formación de los blancos cúmulos, como sabrosas pilas de mantecado, y más arriba se veían las tenues plumas de los cirros contra el alto de septiembre.
–Brisa ligera –dijo–. Mejor tiempo para mí que para ti, pez.
Su mano izquierda estaba todavía presa del calambre, pero la iba soltando poco a poco.
“Detesto el calambre, pensó. Es una traición del propio cuerpo. Es humillante ante los demás tener diarrea producida por envenenamiento de ptomaínas o vomitar por lo mismo. Pero el calambre lo humilla a uno, especialmente cuando está solo.”
“Si el muchacho estuviera aquí podría frotarme la mano y soltarla, desde el antebrazo –pensó–. Pero ya se soltará.”
Luego palpó con la mano derecha para conocer la diferencia de tensión en el sedal; después vio que el sesgo cambiaba en el agua. Seguidamente, al inclinarse contra el sedal y golpear fuerte con la mano izquierda contra el muslo, vio que cobraba un lento sesgo ascendente.
–Está subiendo –dijo–. Vamos, mano. Ven, te lo pido.
El sedal se alzaba lenta y continuadamente. Luego la superficie del mar se combó delante del bote y salió el pez. Surgió interminablemente y manaba agua por sus costados. Brillaba al sol y su cabeza y lomo eran de un púrpura oscuro y al sol las franjas de sus costados lucían anchas y de un tenue color azul rojizo. Su espada era tan larga como un palo de béisbol, yendo de mayor a menor como un estoque. El pez apareció sobre el agua en toda su longitud y luego volvió a entrar en ella dulcemente, como un buzo, y el viejo vio la gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndose y el sedal comenzó a correr velozmente.
–Es dos pies más largo que el bote –dijo el viejo.
El sedal seguía corriendo veloz pero gradualmente y el pez no tenía pánico. El viejo trataba de mantener con ambas manos el sedal a la mayor tensión posible sin que se rompiera. Sabía que si no podía demorar al pez con una presión continuada, el pez podía llevarse todo el sedal y romperlo.
“Es un gran pez y tengo que convencerlo –pensó–. No debo permitirle jamás que se dé cuenta de su fuerza ni de lo que podría hacer si rompiera a correr. Si yo fuera él echaría ahora toda la fuerza y seguiría hasta que algo se rompiera. Pero, a Dios gracias, los peces no son tan inteligentes como los que los matamos, aunque son más nobles y más hábiles.”
El viejo había visto muchos peces grandes. Había visto muchos que pesaban más de mil libras y había cogido dos de aquel tamaño en su vida, pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vista de tierra, estaba sujeto al más grande pez que había visto jamás, más grande que cuantos conocía de oídas, y su mano izquierda estaba todavía tan rígida como las garras convulsas de un águila.
“Pero ya se soltará –pensó–. Con seguridad que se le quitará el calambre para que pueda ayudar a la mano derecha. Tres cosas se pueden considerar hermanas: el pez y mis dos manos. Tiene que quitársele el calambre.” El pez había aminorado de nuevo su velocidad y seguía a su ritmo habitual.
“Me pregunto por qué habrá salido a la superficie –pensó el viejo–. Brincó para mostrarme lo grande que era. Ahora ya lo sé –pensó–. Me gustaría demostrarle que clase de hombre soy. Pero entonces vería la mano con calambre. Que piense que soy más hombre de lo que soy, y lo seré. Quisiera ser el pez –pensó– con todo lo que tiene frente a mi voluntad y mi inteligencia solamente.”
Se acomodó confortablemente contra la madera y aceptó sin protestar su sufrimiento. Y el pez seguía nadando sin cesar y el bote se movía lentamente sobre el agua oscura. Se estaba levantando un poco de oleaje con el viento que venía del este y a mediodía la mano izquierda del viejo estaba libre del calambre.
–Malas noticias para ti, pez –dijo, y movió el sedal sobre los sacos que cubrían sus hombros.
Estaba cómodo, pero sufría, aunque era incapaz de confesar su sufrimiento.
–No soy religioso –dijo–. Pero rezaría diez padrenuestros y diez avemarías por pescar este pez y prometo hacer una peregrinación a la Virgen del Cobre si lo pesco. Lo prometo.
Comenzó a decir sus oraciones mecánicamente. A veces se sentía tan cansado que no recordaba la oración, pero luego las decía rápidamente, para que salieran automáticamente. Las avemarías son más fáciles de decir que los padrenuestros, pensó.
–Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Luego añadió:
–Virgen bendita, ruega por la muerte de este pez. Aunque es tan maravilloso.
Dichas sus oraciones y sintiéndose mejor, pero sufriendo igualmente, y acaso un poco más, se inclinó contra la madera de proa y empezó a activar mecánicamente los dedos de su mano izquierda.
El sol calentaba fuera ahora, aunque se estaba levantando ligeramente la brisa.
–Será mejor que vuelva a poner cebo al sedal de popa –dijo–. Si el pez decide quedarse otra noche necesitaré comer de nuevo y queda poca agua en la botella. No creo que pueda conseguir aquí más que un dorado. Pero si lo como bastante fresco no será malo. Me gustaría que viniera a bordo esta noche un pez volador. Pero no tengo luz para atraerlo. Un pez volador es excelente para comerlo crudo y no tendría que limpiarlo. Tengo que ahorrar ahora toda mi fuerza. ¡Cristo! ¡No sabía que fuera tan grande!
–Sin embargo lo matare –dijo–. Con toda su gloria y su grandeza.
“Aunque es injusto –pensó–. Pero le demostraré lo que puede hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar.”
–Ya le dije al muchacho que yo era un hombre extraño –dijo–. Ahora es la hora de demostrarlo.
El millar de veces que lo había demostrado no significaba nada. Ahora lo estaba probando de nuevo. Cada vez era una nueva circunstancia y cuando lo hacía no pensaba jamás en el pasado.
“Me gustaría que se durmiera y poder dormir yo y soñar con los leones –pensó– . ¿Por qué, de lo que queda, serán los leones lo principal? No pienses, viejo –se dijo–. Reposa dulcemente contra la madera y no pienses en nada. El pez trabaja. Trabaja tú lo menos que puedas.”
Estaba ya entrada la tarde y el bote todavía se movía lenta y seguidamente. Pero la brisa del este contribuía ahora a la resistencia del bote y el viejo navegaba suavemente con el leve oleaje y el escozor del sedal en la espalda le era leve y llevadero.
Una vez, en la tarde, el sedal empezó a alzarse de nuevo. Pero el pez siguió nadando a un nivel ligeramente más alto. El sol le daba ahora en el brazo y el hombro izquierdos y en la espalda. Por eso sabía que el pez había virado al nordeste.
Ahora que lo había visto una vez, podía imaginárselo nadando en el agua con sus purpurinas aletas pectorales desplegadas como alas y la gran cola erecta tajando la tiniebla. “Me pregunto cómo podrá ver a esa profundidad –pensó–. Sus ojos son enormes, y un caballo, con mucho menos ojo, puede ver en la oscuridad. En otro tiempo yo veía perfectamente en la oscuridad. No en la tiniebla completa, pero casi como los gatos.”
El sol y el continuo movimiento de sus dedos habían librado completamente de calambre la mano izquierda y empezó a pasar más presión a esta mano contrayendo los músculos de su espalda para repartir un poco el escozor del sedal.
–Si no estás cansado, pez –dijo en voz alta–, debes de ser muy extraño.
Se sentía ahora muy cansado y sabía que pronto vendría la noche y trató de pensar en otras cosas. Pensó en las Grandes Ligas. Sabía que los Yankees de New York estaban jugando su encuentro contra los Tigres de Detroit.
“Éste es el segundo día en que no me entero del resultado de los juegos – pensó–. Pero debo tener confianza y debo ser digno del gran Di Maggio que hace todas las cosas perfectamente, aun con el dolor de la espuela de hueso en el talón. ¿Qué cosa es una espuela de hueso?, se preguntó. Nosotros no las tenemos. ¿Será tan dolorosa como la espuela de un gallo de pelea en el talón de una persona? Creo que no podría soportar eso, ni la pérdida de uno de los ojos, o de los dedos, y seguir peleando como hacen los gallos de pelea. El hombre no es gran cosa junto a las grandes aves y fieras. Con todo, preferiría ser esa bestia que está allá abajo en la tiniebla del mar.”
–Salvo que vengan los tiburones –dijo en voz alta–. Si vienen los tiburones, Dios tenga piedad de él y de mí.
“¿Crees tu que el gran Di Maggio seguiría con un pez tanto tiempo como estoy haciendo yo? –pensó–. Estoy seguro de que sí, y más, puesto que es joven y fuerte. También su padre fue pescador. Pero ¿le dolería demasiado la espuela de hueso?”
–No sé –dijo en voz alta–. Nunca he tenido una espuela de hueso.
El sol se estaba poniendo. Para darse más confianza el viejo recordó aquella vez, cuando, en la taberna de Casablanca, había pulseado con el gran negro de Cienfuegos, que era el hombre más fuerte de los muelles. Habían estado un día y una noche con sus codos sobre una raya de tiza en la mesa, y los antebrazos
verticales, y las manos agarradas. Cada uno trataba de bajar la mano del otro hasta la mesa. Se hicieron muchas apuestas y la gente entraba y salía del local bajo las luces de querosene, y él miraba al brazo y la mano de negro y a la cara del negro. Cambiaban de árbitro cada cuatro horas, después de las primeras ocho, para que los árbitros pudieran dormir. Por debajo de las uñas de los dedos manaba sangre y se miraban a los ojos y a sus antebrazos y los apostadores entraban y salían del local y se sentaban en altas sillas contra la pared para mirar.
Las paredes estaban pintadas de un azul brillante. Eran de madera y las lámparas arrojaban las sombras de los pulseadores contra ellas. La sombra del negro era enorme y se movía contra la pared según la brisa hacía oscilar las lámparas. Los logros siguieron subiendo y bajando toda la noche, y al negro le daban ron y le encendían cigarrillos en la boca. Luego, después del ron, el negro hacía un tremendo esfuerzo y una vez había tenido al viejo, que entonces no era viejo, sino Santiago El Campeón, cerca de tres pulgadas fuera de la vertical. Pero el viejo había levantado de nuevo la mano y la había puesto a nivel. Entonces tuvo la seguridad de que tenía derrotado al negro, que era un hombre magnífico y un gran
atleta. Y al venir el día, cuando los apostadores estaban pidiendo que se declarara tablas, había aplicado todo su esfuerzo y forzado la mano del negro hacia abajo, más y más, hasta hacerle tocar la madera. La competencia había empezado el domingo por la mañana y terminado el lunes por la mañana. Muchos de los apostadores habían pedido un empate porque tenían que irse a trabajar a los muelles, a cargar sacos de azúcar, o a la Havana Coal Company. De no ser por eso todo el mundo hubiera querido que continuara hasta el fin. Pero él la había terminado de todos modos antes de la hora en que la gente tenía que ir a trabajar. Después de esto, y por mucho tiempo, todo el mundo le había llamado El Campeón y había habido un encuentro de desquite en la primavera. Pero no se
había apostado mucho dinero y él había ganado fácilmente, puesto que en el primer match había roto la confianza del negro de Cienfuegos. Después había pulseado unas cuantas veces más y luego había dejado de hacerlo. Decidió que podía derrotar a cualquiera si lo quería de veras, pero pensó que perjudicaba su mano derecha para pescar. Algunas veces había practicado con la izquierda. Pero su mano izquierda había sido siempre una traidora y no hacía lo que le pedía, y no confiaba en ella.
“El sol la tostará bien ahora –pensó–. No debe volver a agarrotárseme, salvo que haga demasiado frío de noche. Me pregunto qué me traerá esta noche.”
Un aeroplano pasó por encima en su viaje hacia Miami y el viejo vio como su sombra espantaba a las manchas de peces voladores.
–Con tantos peces voladores, debe de haber dorados –dijo, y se echó hacia atrás contra el sedal para ver si era posible ganar alguna ventana sobre su pez. Pero no: el sedal permaneció en esa tensión, temblor y rezumar de agua que precede a la rotura. El bote avanzaba lentamente y el viejo siguió con la mirada al aeroplano hasta que lo perdió de vista.
“Debe de ser muy extraño ir en un aeroplano –pensó–. Me pregunto cómo lucirá el mar desde esa altura. Si no volaran demasiado alto podrían ver los peces. Me gustaría volar muy lentamente a doscientas brazas de altura y ver los peces desde arriba. En los barcos tortugueros yo iba en las crucetas de los masteleros y aun a esa altura veía muchos. Desde allí los dorados lucen más verdes y se puede ver sus franjas y sus manchas violáceas y se ve todo el banco buceando. ¿Por qué todos los peces voladores de la corriente oscura tienen lomos violáceos y generalmente franjas o manchas del mismo color? El dorado parece verde, desde luego, porque es realmente dorado. Pero cuando viene a comer, realmente hambriento, aparecen franjas de color violáceo en sus costados, como en las agujas. ¿Será la cólera o la mayor velocidad lo que las hace salir?”
Justamente antes del anochecer, cuando pasaban junto a una gran isla de sargazo que se alzaba y bajaba y balanceaba con el leve oleaje, como si el océano estuviera haciendo el amor con alguna cosa, bajo una manta amarilla un dorado se prendió en su sedal pequeño. El viejo lo vio primero cuando brincó al aire, oro verdadero a los últimos rayos del sol, doblándose y debatiéndose fieramente. Volvió a surgir, una y otra vez, en las acrobáticas salidas que le dictaba su miedo. El hombre volvió como pudo a la popa y agachándose y sujetando el sedal grande con la mano y el brazo derechos, tiró del dorado con su mano izquierda, plantando su descalzo pie izquierdo sobre cada tramo de sedal que iba ganando. Cuando el pez llegó a popa, dando cortes y zambullidas, el viejo se inclinó sobre la popa y levantó el bruñido pez de oro de pintas violáceas por sobre la popa. Sus mandíbulas actuaban convulsivamente en rápidas mordidas contra el anzuelo y batió el fondo del bote con su largo cuerpo plano, su cola y su cabeza hasta que el viejo le pegó en la brillante cabeza dorada. Entonces se estremeció y se quedo quieto.
El viejo desenganchó el pez, volvió a cebar el sedal con otra sardina y lo arrojó al agua. Después volvió lentamente a la proa. Se lavó la mano izquierda y se la secó en el pantalón. Luego pasó el grueso sedal de la mano derecha a la mano izquierda y lavó la mano derecha en el mar mientras clavaba la mirada en el sol que se hundía en el océano, y en el sesgo del sedal grande.
–No ha cambiado en absoluto –dijo. Pero observando el movimiento de agua contra su mano notó que era perceptiblemente más lento.
–Voy a amarrar los dos remos uno contra otro y colocarlos de través detrás de la popa: eso retardará de noche su velocidad –dijo–. Si el pez se defiende bien de noche, yo también.
“Sería mejor limpiar el dorado un poco después para que la sangre se quedara en la carne –pensó–. Puedo hacer eso un poco más tarde y amarrar los remos para hacer un remolque al mismo tiempo. Será mejor dejar tranquilo al pez por ahora y no perturbarlo demasiado a la puesta del sol. La puesta del sol es un momento difícil para todos los peces.”
Dejó secar su mano en el aire, luego cogió el sedal con ella y se acomodo lo mejor posible y se dejó tirar adelante contra la madera para que el bote aguantara la presión tanto o más que él.
“Estoy aprendiendo a hacerlo –pensó–. Por lo menos esta parte. Y luego, recuerda que el pez no ha comido desde que cogió la carnada y que es enorme y necesita mucha comida. Ya me he comido un bonito entero. Mañana me comeré el dorado. Quizá me coma un poco cuando lo limpie. Será más difícil de comer que el bonito. Pero después de todo nada es fácil.”
–¿Cómo te sientes, pez? –preguntó en voz alta–. Yo me siento bien y mi mano izquierda va mejor y tengo comida para una noche y un día. Sigue tirando del bote, pez.
No se sentía realmente bien, porque el dolor que le causaba el sedal en la espalda había rebasado casi el dolor y pasado a un entumecimiento que le parecía sospechoso. “Pero he pasado cosas peores –pensó–. Mi mano sólo está un poco rozada y el calambre ha desaparecido de la otra. Mis piernas están perfectamente. Y además ahora te llevo ventaja en la cuestión del sustento.”
Ahora era de noche, pues en septiembre se hace de noche rápidamente después de la puesta del sol. Se echó contra la madera gastada de la proa y reposó todo lo posible. Habían salido las primeras estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la vio y sabía que pronto estarían todas a la vista y que tendría consigo todas sus amigas lejanas.
–El pez también es mi amigo –dijo en voz alta–. Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas.
“Imagínate que cada día tuviera uno que tratar de matar la luna –pensó–. La luna se escapa. Pero ¡imagínate que tuviera uno que tratar diariamente de matar el sol! Nacimos con suerte”, pensó.
Luego sintió pena por el gran pez que no tenía nada que comer y su decisión de matarlo no se aflojó por eso un instante. “Podría alimentar a mucha gente –pensó–. Pero ¿serán dignos de comerlo? No, desde luego que no. No hay persona digna de comérselo, a juzgar por su comportamiento y su gran dignidad.”
“No comprendo estas cosas –pensó–. Pero es bueno que no tengamos que tratar de matar el sol o la luna o las estrellas. Basta con vivir del mar y matar a nuestros verdaderos hermanos.”
“Ahora –pensó– tengo que pensar en el remolque para demorar la velocidad. Tiene sus peligros y sus méritos. Pudiera perder tanto sedal que pierda el pez si hace un esfuerzo y si el remolque de remos está en su lugar y el bote pierde toda su ligereza. Su ligereza prolonga el sufrimiento de nosotros dos, pero es mi seguridad, puesto que el pez tiene una gran velocidad que no ha empleado todavía. Pase lo que pase tengo que limpiar el dorado a fin de que no se eche a perder y comer una parte de él para estar fuerte.”
“Ahora descansaré una hora más y veré si continúa firme y sin alteración antes de volver a la popa y hacer el trabajo y tomar una decisión. En tanto veré como se porta y si presenta algún cambio. Los remos son un buen truco, pero ha llegado el momento de actuar sobre seguro. Todavía es mucho pez y he visto que el anzuelo estaba en el canto de su boca y ha mantenido la boca herméticamente cerrada. El castigo del anzuelo no es nada. El castigo del hambre y el que se halle frente a una cosa que no comprende lo es todo. Descansa  ahora, viejo, y déjalo trabajar hasta que llegue tu turno.”
Descansó durante lo que creyó serían dos horas. La luna no se levantaba ahora hasta tarde y no tenía modo de calcular el tiempo. Y no descansaba realmente, salvo por comparación. Todavía llevaba con los hombros la presión del sedal, pero puso la mano izquierda en la regala de proa y fue confiando cada vez más resistencia al propio bote.
“Que simple sería si pudiera amarrar el sedal –pensó–. Pero con una brusca sacudida podría romperlo. Tengo que amortiguar la tensión del sedal con mi cuerpo y estar dispuesto en todo momento a soltar sedal con ambas manos.”
–Pero todavía no has dormido, viejo –dijo en voz alta–. Ha pasado medio día y una noche y ahora otro día y no has dormido. Tienes que idear algo para poder dormir un poco si el pez sigue tirando tranquila y seguidamente. Si no duermes, pudiera nublársete la cabeza.
“Ahora tengo la cabeza despejada –pensó–. Demasiado despejada. Estoy tan claro como las estrellas, que son mis hermanas. Con todo, debo dormir. Ellas duermen, y la luna y el sol también duermen, y hasta el océano duerme a veces, en ciertos días, cuando no hay corriente y se produce una calma chicha.”
“Pero recuerda dormir –pensó–. Oblígate a hacerlo e inventa algún modo simple y seguro de atender a los sedales. Ahora vuelve allá y prepara el dorado. Es demasiado peligroso armar los remos en forma de remolque y dormirse.”
“Podría pasarme sin dormir –se dijo–. Pero sería demasiado peligroso.”
Empezó a abrirse paso de nuevo hacia la popa, a gatas, con manos y rodillas, cuidando de no sacudir el sedal del pez. “Éste pudiera estar ya medio dormido – pensó–. Pero no quiero que descanse. Debe seguir tirando hasta que muera.”
De vuelta en la popa se volvió de modo que su mano izquierda aguantaba la tensión del sedal a través de sus hombros y sacó el cuchillo de la funda con la mano derecha.
Ahora las estrellas estaban brillantes y vio claramente el dorado y le clavó el cuchillo en la cabeza y lo sacó de debajo de la popa. Puso uno de sus pies sobre el pescado y lo abrió rápidamente desde la cola hasta la punta de su mandíbula inferior. Luego soltó el cuchillo y lo destripó con la mano derecha, limpiándolo completamente y arrancándole de cuajo las agallas. Sintió la tripa pesada y resbaladiza en su mano y la abrió. Dentro había dos peces voladores. Estaban frescos y duros y los puso uno junto al otro y arrojó las tripas a las aguas por sobre la popa. Se hundieron dejando una estela de fosforescencia en el agua. El dorado estaba ahora frío y era de un leproso blanco–gris a la luz de las estrellas y el viejo le arrancó el pellejo de un costado mientras sujetaba su cabeza con el pie derecho. Luego lo viró y peló la otra parte y con el cuchillo levantó la carne de cada costado desde la cabeza a la cola.
Soltó el resto por sobre la borda y miró a ver si se producía algún remolino en el agua. Pero solo se percibía la luz de su lento descenso. Se volvió entonces y puso los dos peces voladores dentro de los filetes de pescado y, volviendo el cuchillo a la funda, regresó lentamente a la proa. Su espalda era doblada por la presión del sedal que corría sobre ella mientras él avanzaba con el pescado en la mano derecha.
De vuelta en la proa puso los dos filetes de pescado en la madera y los peces voladores junto a ellos. Después de esto afirmó el sedal a través de sus hombros y en un lugar distinto y lo sujetó de nuevo con la mano izquierda apoyada en la regala. Luego se inclinó sobre la borda y lavó los peces voladores en el agua notando la velocidad del agua contra su mano. Su mano estaba fosforescente por haber pelado el pescado y observó el flujo del agua contra ella. El flujo era menos fuerte y al frotar el canto de su mano contra la tablazón del bote salieron flotando partículas de fósforo y derivaron lentamente hacia popa.
–Se está cansando o descansando –dijo el viejo–. Ahora déjame comer este dorado y tomar algún descanso y dormir un poco.
Bajo las estrellas en la noche, que se iba tornando cada vez más fría, se comió la mitad de uno de los filetes de dorado y uno de los peces voladores limpio de tripa y sin cabeza.
–Que excelente pescado es el dorado para comerlo cocinado –dijo–. Y qué pescado más malo es crudo. Jamás volveré a salir en un bote sin sal o limones.
“Si hubiera tenido cerebro habría echado agua sobre la proa todo el día. Al secarse habría hecho sal –pensó–. Pero el hecho es que no enganché el dorado hasta cerca de la puesta del sol. Sin embargo, fue una falta de previsión. Pero lo he masticado bien y no siento náuseas.”
El cielo se estaba nublando sobre el este y una tras otra las estrellas que conocía fueron desapareciendo. Ahora parecía como si estuvieran entrando en un gran desfiladero de nubes y el viento había amainado.
–Dentro de tres o cuatro días habrá mal tiempo –dijo–. Pero no esta noche ni mañana. Apareja ahora para dormir un poco, viejo, mientras el pez está tranquilo y sigue tirando seguido.
Sujetó firmemente el sedal en su mano derecha, luego empujó su muslo contra su mano derecha mientras echaba todo el peso contra la madera de la proa. Luego pasó el sedal un poco más abajo, en los hombros, y lo aguantó con la mano izquierda en forma de soporte.
“Mi mano derecha puede sujetarlo mientras tenga soporte –pensó–. Si se afloja en el sueño, mi mano izquierda me despertará cuando el sedal empiece a correr.
Es duro para la mano derecha. Pero está acostumbrada al castigo. Aun cuando solo duerma veinte minutos o una hora me hará bien.” Se inclinó adelante, afianzándose contra el sedal con todo su cuerpo, echando todo su peso sobre la mano derecha, y se quedó dormido. No soñó con los leones marinos. Soñó con una vasta mancha de marsopas que se extendía por espacio de ocho a diez millas. Y esto era en la época de su apareamiento y brincaban muy alto en el aire y volvían al mismo hoyo que habían abierto en el agua al brincar fuera de ella.
Luego soñó que estaba en el pueblo, en su cama, y soplaba un norte y hacía mucho frío y su mano derecha estaba dormida porque su cabeza había descansado sobre ella en vez de hacerlo sobre una almohada.
Después empezó a soñar con la larga playa amarilla y vio el primero de los leones que descendían a ella al anochecer. Y luego vinieron los otros leones. Y él apoyó la barbilla sobre la madera de la proa del barco que allí estaba fondeado sintiendo la vespertina brisa de tierra y esperando a ver si venían más leones. Y era feliz.
La luna se había levantado hacía mucho tiempo, pero él seguía durmiendo y el pez seguía tirando seguidamente del bote y éste entraba en un túnel de nubes. Lo despertó la sacudida de su puño derecho contra su cara y el escozor del sedal pasando por su mano derecha. No tenía sensación en su mano izquierda, pero frenó todo lo que pudo con la derecha y el sedal seguía corriendo precipitadamente. Por fin su mano izquierda halló el sedal y el viejo se echó hacia atrás contra el sedal y ahora le quemaba la espalda y la mano izquierda y su mano izquierda estaba aguantando toda la tracción y se estaba desollando malamente.
Volvió la vista a los rollos de sedal y vio que se estaban desenrollando suavemente. Justamente entonces el pez irrumpió en la superficie haciendo un gran desgarrón en el océano y cayendo pesadamente luego. Luego volvió a irrumpir, brincando una y otra vez, y el bote iba velozmente aunque el sedal seguía corriendo y el viejo estaba llevando la tensión hasta su máximo de resistencia, repetidamente, una y otra vez. El pez había tirado de él contra la proa y su cara estaba contra la tajada suelta de dorado y no podía moverse.
“Esto es lo que esperábamos –pensó–. Así, pues, vamos a aguantarlo.”
“Que tenga que pagar por el sedal –pensó–. Que tenga que pagarlo bien.”
No podía ver los brincos del pez sobre el agua: solo sentía la rotura del océano y el pesado golpe contra el agua al caer.
La velocidad del sedal desollaba sus manos, pero nunca había ignorado que esto sucediera y trató de mantener el roce sobre sus partes callosas y no dejar escapar el sedal a la palma y evitar que le desollara los dedos.
“Si el muchacho estuviera aquí mojaría los rollos de sedal –pensó–. Sí. Si el muchacho estuviera aquí. Si el muchacho estuviera aquí.”
El sedal se iba más y más, pero ahora más lentamente, y el viejo estaba obligando al pez a ganar con trabajo cada pulgada de sedal. Ahora levantó la cabeza de la madera y la sacó de la tajada de pescado que su mejilla había aplastado. Luego se puso de rodillas y  seguidamente se puso lentamente de pie.
Estaba cediendo sedal, pero más lentamente cada vez. Logró volver adonde podía sentir con el pie los rollos de sedal que no veía. Quedaba todavía suficiente sedal y ahora el pez tenía que vencer la fricción de todo aquel nuevo sedal a través del agua.
“Sí –pensó–. Y ahora ha salido más de una docena de veces fuera del agua y ha llenado de aire las bolsas a lo largo del lomo y no puede descender a morir a las profundidades de donde yo no pueda levantarlo. Pronto empezará a dar vueltas. Entonces tendré que empezar a trabajarlo. Me pregunto qué le habrá hecho brincar tan de repente fuera del agua. ¿Habrá sido el hambre, llevándolo a la desesperación, o habrá sido algo que lo asusto en la noche? Quizás haya tenido miedo de repente. Pero era un pez tranquilo, tan fuerte, y parecía tan
valeroso y confiado… Es extraño.”
–Mejor que tú mismo no tengas miedo y que tengas confianza, viejo –dijo–. Lo estás sujetando de nuevo, pero no puedes recoger sedal. Pronto tendrá que empezar a girar en derredor.
El viejo sujetaba ahora al pez con su mano izquierda y con sus hombros, y se inclinó y cogió agua en el hueco de la mano derecha para quitarse de la cara la carne aplastada del dorado. Temía que le diera náuseas y vomitara y perdiera sus fuerzas. Cuando hubo limpiado la cara, lavó la mano derecha en el agua por sobre la borda y luego la dejó en el agua salada mientras percibía la aparición de la primera luz que precede a la salida del sol.
“Va casi derecho al este –pensó–. Eso quiere decir que está cansado y que sigue la corriente. Pronto tendrá que girar. Entonces empezará nuestro verdadero trabajo.”
Después de considerar que su mano derecha llevaba suficiente tiempo en el agua la sacó y la miró.
–No está mal –dijo–. Para un hombre el dolor no importa.
Sujetó el sedal con cuidado, de forma que no se ajustara a ninguna de las recientes rozaduras, y lo corrió de modo que pudiera poner su mano izquierda en el mar por sobre el otro costado del bote.
–Lo has hecho bastante bien y no en balde –dijo a su mano izquierda–. Pero hubo un momento en que no podía encontrarte.
“¿Por que no habré nacido con dos buenas manos? –pensó–. Quizá yo haya tenido la culpa, por no entrenar ésta debidamente. Pero bien sabe Dios que ha tenido bastantes ocasiones de aprender. No lo ha hecho tan mal esta noche, después de todo, y solo ha sufrido calambre una vez. Si le vuelve a dar, deja que el sedal le arranque la piel.
Cuando le pareció que se le estaba nublando un poco la cabeza, pensó que debía comer un poco más de dorado. “Pero no puedo –se dijo–. Es mejor tener la mente un poco nublada que perder fuerzas por la náusea. Y yo sé que no podré guardar la carne si me la como después de haberme embarrado la cara con ella.
La dejaré para un caso de apuro hasta que se ponga mala. Pero es demasiado tarde para tratar de ganar fuerzas por medio de la alimentación. Eres estúpido –se dijo–. Cómete el otro pez volador.”
Estaba allí, limpio y liso, y lo recogió con la mano izquierda y se lo comió, masticando cuidadosamente los huesos, comiéndoselo todo, hasta la cola.
“Era más alimenticio que casi cualquier otro pez”, pensó. “Por lo menos el tipo de fuerza que necesito. Ahora he hecho lo que podía –pensó–. Que empiece a trazar círculos y venga la pelea.”
El sol estaba saliendo por tercera vez desde que se había hecho a la mar, cuando el pez empezó a dar vueltas.
El viejo no podía ver por el sesgo del sedal que el pez estaba girando. Era demasiado pronto para eso. Sentía simplemente un débil aflojamiento de la presión del sedal y comenzó a tirar de él suavemente con la mano derecha. Se tensó, como siempre, pero justamente cuando llegó al punto en que se hubiera roto, el sedal empezó a ceder. El viejo sacó con cuidado la cabeza y los hombros de debajo del sedal y empezó a recogerlo suave y seguidamente. Usó las dos manos sucesivamente, balanceándose y tratando de efectuar la tracción lo más posible con el cuerpo y con las piernas. Sus viejas piernas y hombros giraban con ese movimiento de contoneo a que le obligaba la tracción.
–Es un ancho círculo –dijo–. Pero está girando.
Luego el sedal cesó de ceder y el viejo lo sujetó hasta que vio que empezaba a soltar las gotas al sol. Luego empezó a correr y el viejo se arrodilló y lo dejó ir nuevamente, a regañadientes, al agua oscura.
–Ahora está haciendo la parte más lejana del círculo –dijo–. “Debo aguantar todo lo posible –pensó–. La tirantez acortará su círculo cada vez más. Es posible que lo vea dentro de una hora. Ahora debo convencerlo y luego debo matarlo.” Pero el pez seguía girando lentamente y el viejo estaba empapado en sudor y fatigado hasta la medula dos horas después. Pero los círculos eran mucho más cortos y por la forma en que el sedal se sesgaba podía apreciar que el pez había ido subiendo mientras giraba.
Durante una hora el viejo había estado viendo puntos negros ante los ojos y el sudor salaba sus ojos y salaba la herida que tenía en su ceja y en su frente. No temía a los puntos negros. Eran normales a la tensión a que estaba tirando del sedal. Dos veces, sin embargo, había sentido vahídos y mareos, y eso le preocupaba.
–No puedo fallarme a mí mismo y morir frente a un pez como éste –dijo–. Ahora que lo estoy acercando tan lindamente, Dios me ayude a resistir. Rezaré cien padrenuestros y cien avemarías. Pero no puedo rezarlos ahora. “Considéralos rezados –pensó–. Los rezaré más tarde.”
Justamente entonces sintió de súbito una serie de tirones y sacudidas en el sedal que sujetaba con ambas manos. Era una sensación viva, dura y pesada.
“Está golpeando el alambre con su pico –pensó–. Tenía que suceder. Tenía que hacer eso. Sin embargo, puede que lo haga brincar fuera del agua, y yo preferiría que ahora siguiera dando vueltas.” Los brincos fuera del agua le eran necesarios para tomar aire. Pero después de eso, cada uno puede ensanchar la herida del anzuelo, y pudiera llegar a soltar el anzuelo.
–No brinques, pez –dijo–. No brinques.
El pez golpeó el alambre varias veces más, y cada vez que sacudía la cabeza el viejo cedía un poco más de sedal.
“Tengo que evitar que aumente su dolor –pensó–. El mío no importa. Yo puedo controlarlo. Pero su dolor pudiera exasperarlo.”
Después de un rato el pez dejó de golpear el alambre y empezó a girar de nuevo lentamente. Ahora el viejo estaba ganando sedal gradualmente. Pero de nuevo sintió un vahído. Cogió un poco de agua del mar con la mano izquierda y se mojó la cabeza. Luego cogió más agua y se frotó la parte de atrás del cuello.
–No tengo calambres –dijo–. El pez estará pronto arriba y tengo que resistir. Tienes que resistir. De eso, ni hablar.
Se arrodilló contra la proa y, por un momento, deslizó de nuevo el sedal sobre su espalda. “Ahora descansaré mientras él sale a trazar su círculo, y luego, cuando venga, me pondré de pie y lo trabajare”, decidió.
Era una gran tentación descansar en la proa y dejar que el pez trazara un círculo por sí mismo sin recoger sedal alguno. Pero cuando la tirantez indicó que el pez había virado para venir hacia el bote, el viejo se puso de pie y empezó a tirar en ese movimiento giratorio y de contoneo, hasta recoger todo el sedal ganado al pez.
“Jamás me he sentido tan cansado –pensó–, y ahora se está levantando la brisa. Pero eso me ayudará a llevarlo a tierra. Lo necesito mucho.”
–Descansaré en la próxima vuelta que salga a dar –dijo–. Me siento mucho mejor. Luego, en dos o tres vueltas más, lo tendré en mi poder.
Su sombrero de paja estaba allá en la parte de atrás de la cabeza. El viejo sintió girar de nuevo el pez, y un fuerte tirón del sedal lo hundió contra la proa. “Pez, ahora tú estás trabajando –pensó–. A la vuelta te pescaré.”
El mar estaba bastante más agitado. Pero era una brisa de buen tiempo y el viejo la necesitaba para volver a tierra.
–Pondré, simplemente, proa al sur y al oeste –dijo–. Un hombre no se pierde nunca en el mar. Y la isla es larga.
Fue en la tercera vuelta cuando primero vio el pez. Lo vio primero como una sombra oscura que tardó tanto tiempo en pasar bajo el bote que el viejo no podía creer su longitud.
–No –dijo–. No puede ser tan grande.
Pero era tan grande, y al cabo de su vuelta salió a la superficie sólo a treinta yardas de distancia y el hombre vio su cola fuera del agua. Era más alta que una gran hoja de guadaña y de un color azuloso rojizo muy pálido sobre la oscura agua azul. Volvió a hundirse y mientras el pez nadaba justamente bajo la superficie el viejo pudo ver su enorme bulto y las franjas purpurinas que lo ceñían.
Su aleta dorsal estaba aplanada y sus enormes pectorales desplegadas a todo lo que daban.
En ese círculo pudo el viejo ver el ojo del pez y las dos rémoras grises que nadaban en torno a él. A veces se adherían a él. A veces salían disparadas. A veces nadaban tranquilamente a su sombra. Cada una tenía más de tres pies de largo, y cuando nadaban rápidamente meneaban todo su cuerpo como anguilas.
El viejo estaba ahora sudando, pero por algo más que por el sol. En cada vuelta que daba plácida y tranquilamente el pez, el viejo iba ganando sedal y estaba seguro de que en dos vueltas más tendría ocasión de clavarle el arpón.
“Pero tengo que acercarlo, acercarlo, acercarlo –pensó–. No debo apuntar a la cabeza. Tengo que metérselo en el corazón.”
–Calma y fuerza, viejo –dijo.
En la vuelta siguiente el lomo del pez salió del agua, pero estaba demasiado lejos del bote. En la vuelta siguiente estaba todavía demasiado lejos, pero sobresalía más del agua y el viejo estaba seguro de que cobrando un poco más de sedal habría podido arrimarlo al bote.
Había preparado su arpón mucho antes y su rollo de cabo ligero estaba en una cesta redonda, y el extremo estaba amarrado a la bita en la proa.
Ahora el pez se estaba acercando, bello y tranquilo, a la mirada y sin mover más que su gran cola. El viejo tiró de él todo lo que pudo para acercarlo más. Por un instante el pez se viró un poco sobre un costado. Luego se enderezó y emprendió otra vuelta.
–Lo moví –dijo el viejo–. Esta vez lo moví.
Sintió nuevamente un vahído, pero siguió aplicando toda la presión de que era capaz al gran pez. “Lo he movido –pensó–. Quizás esta vez pueda virarlo. Tirad, manos –pensó–. Aguantad firmes, piernas. No me falles, cabeza. No me falles. Nunca te has dejado llevar. Esta vez voy a virarlo.”
Pero cuando puso en ello todo su esfuerzo empezando a bastante distancia antes de que el pez se pusiera a lo largo del bote y tirando con todas sus fuerzas, el pez se viró en parte y luego se enderezó y se alejó nadando.
–Pez –dijo el viejo–. Pez, vas a tener que morir de todos modos. ¿Tienes que matarme también a mí?
“De ese modo no se consigue nada”, pensó. Su boca estaba demasiado seca para hablar, pero ahora no podía alcanzar el agua. “Esta vez tengo que arrimarlo – pensó–. No estoy para muchas vueltas más. Si, cómo no –se dijo a sí mismo–. Estás para eso y mucho más.”
En la siguiente vuelta estuvo a punto de vencerlo. Pero de nuevo el pez se enderezó y salió nadando lentamente.
“Me estás matando, pez –pensó el viejo–. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me importa quién mate a quién.”
“Ahora se está confundiendo la mente –pensó–. Tienes que mantener tu cabeza despejada. Mantén tu cabeza despejada y aprende a sufrir como un hombre. O como un pez”, pensó.
–Despéjate, cabeza –dijo en una voz que apenas podía oír–. Despéjate. Dos veces más ocurrió lo mismo en las vueltas.
“No sé –pensó el viejo. Cada vez se había sentido a punto de desfallecer–. No sé. Pero probaré otra vez.”
Probó una vez más y se sintió desfallecer cuando viró el pez. El pez se enderezó y salió nadando de nuevo lentamente, meneando en el aire su gran cola. “Probaré de nuevo”, prometió el viejo, aunque sus manos estaban ahora pulposas y sólo podía ver bien a intervalos.
Probó de nuevo y fue lo mismo. “Vaya –pensó, y se sintió desfallecer antes de
empezar–. Voy a probar otra vez.”
Cogió todo su dolor y lo que quedaba de su fuerza y del orgullo que había perdido hacía mucho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez. Y este se viró sobre su costado y nadó suavemente de costado, tocando casi con el pico la tablazón del bote y empezó a pasarlo: largo, espeso, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua.
El viejo soltó el sedal y puso su pie sobre él y levantó el arpón tan alto como pudo y lo lanzó hacia abajo con toda su fuerza, y más fuerza que acababa de crear, al costado del pez, justamente detrás de la gran aleta pectoral que se elevaba en el aire, a la altura del pecho de un hombre. Sintió que el hierro penetraba en el pez y se inclinó sobre él y lo forzó a penetrar más, y luego le echó encima todo su peso.
Luego, el pez cobró vida, con la muerte en la entraña, y se levantó del agua, mostrando toda su gran longitud y anchura y todo su poder y su belleza. Pareció flotar en el aire sobre el viejo que estaba en el bote. Luego cayó en el agua con un estampido que arrojó un reguero de agua sobre el viejo y sobre todo el bote. El viejo se sentía desfallecer y estaba mareado y no veía bien. Pero soltó el sedal del arpón y lo dejo correr lentamente entre sus manos en carne viva, y cuando pudo ver, vio que el pez estaba de espalda, con su plateado vientre hacia arriba. El mango del arpón se proyectaba en ángulo desde el hombro del pez y el mar se estaba tiñendo de la sangre roja de su corazón. Primero era oscura como un bajío en el agua azul que tenía más de una milla de profundidad. Luego se distendió como una nube. El pez era plateado y estaba quieto y flotaba movido por las olas.
El viejo miró con atención en el intervalo de vista que tenía. Luego dio dos vueltas con el sedal del arpón a la bita de la proa y se sujetó la cabeza con las manos.
–Tengo que mantener clara la mente –dijo contra la madera de la proa–. Soy un hombre viejo y cansado. Pero he matado a este pez que es mi hermano y ahora tengo que terminar la faena.
“Ahora tengo que preparar los lazos y la cuerda para amarrarlo al costado – pensó–. Aun cuando fuéramos dos y anegáramos el bote para cargar el pez y achicáramos luego el bote no podría jamás con él. Tengo que prepararlo todo y luego arrimarlo y amarrarlo bien y encajar el mástil y largar vela de regreso.”
Empezó a tirar del pez para ponerlo a lo largo del costado, de modo que pudiera pasar un sedal por sus agallas, sacarlo por la boca y amarrar su cabeza al costado de proa. “Quiero verlo –pensó–, y tocarlo, y palparlo. Creo que sentí el contacto con su corazón –pensó–. Cuando empujé el mango del arpón la segunda vez. Acercarlo ahora y amarrarlo, y echarle el lazo a la cola y otro por el centro, y ligarlo al bote.”
–Ponte a trabajar, viejo –dijo. Tomó un trago muy pequeño de agua–. Hay mucha faena que hacer ahora que la pelea ha terminado.
Alzó la vista al cielo y luego la tendió hacia su pez. Miró al sol con detenimiento.
“No debe ser mucho más de mediodía –pensó–. Y la brisa se está levantando. Los sedales no significan nada ya. El muchacho y yo los empalmaremos cuando lleguemos a casa.”
–Vamos pescado, ven acá –dijo. Pero el pez no venía. Seguía allí, flotando en el mar, y el viejo llevó el bote hasta él.
Cuando estuvo a su nivel y tuvo la cabeza del pez contra la proa no pudo creer que fuera tan grande. Pero soltó de la bita la soga del arpón, la pasó por las agallas del pez y la sacó por sus mandíbulas. Dio una vuelta con ella a la espalda y luego la pasó a través de la otra agalla. Dio otra vuelta al pico y anudó la doble cuerda y la sujetó a la bita de proa. Cortó entonces el cabo y se fue a popa a enlazar la cola. El pez se había vuelto plateado (originalmente era violáceo y plateado) y las franjas eran del mismo color violáceo pálido de su cola. Eran más anchas que la mano de un hombre con los dedos abiertos y los ojos del pez parecían tan neutros como los espejos de un periscopio o un santo en una procesión.
–Era la única manera de matarlo –dijo el viejo. Se estaba sintiendo mejor desde que había tomado el buche de agua y sabía que no desfallecería y su cabeza estaba despejada. “Tal como está, pesa mil quinientas libras –pensó–. Quizá más.
¿Si quedaran en limpio dos tercios de eso, a treinta centavos la libra?”
–Para eso necesito un lápiz –dijo–. Mi cabeza no está tan clara como para eso. Pero creo que el gran Di Maggio se hubiera sentido hoy orgulloso de mí. Yo no tenía espuelas de hueso. Pero las manos y la espalda duelen de veras.
“Me pregunto que sería una espuela de hueso –pensó–. Puede que las tengamos sin saberlo.”
Sujetó el pez a la proa y a la popa y al banco del medio. Era tan grande, que era como amarrar un bote mucho más grande al costado del suyo. Cortó un trozo de sedal y amarró la mandíbula inferior del pez contra su pico, a fin de que no se abriera su boca y que pudieran navegar lo más desembarazadamente posible. Luego encajó el mástil en la carlinga, y con el palo que era su bichero y el botalón aparejados, la remendada vela cogió viento, el bote empezó a moverse y, medio tendido en la popa, el viejo puso proa al sudoeste.
No necesitaba brújula para saber dónde estaba el sudoeste. No tenía más que sentir la brisa y el tiro de la vela. “Será mejor que eche un sedal con una cuchara al agua y trate de coger algo para comer y mojarlo con agua.” Pero no encontró ninguna cuchara y sus sardinas estaban podridas. Así que enganchó un parche de algas marinas con el bichero y lo sacudió y los pequeños camarones que había en él cayeron en el fondo del bote. Había más de una docena de ellos y brincaban y pataleaban como pulgas de playa. El viejo les arrancó las cabezas con el índice y el pulgar y se los comió, masticando las cortezas y las colas. Eran muy pequeñitos, pero él sabía que eran alimenticios y no tenían mal sabor.
El viejo tenía todavía dos tragos de agua en la botella y se tomó la mitad de uno después de haber comido los camarones. El bote navegaba bien, considerando los inconvenientes, y el viejo gobernaba con la caña del timón bajo el brazo. Podía ver el pez y no tenía más que mirar a sus manos y sentir el contacto de su espalda con la popa para saber que esto había sucedido realmente y que no era un sueño.
Una vez, cuando se sentía mal, hacia el final de la pelea, había pensado que quizá fuera un sueño. Luego, cuando vio había visto saltar el pez del agua y permanecer inmóvil contra el cielo antes de caer, tuvo la seguridad de que era algo grandemente extraño y no podía creerlo. Luego empezó a ver mal. Ahora, sin embargo, había vuelto a ver como siempre.
Ahora sabía que el pez iba ahí y que sus manos y su espalda no eran un sueño.
“Las manos curan rápidamente –pensó–. Las he desangrado, pero el agua salada las curará. El agua oscura del golfo verdadero es la mejor cura que existe. Lo único que tengo que hacer es conservar la claridad mental. Las manos han hecho su faena y navegamos bien. Con su boca cerrada y su cola vertical navegamos como hermanos. –Luego su cabeza empezó a nublarse un poco y pensó–: ¿,Me llevará él a mí o lo llevaré yo a él? Si yo lo llevara a él a remolque no habría duda. Tampoco si el pez fuera en el bote ya sin ninguna dignidad.” Pero navegaban juntos, ligados costado con costado, y el viejo pensó: “Deja que él me lleve si quiere. Yo sólo soy mejor que él por mis artes y él no ha querido hacerme daño.”
Navegaban bien y el viejo empapó las manos en el agua salada y trató de mantener la mente clara. Había altos cúmulos y suficientes cirros sobre ellos: por eso sabía que la brisa duraría toda la noche. El viejo miraba al pez constantemente para cerciorarse de que era cierto. Pasó una hora antes de que le acometiera el primer tiburón.
El tiburón no era un accidente. Había surgido de la profundidad cuando la nube oscura de la sangre se había formado y dispersado en el mar a una milla de profundidad. Había surgido tan rápidamente y tan sin cuidado que rompió la superficie del agua azul y apareció al sol. Luego se hundió de nuevo en el mar y captó el rastro y empezó a nadar siguiendo el curso del bote y el pez.
A veces perdía el rastro. Pero lo captaba de nuevo, aunque sólo fuera por asomo, y se precipitaba rápida y fieramente en su persecución. Era un tiburón Mako muy grande, hecho para nadar tan rápidamente como el más rápido pez en el mar y todo en él era hermoso, menos sus mandíbulas.
Su lomo era tan azul como el de un pez espada y su vientre era plateado y su piel era suave y hermosa. Estaba hecho como un pez espada, salvo por sus enormes mandíbulas, que iban herméticamente cerradas mientras nadaba, justamente bajo la superficie, su aleta dorsal cortando el agua sin oscilar. Dentro del cerrado doble labio de sus mandíbulas, sus ocho filas de dientes se inclinaban hacia dentro. No era los ordinarios dientes piramidales de la mayoría de los tiburones. Tenían la forma de los dedos de un hombre cuando se crispaban como garras. Eran casi tan largos como los dedos del viejo y tenían filos como de navajas por ambos lados. Éste era un pez hecho para alimentarse de todos los peces del mar que fueran tan rápidos y fuertes y bien armados que no tuvieran otro enemigo. Ahora, al percibir el aroma más fresco, su azul aleta dorsal cortaba el agua más velozmente.
Cuando el viejo lo vio venir, se dio cuenta de que era un tiburón que no tenía ningún miedo y que haría exactamente lo que quisiera. Preparó el arpón y sujetó el cabo mientras veía venir el tiburón. El cabo era corto, pues le faltaba el trozo que él había cortado para amarrar el pez.
El viejo tenía ahora la cabeza despejada y en buen estado y estaba lleno de decisión, pero no abrigaba mucha esperanza. “Era demasiado bueno para que durara”, pensó. Echó una mirada al gran pez mientras veía acercarse el tiburón. “Tal parece un sueño –pensó–. No puedo impedir que me ataque, pero acaso pueda arponearlo. –Dentuso –pensó–. ¡Maldita sea tu madre!”
El tiburón se acercó velozmente por la popa y cuando atacó al pez el viejo vio su boca abierta, sus extraños ojos y el tajante chasquido de los dientes al entrarle a la carne justamente sobre la cola. La cabeza del tiburón estaba fuera del agua y su lomo venía asomando y el viejo podía oír el ruido que hacía al desgarrar la piel y la carne del gran pez cuando clavó el arpón en la cabeza del tiburón en el punto donde la línea de entrecejo se cruzaba con la que corría rectamente hacia atrás partiendo del hocico. No había tales líneas: solamente la pesada y recortada cabeza azul y los grandes ojos y las mandíbulas que chasqueaban, acometían y se lo tragaban todo. Pero allí era donde estaba el cerebro y allí fue donde le pegó el viejo. Le pegó con sus manos pulposas y ensangrentadas, empujando el arpón con toda su fuerza. Le pegó sin esperanza, pero con resolución y furia.
El tiburón se volcó y el viejo vio que no había vida en sus ojos; luego el tiburón volvió a volcarse, se envolvió en dos lazos de cuerda. El viejo se dio cuenta de que estaba muerto, pero el tiburón no quería aceptarlo. Luego, de lomo, batiendo el agua con la cola y chasqueando las mandíbulas, el tiburón surcó el agua como una lancha de motor. El agua era blanca en el punto donde batía su cola y las tres cuartas partes de su cuerpo sobresalían del agua cuando el cabo se puso en tensión, retembló y luego se rompió. El tiburón se quedó un rato tranquilamente en la superficie y el viejo se paró a mirarlo. Luego el tiburón empezó a hundirse lentamente.
–Se llevó unas cuarenta libras –dijo el viejo en voz alta. “Se llevó también mi arpón y todo el cabo –pensó– y ahora mi pez sangra y vendrán otros tiburones.”
No le agradaba ya mirar al pez porque había sido mutilado. Cuando el pez había sido atacado fue como si lo hubiera sido él mismo.
“Pero he matado el tiburón que atacó a mi pez –pensó–. Y era el dentuso más grande que había visto jamás. Y bien sabe Dios que yo he visto dentusos grandes.”
“Era demasiado bueno para durar –pensó–. Ahora pienso que ojalá hubiera sido un sueño y que jamás hubiera pescado el pez y que me hallara solo en la cama sobre los periódicos.”
–Pero el hombre no está hecho para la derrota –dijo–. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.
“Pero siento haber matado al pez –pensó–. Ahora llega el mal momento y ni siquiera tengo el arpón. El dentuso es cruel y capaz y fuerte e inteligente. Pero yo fui más inteligente que él. Quizá no –pensó–. Acaso estuviera solamente mejor armado.”
–No pienses, viejo –dijo en voz alta–. Sigue tu rumbo y dale el pecho a la cosa cuando venga.
“Pero tengo que pensar –pensó–. Porque es lo único que me queda. Eso y el béisbol. Me pregunto qué le habría parecido al gran Di Maggio la forma en que le di en el cerebro. No fue gran cosa –pensó–. Cualquier hombre habría podido hacerlo. Pero ¿cree usted que mis manos hayan sido un inconveniente tan grande como las espuelas de hueso? No puedo saberlo. Jamás he tenido nada malo en el talón, salvo aquella vez en que la raya me lo pinchó cuando la pise nadando y me paralizó la parte inferior de la pierna causando un dolor insoportable.”
–Piensa en algo alegre, viejo –dijo–. Ahora cada minuto que pasa estás más cerca de la orilla. Tras haber perdido cuarenta libras navegaba más y más ligero.
Conocía perfectamente lo que pudiera suceder cuando llegara a la parte interior de la corriente. Pero ahora no había nada que hacer.
–Sí, cómo no –dijo en voz alta–. Puedo amarrar el cuchillo al cabo de uno de los remos.
Lo hizo así con la caña del timón bajo el brazo y la escota de la vela bajo el pie.
–Vaya –dijo–. Soy un viejo. Pero no estoy desarmado.
Ahora la brisa era fresca y navegaban bien. Vigilaba sólo la parte delantera del pez y empezó a recobrar parte de su esperanza.
“Es idiota no abrigar esperanzas –pensó–. Además, creo que es un pecado. No pienses en el pecado –pensó–. Hay bastantes problemas ahora sin el pecado. Además, yo no entiendo eso.”
“No lo entiendo y no estoy seguro de creer en el pecado. Quizás haya sido un pecado matar al pez. Supongo que sí, aunque lo hice para vivir y dar de comer a mucha gente. Pero entonces todo es pecado. No pienses en el pecado. Es demasiado tarde para eso y hay gente a la que se paga por hacerlo. Deja que ellos piensen en el pecado. Tú naciste para ser pescador y el pez nació para ser pez. San Pablo era pescador, lo mismo que el padre del gran Di Maggio.”
Pero le gustaba pensar en todas las cosas en que se hallaba envuelto, y puesto que no había nada que leer y no tenía un receptor de radio pensaba mucho y seguía pensando acerca del pecado. “No has matado el pez únicamente para vivir y vender para comer –pensó–. Lo mataste por orgullo y porque eres pescador. Lo amabas cuando estaba vivo y lo amabas después. Si lo amas, no es pecado matarlo. ¿O será más que pecado?” –Piensas demasiado, viejo –dijo en voz alta. “Pero te gustó matar al dentuso –pensó–. Vive de los peces vivos, como tú. No es un animal que se alimente de carroñas, ni un simple apetito ambulante, como otros tiburones. Es hermoso y noble y no conoce el miedo.”
–Lo maté en defensa propia –dijo el viejo en voz alta–. Y lo maté bien. “Además –pensó–, todo mata a lo demás en cierto modo. El pescar me mata a mí exactamente igual que me da la vida. El muchacho sostiene mi vida –pensó–. No debo hacerme demasiadas ilusiones.”
Se inclinó sobre la borda y arrancó un pedazo de la carne del pez donde lo había desgarrado el tiburón. La masticó y notó su buena calidad y su buen sabor. Era firme y jugosa como carne de res, pero no era roja. No tenía nervios y él sabía que en el mercado se pagaría al más alto precio. Pero no había manera de impedir que su aroma se extendiera por el agua y el viejo sabía que se acercaban muy malos momentos.
La brisa era firme. Había retrocedido un poco hacia el nordeste y el viejo sabía que eso significaba que no decaería. El viejo miró adelante, pero no se veía ninguna vela ni el casco ni el humo de ningún barco. Solo los peces voladores que se levantaban de su proa abriéndose hacia los lados y los parches amarillos de los sargazos. Ni siquiera se veía un pájaro.
Había navegado durante dos horas, descansando en la popa y a veces masticando un pedazo de carne de la aguja, tratando de reposar para estar fuerte, cuando vio el primero de los dos tiburones.
–¡Ay! –dijo en voz alta.
No hay equivalente para esta exclamación. Quizás sea tan sólo un ruido, como el que pueda emitir un hombre, involuntariamente, sintiendo los clavos atravesar sus manos y penetrar en la madera.
–Galanos –dijo en voz alta.
Había visto ahora la segunda aleta que venía detrás de la primera y los había identificado como los tiburones de hocico en forma de pala por la parda aleta triangular y los amplios movimientos de cola. Habían captado el rastro y estaban excitados y en la estupidez de su voracidad estaban perdiendo y recobrando el aroma. Pero se acercaban sin cesar.
El viejo amarró la escota y trancó la caña. Luego cogió el remo al que había ligado el cuchillo. Lo levantó lo más suavemente posible porque sus manos se rebelaron contra el dolor. Luego las abrió y cerró suavemente para despegarlas del remo. Las cerró con firmeza para que ahora aguantaran el dolor y no cedieran y clavó la vista en los tiburones que se acercaban. Podía ver sus anchas y aplastadas cabezas de punta de pala y sus anchas aletas pectorales de blanca punta. Eran unos tiburones odiosos, malolientes, comedores de carroñas, así como asesinos, y cuando tenían hambre eran capaces de morder un remo o un
timón de barco. Eran esos tiburones los que cercenaban las patas de las tortugas cuando éstas nadaban dormidas en la superficie, y atacaban a un hombre en el agua si tenían hambre aun cuando el hombre no llevara encima sangre ni mucosidad de pez.
–¡Ay! –dijo el viejo–. Galanos. ¡Vengan, galanos!
Vinieron. Pero no vinieron como había venido el Mako. Uno viró y se perdió de vista, abajo, y por la sacudida del bote el viejo sintió que el tiburón acometía al pez y le daba tirones. El otro miró al viejo con sus hendidos ojos amarillos y luego vino rápidamente con su medio círculo de mandíbula abierto para acometer al pez donde había sido ya mordido. Luego apareció claramente la línea en la cima de su cabeza parda y más atrás donde el cerebro se unía a la espina dorsal y el viejo clavó el cuchillo que había amarrado al remo en la articulación. Lo retiró, lo clavó de nuevo en los amarillos ojos felinos del tiburón. El tiburón soltó el pez y se deslizó hacia abajo tragando lo que había cogido mientras moría.
El bote retemblaba todavía por los estragos que el otro tiburón estaba causando al pez y el viejo arrió la escota para que el bote virara en redondo y sacara de debajo al tiburón. Cuando vio al tiburón, se inclinó sobre la borda y le dio de cuchilladas. Sólo encontró carne y la piel estaba endurecida y apenas pudo hacer penetrar el cuchillo. El golpe lastimó no sólo sus manos, sino también su hombro. Pero el tiburón subió rápido, sacando la cabeza, y el viejo le dio en el centro mismo de aquella cabeza plana al tiempo que el hocico salía del agua y se pegaba al pez. El viejo retiró la hoja y acuchilló de nuevo al tiburón exactamente en el mismo lugar. Todavía siguió pegado al pez que había enganchado con sus mandíbulas, y el viejo lo acuchilló en el ojo izquierdo. El tiburón seguía prendido del pez.
–¿No? –dijo el viejo, y le clavó la hoja entre las vértebras y el cerebro. Ahora fue un golpe fácil y el viejo sintió romperse el cartílago. El viejo invirtió el remo y metió la pala entre las mandíbulas del tiburón para forzarlo a soltar. Hizo girar la pala, y al soltar el tiburón, dijo:
–Vamos, galano. Baja, déjate ir hasta una milla de profundidad. Ve a ver a tu amigo. O quizá sea tu madre.
El viejo limpió la hoja de su cuchillo y soltó el remo. Luego cogió la escota y la vela se llenó de aire y el viejo puso el bote en su derrota.
–Deben de haberse llevado un cuarto del pez y de la mejor carne –dijo en voz alta–. Ojalá fuera un sueño y que jamás lo hubiera pescado. Lo siento, pez. Todo se ha echado a perder.
Se detuvo y ahora no quiso mirar al pez. Desangrando y a flor de agua parecía del color de la parte de atrás de los espejos, y todavía se veían sus franjas.
–No debí haberme alejado tanto de la costa, pez –dijo–. Ni por ti ni por mí. Lo siento, pez.
“Ahora –se dijo–, mira la ligadura del cuchillo a ver si ha sido cortada. Luego pon tu mano en buen estado, porque todavía no se ha acabado esto.”
–Ojalá hubiera traído una piedra para afilar el cuchillo –dijo el viejo después de haber examinado la ligadura en el cabo del remo–. Debí haber traído una piedra. “Debiste haber traído muchas cosas –pensó–. Pero no las has traído, viejo. Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay.”
–Me estás dando muchos buenos consejos –dijo en voz alta–. Estoy cansado de eso.
Sujetó la caña bajo el brazo y metió las dos manos en el agua mientras el bote seguía avanzando.
–Dios sabe cuánto se habrá llevado ese último –dijo–. Pero ahora pesa mucho menos.
No quería pensar en la mutilada parte inferior del pez. Sabía que cada uno de los tirones del tiburón había significado carne arrancada y que el pez dejaba ahora para todos los tiburones un rastro tan ancho como una carretera a través del océano.
“Era un pez capaz de mantener un hombre todo el invierno –pensó–. No pienses en eso. Descansa simplemente y trata de poner tus manos en orden para defender lo que queda. El olor a sangre de mis manos no significa nada, ahora que existe todo ese rastro en el agua. Además no sangran mucho. No hay ninguna herida de cuidado. La sangría puede impedir que le dé calambre a la izquierda.”
“¿En qué puedo pensar ahora? –pensó–. En nada. No debo pensar en nada y esperar a los siguientes. Ojalá hubiera sido realmente un sueño –pensó–. Pero ¿quién sabe? Hubiera podido salir bien.”
El siguiente tiburón que apareció venía solo y era otro hocico de pala. Vino como un puerco a la artesa: si hubiera un puerco con una boca tan grande que cupiera en ella la cabeza de un hombre. El viejo dejó que atacara al pez. Luego le clavó el cuchillo del remo en el cerebro. Pero el tiburón brincó hacia atrás mientras rolaba y la hoja del cuchillo se rompió.
El viejo se puso al timón. Ni siquiera quiso ver cómo el tiburón se hundía lentamente en el agua, apareciendo primero en todo su tamaño; luego pequeño; luego diminuto. Eso le había fascinado siempre. Pero ahora ni siquiera miró.
–Ahora me queda el bichero –dijo–. Pero no servirá de nada. Tengo los dos remos y la caña del timón y la porra.
“Ahora me han derrotado –pensó–. Soy demasiado viejo para matar los tiburones a garrotazos. Pero lo intentaré mientras tenga los remos y la porra y la caña.”
Puso de nuevo sus manos en el agua para empaparlas. La tarde estaba avanzando y todavía no veía más que el mar y el cielo. Había más viento en el cielo que antes y esperaba ver pronto tierra.
–Estás cansado, viejo –dijo–. Estás cansado por dentro.
Los tiburones no le atacaron hasta justamente antes de la puesta del sol. El viejo vio venir las pardas aletas a lo largo de la ancha estela que el pez debía de trazar en el agua. No venían siquiera siguiendo el rastro. Se dirigían derecho al bote, nadando a la par.
Trancó la caña, amarró la escota y cogió la porra que tenía bajo la popa. Era un mango de remo roto, serruchado a una longitud de dos pies y medio. Sólo podía usarlo eficazmente con una mano, debido a la forma de la empuñadura, y lo cogió firmemente con la derecha, flexionando la mano mientras veía venir los tiburones. Ambos eran galanos.
“Debo dejar que el primero agarre bien para pegarle en la punta del hocico o en medio de la cabeza”, pensó.
Los tiburones se acercaron juntos y cuando vio al más cercano abrir las mandíbulas y clavarlas en el plateado costado del pez, levantó el palo y lo dejo caer con gran fuerza y violencia sobre la ancha cabezota del tiburón.
Sintió la elástica solidez de la cabeza al caer el palo sobre ella. Pero sintió también la rigidez del hueso y otra vez pegó duramente al tiburón sobre la punta del hocico al tiempo que se deslizaba hacia abajo separándose del pez.
El otro tiburón había estado entrando y saliendo y ahora volvía con las mandíbulas abiertas. El viejo podía ver pedazos de carne del pez cayendo, blancas, de los cantos de sus mandíbulas cuando acometió al pez y cerró las mandíbulas. Le pegó con el palo y dio sólo en la cabeza y el tiburón lo miró y arrancó la carne. El viejo le pegó de nuevo con el palo al tiempo que se deslizaba alejándose para tragar y sólo dio en la sólida y densa elasticidad.
–Vamos, galano –dijo el viejo–. Vuelve otra vez.
El tiburón volvió con furia y el viejo le pegó en el instante en que cerraba sus mandíbulas. Le pegó sólidamente y de tan alto como había podido levantar el palo. Esta vez sintió el hueso, en la base del cráneo, y le pegó de nuevo en el mismo sitio mientras el tiburón arrancaba flojamente la carne y se deslizaba hacia abajo, separándose del pez.
El viejo esperó a que subiera de nuevo, pero no apareció ninguno de ellos. Luego vio uno en la superficie nadando en círculos. No vio la aleta del otro.
“No podía esperar matarlo –pensó–. Pudiera haberlo hecho en mis buenos tiempos. Pero los he magullado bien a los dos y se deben de sentir bastante mal. Si hubiera podido usar un bate con las dos manos habría podido matar el primero, seguramente. Aun ahora”, pensó.
No quería mirar al pez. Sabía que la mitad de él había sido destruida. El sol se había puesto mientras el viejo peleaba con los tiburones.
–Pronto será de noche –dijo–. Entonces podré acaso ver el resplandor de La Habana. Si me hallo demasiado lejos al este, veré las luces de una de las nuevas playas.
“Ahora no puedo estar demasiado lejos –pensó–. Espero que nadie se haya alarmado. Sólo el muchacho pudiera preocuparse, desde luego. Pero estoy seguro de que habrá tenido confianza. Muchos de los pescadores más viejos estarán preocupados. Y muchos otros también –pensó–. Vivo en un buen pueblo.”
Ya no le podía hablar al pez, porque éste estaba demasiado destrozado. Entonces se le ocurrió una cosa.
–Medio pez –dijo–. El pez que has sido. Siento haberme alejado tanto. Nos hemos arruinado los dos. Pero hemos matado muchos tiburones, tú y yo, y hemos arruinado a muchos otros. ¿Cuántos has matado tú en tu vida, viejo pez? Por algo debes de tener esa espada en la cabeza.
Le gustaba pensar en el pez y en lo que podría hacerle a un tiburón si estuviera nadando libremente. “Debí de haberle cortado la espada para combatir con ella a los tiburones”, pensó. Pero no tenía un hacha, y después se quedó sin cuchillo. “Pero si lo hubiera hecho y ligado la espada al cabo de un remo, ¡qué arma! Entonces los habríamos podido combatir juntos. ¿Qué vas a hacer ahora si vienen de noche? ¿Qué puedes hacer?”
–Pelear contra ellos –dijo–. Pelearé contra ellos hasta la muerte.
Pero ahora en la oscuridad y sin que apareciera ningún resplandor y sin luces y sólo el viento y sólo el firme tiro de la vela sintió que quizá estaba ya muerto. Juntó las manos y percibió la sensación de las palmas. No estaban muertas y él podía causar el dolor de la vida sin más que abrirlas y cerrarlas. Se echó hacia atrás contra la popa y sabía que no estaba muerto. Sus hombros se lo decían.
“Tengo que decir todas esas oraciones que prometí si pescaba el pez –pensó–. Pero estoy demasiado cansado para rezarlas ahora. Mejor que coja el saco y me lo eche sobre los hombros.”
Se echó sobre la popa y siguió gobernando y mirando a ver si aparecía el resplandor en el cielo. “Tengo la mitad del pez –pensó–. Quizá tenga la suerte de llegar a tierra con la mitad delantera. Debiera quedarme alguna suerte. No –dijo–. Has violado tu suerte cuando te alejaste demasiado de la costa.”
–No seas idiota –dijo en voz alta–. Y no te duermas. Gobierna tu bote. Todavía puedes tener mucha suerte.
–Me gustaría comprar alguna si la vendieran en alguna parte. “¿Con qué habría de comprarla? –se preguntó–. ¿Podría comprarla con un arpón perdido y un cuchillo roto y dos manos estropeadas?”
–Pudiera ser –dijo–. Has tratado de comprarla con ochenta y cuatro días en el mar. Y casi estuvieron a punto de vendértela.
“No debo pensar en tonterías –pensó–. La suerte es una cosa que viene en muchas formas, y ¿quién puede reconocerla? Sin embargo, yo tomaría alguna en cualquier forma y pagaría lo que pidieran. Mucho me gustaría ver el resplandor de las luces –pensó–. Me gustarían muchas cosas. Pero eso es lo que ahora deseo.”
Trató de ponerse más cómodo para gobernar el bote y por su dolor se dio cuenta de que no estaba muerto.
Vio el fulgor reflejado de las luces de la ciudad a eso de las diez de la noche. Al principio eran perceptibles únicamente como la luz en el cielo antes de salir la luna. Luego se las veía firmes a través del mar que ahora estaba picado debido a la brisa creciente. Gobernó hacia el centro del resplandor y pensó que, ahora, pronto llegaría al borde de la corriente.
“Ahora he terminado –pensó–. Probablemente me vuelvan a atacar. Pero ¿qué puede hacer un hombre contra ellos en la oscuridad y sin un arma?”
Ahora estaba rígido y dolorido y sus heridas y todas las partes castigadas de su cuerpo le dolían con el frío de la noche. “Ojalá no tenga que volver a pelear – pensó–. Ojalá, ojalá que no tenga que volver a pelear.”
Pero hacia medianoche tuvo que pelear y esta vez sabía que la lucha era inútil. Los tiburones vinieron en manada y sólo podía ver las líneas que trazaban sus aletas en el agua y su fosforescencia al arrojarse contra el pez. Les dio con el palo en las cabezas y sintió el chasquido de sus mandíbulas y el temblor del bote cada vez que debajo agarraban a su presa. Golpeó desesperadamente contra lo que sólo podía sentir y oír y sintió que algo agarraba la porra y se la arrebataba. Arrancó la caña del timón y siguió pegando con ella, cogiéndola con ambas manos y dejándola caer con fuerza una y otra vez. Pero ahora llegaban hasta la proa y acometían uno tras otro y todos juntos, arrancando los pedazos de carne que emitían un fulgor bajo el agua cuando ellos se volvían para regresar nuevamente.
Finalmente vino uno contra la propia cabeza del pez y el viejo se dio cuenta de que había terminado. Tiró un golpe con la caña a la cabeza del tiburón donde las mandíbulas estaban prendidas a la resistente cabeza del pez, que no cedía. Tiro uno o dos golpes más. Sintió romperse la barra y arremetió al tiburón con el cabo roto. Lo sintió penetrar y sabiendo que era agudo lo empujó de nuevo. El tiburón lo soltó y salió rolando. Fue el último de la manada que vino a comer. No quedaba ya nada más que comer.
Ahora el viejo apenas podía respirar y sentía un extraño sabor en la boca. Era dulzón y como a cobre y por un momento tuvo miedo. Pero no era muy abundante. Escupió en el mar y dijo:
–Cómanse eso, galanos. Y sueñen con que han matado a un hombre.
Ahora sabía que estaba firmemente derrotado y sin remedio y volvió a popa y halló que el cabo roto de la caña encajaba bastante bien en la cabeza del timón para poder gobernar.
Se ajustó el saco a los hombros y puso el bote sobre su derrota. Navegó ahora livianamente y no tenía pensamientos ni sentimientos de ninguna clase. Ahora estaba más allá de todo y gobernó el bote para llegar a puerto lo mejor y más inteligentemente posible. De noche los tiburones atacan las carroñas como pudiera uno recoger migajas de una mesa. El viejo no les hacía caso. No hacía caso de nada, salvo del gobierno del bote. Sólo notaba lo bien y ligeramente que navegaba el bote ahora que no llevaba un gran peso amarrado al costado.
“Un buen bote –pensó–. Sólido y sin ningún desperfecto, salvo la caña. Y ésta es fácil de sustituir.”
Podía percibir que ahora estaba dentro de la corriente y veía las luces de las colonias de la playa y a lo largo de la orilla. Sabía ahora dónde estaba y que llegaría sin ninguna dificultad.
“El viento es nuestro amigo, de todos modos –pensó–. Luego añadió: A veces. Y el gran mar con nuestros amigos y enemigos. Y la cama –pensó–. La cama es mi amiga. La cama y nada más –pensó–. La cama será una gran cosa. No es tan mala la derrota –pensó–. Jamás pensé que fuera tan fácil. ¿Y qué es lo que te ha derrotado, viejo?”, pensó.
–Nada –dijo en voz alta–. Me alejé demasiado.
Cuando entró en el puertecito las luces de la Terraza estaban apagadas y se dio cuenta de que todo el mundo estaba acostado. La brisa se había ido levantando gradualmente y ahora soplaba con fuerza. Sin embargo, había tranquilidad en el puerto y puso proa hacia la playita de grava bajo las rocas. No había nadie que pudiera ayudarle, de modo que adentró el bote todo lo posible en la playa. Luego se bajó y lo amarró a una roca.
Quitó el mástil de la carlinga y enrolló la vela y la ató. Luego se echó el palo al hombro y empezó a subir. Fue entonces cuando se dio cuenta de la profundidad de su cansancio. Se paró un momento y miró hacia atrás y al reflejo de la luz de la calle vio la gran cola del pez levantada detrás de la popa del bote. Vio la blanca línea desnuda de su espinazo y la oscura masa de la cabeza con el saliente pico y toda la desnudez entre los extremos.
Empezó a subir nuevamente y en la cima cayó y permaneció algún tiempo tendido, con el mástil atravesado sobre su hombro. Trató de levantarse. Pero era demasiado difícil y permaneció allí sentado con el mástil al hombro, mirando al camino. Un gato pasó indiferente por el otro lado y el viejo lo siguió con la mirada. Luego siguió mirando simplemente al camino.
Finalmente soltó el mástil y se puso de pie. Recogió el mástil y se lo echó al hombro y partió camino arriba. Tuvo que sentarse cinco veces antes de llegar a su cabaña.
Dentro de la choza inclinó el mástil contra la pared. En la oscuridad halló una botella de agua y tomó un trago. Luego se acostó en la cama. Se echó la frazada sobre los hombros y luego sobre la espalda y las piernas y durmió boca abajo sobre los periódicos, con los brazos por fuera, a lo largo del cuerpo, y las palmas hacia arriba.
Estaba dormido cuando el muchacho asomó a la puerta por la mañana. El viento soplaba tan fuerte, que los botes del alto no se harían a la mar y el muchacho había dormido hasta tarde. Luego vino a la choza del viejo como había hecho todas las mañanas. El muchacho vio que el viejo respiraba y luego vio sus manos y empezó a llorar. Salió muy calladamente a buscar un poco de café y no dejó de llorar en todo el camino.
Muchos pescadores estaban en torno al bote mirando a lo que traía amarrado al costado, y uno estaba metido en el agua, con los pantalones remangados, midiendo el esqueleto con un tramo de sedal.
El muchacho no bajó a la orilla. Ya había estado allí y uno de los pescadores cuidaba el bote en su lugar.
–¿Cómo está el viejo? –gritó uno de los pescadores.
–Durmiendo –respondió gritando el muchacho. No le importaba que lo vieran llorar–. Que nadie lo moleste.
–Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola –gritó el pescador que lo estaba midiendo.
–Lo creo –dijo el muchacho.
Entró en la Terraza y pidió una lata de café.
–Caliente y con bastante leche y azúcar.
–¿Algo más?
–No. Después veré qué puede comer.
–¡Ése si que era un pez! –dijo el propietario–. Jamás ha habido uno igual. También los dos que ustedes cogieron ayer eran buenos.
–¡Al diablo con ellos! –dijo el muchacho y empezó a llorar nuevamente.
–¿Quieres un trago de algo? –preguntó el dueño,
–No –dijo el muchacho–. Dígales que no se preocupen por Santiago. Vuelvo enseguida
–Dile que lo siento mucho.
–Gracias –dijo el muchacho.
El muchacho llevó la lata de café caliente a la choza del viejo y se sentó junto a él hasta que despertó. Una vez pareció que iba a despertarse. Pero había vuelto a caer en su sueño profundo y el muchacho había ido al otro lado del camino a buscar leña para calentar el café.
Finalmente el viejo despertó.
–No se levante –dijo el muchacho–. Tómese esto –le echó un poco de café en un vaso.
El viejo cogió el vaso y bebió el café.
–Me derrotaron, Manolín –dijo–. Me derrotaron de verdad.
–No. Él no. Él no lo derrotó.
–No. Verdaderamente. Fue después.
–Perico está cuidando del bote y del aparejo. ¿Qué va a hacer con la cabeza?
–Que Perico la corte para usarla en las nasas.
–¿Y la espada?
–Puedes guardártela si la quieres.
–Sí, la quiero –dijo el muchacho–. Ahora tenemos que hacer planes para lo demás.
–¿Me han estado buscando?
–Desde luego. Con los guardacostas y con aeroplanos.
–El mar es muy grande y un bote es pequeño y difícil de ver –dijo el viejo. Notó lo agradable que era tener alguien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el mar–. Te he echado de menos –dijo–. ¿Qué han pescado?
–Uno el primer día. Uno el segundo y dos el tercero.
–Muy bueno.
–Ahora pescaremos juntos otra vez.
–No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte.
–Al diablo con la suerte –dijo el muchacho–. Yo llevaré la suerte conmigo.
–¿Qué va a decir tu familia?
–No me importa. Ayer pesqué dos. Pero ahora pescaremos juntos porque todavía tengo mucho que aprender.
–Tenemos que conseguir una buena lanza y llevarla siempre a bordo. Puedes hacer la hoja de una hoja de muelle de un viejo Ford. Podemos afilarla en Guanabacoa. Debe ser afilada y sin temple para que no se rompa. Mi cuchillo se rompió.
–Conseguiré otro cuchillo y mandaré afilar la hoja de muelle. ¿Cuántos días de brisa fuerte nos quedan?
–Tal vez tres. Tal vez más.
–Lo tendré todo en orden –dijo el muchacho–. Cúrese las manos, viejo.
–Yo sé cuidármelas. De noche escupí algo extraño y sentí que algo se había roto en mi pecho.
–Cúrese también eso –dijo el muchacho–. Acuéstese, viejo, y le traeré su camisa limpia. Y algo de comer.
–Tráeme algún periódico de cuando estuve ausente –dijo el viejo.
–Tiene que ponerse bien pronto, pues tengo mucho que aprender y usted puede enseñármelo todo. ¿Ha sufrido mucho?
–Bastante –dijo el viejo.
–Le traeré la comida y los periódicos –dijo el muchacho–. Descanse bien, viejo. Le traeré medicina de la farmacia para las manos.
–No olvides de decirle a Perico que la cabeza es suya.
–No. Se lo diré.
Al atravesar la puerta y descender por el camino tallado por el uso en la roca de coral iba llorando nuevamente.
Esa tarde había una partida de turistas en la Terraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre las latas de cerveza vacías y las picúas muertas, una mujer vio un gran espinazo blanco con una inmensa cola que se alzaba y balanceaba con la marea mientras el viento del este levantaba un fuerte y continuo oleaje a la entrada del puerto.
–¿Qué es eso? –preguntó la mujer al camarero, y señaló al largo espinazo del gran pez, que ahora no era más que basura esperando a que se la llevara la marea.
–Tiburón –dijo el camarero. Un tiburón.
Quería explicarle lo que había sucedido.
–No sabía que los tiburones tuvieran colas tan hermosas, tan bellamente formadas.
–Ni yo tampoco –dijo el hombre que la acompañaba.
Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos.
FIN